La tercera gala de MasterChef Celebrity 10 lo tuvo todo: un gesto que hizo llorar a todos los aspirantes, una bronca entre Torito y Jorge Luengo que el jurado tuvo que cortar, una final de prueba que enfrentó a un famoso con una exfinalista, y una expulsión que dejó a los espectadores con la boca abierta. Todo esto en apenas dos horas de televisión pública que lograron lo más difícil: entretener, emocionar y dividir por igual.
La noche en RTVE arrancó con la tensión todavía flotando en el aire por la expulsión de Soraya la semana pasada. El conflicto con Jorge Luengo por tocar la campana demasiado pronto aún coleaba, y el jurado decidió encararlo de frente. Jordi Cruz tomó la palabra, serio, y pidió explicaciones a Torito por haber dicho que “hubo dos expulsiones” en la gala anterior. “Se fue Soraya… y se fue el mago”, respondió él, encendiendo de nuevo una mecha que parecía apagada. Hubo risas, pero también incomodidad. Nadie salió del todo limpio. Ni el que jugó, ni el que reprochó.
Pero no tardó en llegar la parte luminosa de la noche: la famosa batalla de la harina. Una prueba dura, técnica y, cómo no, competitiva. Alejo Sauras y Miguel Torres se ganaron a pulso un lugar en el reto final por el pin de inmunidad infiel. El actor tuvo que cocinar contra la mismísima Ana Callís, finalista de MasterChef 13, con un único requisito: una tarta sin gluten. Ayudado por Lorena Castell y Yolanda Ramos, Alejo cocinó con el corazón en la mano.
Lo que nadie esperaba era que esa mano temblara al anunciar su decisión. Sauras ganó el pin —un privilegio inestable, que sus compañeros pueden robarle con un reto— y, acto seguido, rompió en lágrimas al donar los 4.000 euros del premio a la Fundación Piel de Mariposa. “Han descubierto un tratamiento que puede reducir años de dolor a meses. En la vida de un niño eso lo es todo”, dijo, mientras toda la galería se venía abajo en aplausos. Hasta Lorena Castell, ganadora de otra edición, recordó que ella también había apoyado esa misma causa.
La prueba de exteriores en el restaurante Filandón mostró la otra cara del concurso: exigencia profesional, platos de autor y muchas tensiones en cocina. Mariló Montero y Torito volvieron a chocar. El primero en salvarse de la quema fue David Amor, que además tuvo la ventaja de repartir los temidos postres de Jordi Roca. Allí empezó la verdadera criba.
Charo Reina, Juanjo Bona y Valeria se vieron en la cuerda floja. Tuvieron una segunda oportunidad, sí, pero no todos lograron aprovecharla. La actriz Charo Reina fue la expulsada de la noche. Y lo asumió con una elegancia que desarmó al jurado y al público: “Me voy muy feliz. La vida es lucha, es constancia. Me llevo amigos y aprendizaje. Le deseo la victoria a Miguel”. Una despedida sencilla, honesta, y sin victimismo. De las que elevan el tono del programa.
Lo curioso es que, tras tantas lágrimas y tantas tensiones, lo que de verdad queda en el aire es una pregunta: ¿cuánto vale un gesto bonito en una competición feroz? Alejo lo hizo sin esperar nada. Jorge Luengo jugó con las reglas y lo pagó con críticas. Y Torito sigue soltando dardos entre risas. Esta edición va de cocina, sí, pero también de máscaras que caen… y de otras que se ponen. Lo mejor (y lo peor) de la tele en prime time.
Entre reproches cruzados, decisiones polémicas y un gesto que conmovió a todos, la última gala de «MasterChef Celebrity 10» dejó claro que aquí no se cocina solo comida
La tercera gala de MasterChef Celebrity 10 lo tuvo todo: un gesto que hizo llorar a todos los aspirantes, una bronca entre Torito y Jorge Luengo que el jurado tuvo que cortar, una final de prueba que enfrentó a un famoso con una exfinalista, y una expulsión que dejó a los espectadores con la boca abierta. Todo esto en apenas dos horas de televisión pública que lograron lo más difícil: entretener, emocionar y dividir por igual.
La noche en RTVE arrancó con la tensión todavía flotando en el aire por la expulsión de Soraya la semana pasada. El conflicto con Jorge Luengo por tocar la campana demasiado pronto aún coleaba, y el jurado decidió encararlo de frente. Jordi Cruz tomó la palabra, serio, y pidió explicaciones a Torito por haber dicho que “hubo dos expulsiones” en la gala anterior. “Se fue Soraya… y se fue el mago”, respondió él, encendiendo de nuevo una mecha que parecía apagada. Hubo risas, pero también incomodidad. Nadie salió del todo limpio. Ni el que jugó, ni el que reprochó.
Pero no tardó en llegar la parte luminosa de la noche: la famosa batalla de la harina. Una prueba dura, técnica y, cómo no, competitiva. Alejo Sauras y Miguel Torres se ganaron a pulso un lugar en el reto final por el pin de inmunidad infiel. El actor tuvo que cocinar contra la mismísima Ana Callís, finalista de MasterChef 13, con un único requisito: una tarta sin gluten. Ayudado por Lorena Castell y Yolanda Ramos, Alejo cocinó con el corazón en la mano.
Lo que nadie esperaba era que esa mano temblara al anunciar su decisión. Sauras ganó el pin —un privilegio inestable, que sus compañeros pueden robarle con un reto— y, acto seguido, rompió en lágrimas al donar los 4.000 euros del premio a la Fundación Piel de Mariposa. “Han descubierto un tratamiento que puede reducir años de dolor a meses. En la vida de un niño eso lo es todo”, dijo, mientras toda la galería se venía abajo en aplausos. Hasta Lorena Castell, ganadora de otra edición, recordó que ella también había apoyado esa misma causa.
La prueba de exteriores en el restaurante Filandón mostró la otra cara del concurso: exigencia profesional, platos de autor y muchas tensiones en cocina. Mariló Montero y Torito volvieron a chocar. El primero en salvarse de la quema fue David Amor, que además tuvo la ventaja de repartir los temidos postres de Jordi Roca. Allí empezó la verdadera criba.
Charo Reina, Juanjo Bona y Valeria se vieron en la cuerda floja. Tuvieron una segunda oportunidad, sí, pero no todos lograron aprovecharla. La actriz Charo Reina fue la expulsada de la noche. Y lo asumió con una elegancia que desarmó al jurado y al público: “Me voy muy feliz. La vida es lucha, es constancia. Me llevo amigos y aprendizaje. Le deseo la victoria a Miguel”. Una despedida sencilla, honesta, y sin victimismo. De las que elