Este investigador ha recopilado en un libro toda la ciencia que avala la fórmula mágica para sortear el envejecimiento de este órgano y sus efectos: dormir bien, comer de forma equilibrada, hacer ejercicio y relaciones sociales. «Parece sencillo, pero no lo es. El estilo de vida que llevamos lo complica» Leer Este investigador ha recopilado en un libro toda la ciencia que avala la fórmula mágica para sortear el envejecimiento de este órgano y sus efectos: dormir bien, comer de forma equilibrada, hacer ejercicio y relaciones sociales. «Parece sencillo, pero no lo es. El estilo de vida que llevamos lo complica» Leer
Que levanten la mano aquellos que hayan llegado a la cocina con un cometido y lo hayan olvidado. «Y, ¿a qué venía yo aquí?». Quién no ha experimentado esa sensación que camina entre el despiste -«me hago mayor» y «no se puede estar haciendo mil cosas a la vez»- y la angustia de que las más de 100.000 millones de neuronas del cerebro hayan desconectado por un momento. «¿Tendré principio de demencia?». A veces lo único que se puede hacer es rebobinar. Volver sobre nuestros pasos y, de repente, eureka.
Conclusión rápida: mi cerebro se hace mayor. «¿Qué hago? Lo mismo necesito un suplemento para mejorar mis capacidades». No, no lo hay. «Mientras no exista una pastilla que frene el envejecimiento, somos nosotros los que tenemos que elaborar esa terapia para mantener joven este órgano».
Con esta afirmación, Jordi Olloquequi, investigador del Instituto de Neurociencias de la Universidad de Barcelona y del Centro de Investigación Biomédica en Red del Área de Enfermedades Neurodegenerativas (CIBERNED), deja claro que «aunque todo lo relacionado con el antienvejecimiento hoy día esté de moda y se esté construyendo todo un negocio a su alrededor», no debemos olvidar que «hay que alejarse de lo mágico y huir de las magufadas, para acercarse a lo que sí sostiene la mano de la ciencia. La buena ciencia», apunta el biólogo.
«Yo defiendo el derecho de todo el mundo a ganarse la vida como quiera, pero es evidente que la desinformación y las promesas vacías no solo no son aceptables, sino que son peligrosas», señala.
A modo de confesión, el biólogo reconoce que él sí recurrió a ellas en una ocasión, en un acto desesperado para que sirvieran para su padre. «Merecía la pena intentarlo», señala. Aunque fue su padre quien le dijo: «Me voy a morir igualmente, pero 200 euros más pobre».
Olloquequi ha echado mano de años de investigación en la elaboración de lo que podría considerarse un paper para dummies sobre el antienvejecimiento. Porque, como asegura, «envejecer es una de las pocas certezas que tenemos en la vida, a no ser que algo peor nos saque del terreno de juego». Para conseguir el leitmotiv del biólogo, «una vida llena de energía y juventud», dedica unas 300 páginas a «la compresión profunda, amena y didáctica de las bases biológicas del envejecimiento cerebral». O lo que es lo mismo: a que el lector entienda cómo incrementar los años dorados de forma «accesible y rigurosa».
Antiaging cerebral (Paidós) recoge la receta para mantener nuestro cerebro joven «para siempre», como el mismo autor cita en el libro, la aspiración hecha canción en Forever young. Para llegar a esa fórmula mágica que señala el subtítulo del libro -Las claves de la ciencia para mantener nuestra mente joven, ágil y sana- primero hay que saber quién es quién en nuestro centro de mando y cómo se llevan a cabo cada uno de los procesos que nos permiten guiarnos hasta la cocina a por el agua fría de la nevera sin lapsus por el camino.
Y no es magia, más bien sentido común. Ese que la sociedad moderna se empeña en dejar de lado: dormir bien, comer de forma equilibrada, hacer ejercicio y tener relaciones sociales. «Parece sencillo, pero no lo es», sentencia.
- Escudo nocturno. Se infravalora al sueño. El descanso por la noche tiene una misión: sus complejos procesos regulan la inmunidad, el metabolismo y la función cardiovascular. Y no, una siesta no vale.
- Gimnasia mental. La única excusa para acercarse a una pantalla de forma lúdica son los juegos que nos obligan a procesar la información en tiempo real y tomar decisiones. Eso sí, no más de una hora.
- Ingredientes en el plato. En la lista de la compra no deben faltar frutas, verduras, cereales integrales, aceite de oliva y proteínas de origen vegetal. Hay que evitar siempre los alimentos ultraprocesados.
- Fuerza vital de la amistad. Phil Stutz, el psiquiatra de las estrellas de Hollywood, en un documental explica cómo el contacto social ayuda a la personas deprimidas porque incluso un amigo aburrido ayuda.
A priori sí suena fácil. ¿Qué lo complica? La vida que llevamos en el siglo XXI, en el que se busca lo accesible, lo cómodo, «nos lleva a tirarnos en el sofá en vez de ir al gimnasio, a la comida chatarra en vez de optar por la cocina mediterránea, a sacrificar horas de sueño por ver la última serie y a relaciones superficiales a través de mensajes de móvil», resume Olloquequi.
Este investigador está enfocado encontrar respuestas a la neurodegeneración. A las enfermedades que sí borran recuerdos, alteran capacidades y destruyen los canales de información de nuestro cerebro con otras partes del organismo. «El alzhéimer es el tipo de demencia más frecuente, pero hay otros muchos tipos en los que hay un empeoramiento de las funciones cognitivas. Y no sabemos exactamente los mecanismos que nos llevan a ellas», lamenta.
Al final, «lo mejor es jugar la mejor baza que nos dejen las cartas de la genética». Ahí está la clave que pone sobre la mesa el investigador, haciendo suya la explicación de la doctora en biología y catedrática de Genética de la Universidad de Barcelona, Gemma Marffany. «Puedes tener una mala mano, pero si eres un buen jugador puedes llegar a ganar». ¿Cómo? Con la vuelta a los hábitos de vida saludables. Son un básico, «pero es lo único que sí ha demostrado que tiene un efecto positivo».
«Nosotros podemos mitigar el impacto que tiene la genética». Olloquequi lo tiene claro: podemos tener un conjunto de genes que nos predispongan a una serie de enfermedades -«solo lo sabremos si nos sometemos a un análisis muy preciso»-, pero nuestros hábitos de vida, «sobre los que sí tenemos el control», nos pueden encaminar hacia aquellas estrategias que la ciencia ha demostrado que funcionan.
«Mientras no exista una pastilla, somos nosotros los que tenemos que elaborar esa terapia para mantener joven este órgano»
Jordi Olloquequi
David Bueno, fundador de la cátedra de Neuroeducación y profesor e investigador de la sección de Genética Biomédica, Evolutiva y del Desarrollo de la Universidad de Barcelona, refrenda esta afirmación. «Desde el nacimiento hasta la muerte, nuestras neuronas y los circuitos cerebrales que forman nuestro cerebro se mantienen en constante actividad, reconfigurándose en función no solo de las experiencias que vivimos, sino también de cómo las vivimos», apunta en el prólogo de la obra.
Esto también invita a desterrar un mito: la plasticidad del cerebro se frena cuando nos hacemos mayores. «No es cierto, el cerebro es plástico toda la vida». Aquí hay recientes investigaciones que aseguran que cuanto más ejercitamos las neuronas en tareas matemáticas y la comprensión de textos, más tarde notaremos los efectos propios del envejecimiento. El trabajo de Science Advances pone el acento en un hecho: el cerebro que no se usa, se atrofia.
«Desde el nacimiento hasta la muerte, los circuitos cerebrales se mantienen activos y cómo vivimos los cambia»
David Bueno
Subarrendar tareas cotidianas que lo ejercitan a la tecnología «no es bueno». «Antes te ibas de vacaciones y preparabas el viaje, llegabas al destino y usabas un mapa», esgrime el investigador. «Los móviles nos facilitan muchas cosas, pero si no usas el cerebro, es como un músculo, se debilita».
Olloquequi prefiere quedarse con lo bueno, que es lo que apunta la investigación de Science Advances. «Aunque no hayas ejercitado mucho tu cerebro en actividades intelectuales porque tu trabajo era más mecánico, no importa porque la gimnasia cerebral tiene impacto a los 60, 70, 80 años…».
