Llenar el hueco político dejado por el hundimiento del independentismo es probablemente el principal desafío para Salvador Illa y a la necesidad de afrontarlo responde en parte su recién lanzado plan para que Cataluña recupere el liderazgo de la economía española y sea uno de los motores de Europa.
La apuesta de Illa con su plan de inversiones es una fórmula clásica para afrontar las etapas de depresión colectiva
La apuesta de Illa con su plan de inversiones es una fórmula clásica para afrontar las etapas de depresión colectiva


Llenar el hueco político dejado por el hundimiento del independentismo es probablemente el principal desafío para Salvador Illa y a la necesidad de afrontarlo responde en parte su recién lanzado plan para que Cataluña recupere el liderazgo de la economía española y sea uno de los motores de Europa.
Además de sus objetivos propiamente económicos, el plan enfáticamente presentado bajo el eslogan Cataluña lidera, persigue sacar a la sociedad catalana de la abulia en que cayó tras casi una década de infructuosa excitación política. Sacarla de la abulia, encontrarle una posición confortable en España y en Europa y, así, insuflarle un mínimo de autoestima política.
Falta le hace. A las derrotas cosechadas con la fallida declaración de independencia de 2017 y el subsiguiente encarcelamiento y exilio de los dirigentes soberanistas se suma otro enorme fracaso. Antes que los soberanistas ya se habían estrellado los autonomistas, que durante la presidencia de Pasqual Maragall apostaron por la mejora del autogobierno mediante la renovación del Estatuto de Autonomía. La pactaron en 2006 con el gobierno del PSOE, pero luego la guillotinó el Tribunal Constitucional en 2010. El catalanismo en sus dos principales versiones contemporáneas ha sido ininterrumpidamente mayoritario en Cataluña desde la recuperación de la democracia tras la dictadura franquista, hace ya casi 50 años, pero en lo que va de siglo XXI ambas alas del movimiento han perdido sus batallas con el centralismo. Se han quedado sin programa después de tanto remar contra corriente en la configuración del modelo de Estado, agotados.
Así es como el PSC de Salvador Illa llegó en 2024 al Gobierno de la Generalitat, aupado por una inestable mayoría parlamentaria de izquierdas, con la promesa de recuperar la normalidad tras los años de excitación soberanista. Pero, en este contexto, ¿qué es la normalidad? Tal como han ido las cosas, solo las minorías que rechazan el autonomismo y el catalanismo se sienten relativamente satisfechas, porque han asistido a la frustración de sus adversarios.
La apuesta de Illa con su plan de inversiones es una fórmula clásica para afrontar las etapas de depresión colectiva. Volver a las cosas. Dejarse de ensueños y dedicarse a resolver los problemas inmediatos. Ocuparse de la reindustrialización, de la construcción de viviendas, de la renovación de las infraestructuras de transporte y comunicaciones, de la expansión de las energías renovables, de la investigación y la innovación, de la reducción de las desigualdades sociales. A ese programa ha decidido dedicar el Gobierno de Illa la nada desdeñable cantidad de 18.500 millones de euros hasta el año 2030. Es mucho dinero y si logra cumplirlo el Gobierno del PSC se apuntará sin duda un gran éxito. Pero lo que también busca el presidente, aunque no sea un objetivo cifrado en euros, es que crezca la autoestima colectiva, que se esfume el desánimo provocado por las derrotas políticas.
Es una buena fórmula. Puede servir para sacar al país del hoyo. Y luego puede suceder que, como quien no quiere la cosa, una orientación que por una parte ha sido bien recibida por los agentes económicos y por la otra procura que nadie quede atrás, facilite que Salvador Illa acuda a las próximas elecciones al Parlament como esa figura que ocupa el centro del escenario y llena ese vacío que hay ahí.
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