Lo malo: subarrendar en la infancia y en la adolescencia. «Estas nuevas generaciones son víctimas. Viven en el momento de la sociedad que nosotros les hemos creado». La digitalización de la vida debe tener una cara B, analógica, en la que calculemos con los dedos (si hace falta), aprendamos a usar nuestro sentido de la orientación (GPS interior) y leamos y escribamos en papel (libros y notas).
Un músculo fuerte no se consigue sin ejercitarlo y «son las horas de gimnasio (sacrificio y disciplina) las que lo consiguen». Aquí está la primera pista de esa receta que nos va a mantener sanos y jóvenes por más tiempo: el ejercicio físico. Un ejemplo práctico: Mick Jagger. El investigador dedica unas líneas al libro de Isadora Puiggné, Pacto con el Diablo (Temas de hoy), a exponer cómo las rutinas del miembro de los Rolling Stone le han permitido seguir brincando por los escenarios con más de 80 años. No se trata de contratar un entrenador personal de alto rendimiento, sino asumir un poco de la disciplina de Jagger: moverse más en el día a día, nada de ascensores, sí a las caminatas largas y hacer algo de deporte. Y sí, bailar cuenta.
En cuanto nos volvemos más activos, ya creemos que tenemos que comer más. Y no. Lo que hay (o mejor, lo que deja de haber) también deja huella en nuestro cerebro. La excusa de que la cesta de la compra saludable es cara no es válida. «Hay opciones, siempre». No hace falta pensar que hay que ir a los superalimentos que van a congelar el paso del tiempo del cerebro, porque Olloquequi, como otros muchos científicos, defiende que «la única e inigualable dieta mediterránea no deja de ser una colección de grandes éxitos de nutrientes saludables».
Dentro del factor alimentación, el investigador sí desgrana un par de tips: el ayuno intermitente, sus opciones y sus efectos; y el té verde como antioxidante. «Son el cambio de patrones alimentarios los que nos llevan a la enfermedad: el ser humano no está diseñado para comer en exceso y sí para conservar la energía durante mucho tiempo». Hoy no se sale de la cueva a por el mamut, pero sí se va hasta el frigorífico a por el salchichón (si te acuerdas, claro).
Y del plato a las relaciones que muchas veces se tejen alrededor de una mesa. El investigador tiene claro que nuestras neuronas se relacionan entre ellas y también con nuestro sistema digestivo, la microbiota. Pero que también nosotros debemos salir de nuestra burbuja y que la soledad no se convierta en un factor de riesgo que acelere el paso del tiempo del cerebro. El refrán «quien tiene un amigo tiene un tesoro» aquí sirve. «Socializar a través de las redes sociales no sirve. Hay que volver a lo de siempre, quedar y dejar a un lado el móvil. Hablar cara a cara».
Todo esto requiere disciplina y planteárselo como propósito. Y descansar, que es básico y está infravalorado. «Ya dormiré cuando me muera», dicen algunos. Sacrificar horas de sueño y no descansar impide a nuestro cerebro hacer tareas de limpieza imprescindibles. «No debemos asumir que con la edad se duerme menos, ni caer en la tentación de la sobreexposición a un montón de estímulos que no nos dejan dormir».
A veces uno no duerme por el estrés que le acecha. Y evitarlo, también ayuda a frenar el envejecimiento. «Lo que era un mecanismo de defensa ahora se ha convertido en algo fisiológico difícil de manejar». Esta situación mantenida en el tiempo es un motor del envejecimiento. La OMS lo considera una de las epidemias del siglo XXI. Su impacto a veces llega cuando el cuerpo por fin puede descansar. «Coges vacaciones y te pones malo. Esto es un signo de que cuando el cuerpo se relaja, nuestro sistema inmune descansa, somos más vulnerables a las infecciones y las enfermedades», apunta el biólogo.
Con todo esto no se trata de dotar de inmortalidad a nuestro cerebro, pero «sí de cuidarlo». El mismo Freddie Mercury, como recuerda el biólogo, cantaba aquello de Who wants to live forever?. El objetivo que se marca Olloquequi pasa por usar todas estas herramientas científicas para vivir muchos años con una salud mejor que la actual. «Morirme en perfecto estado de salud».
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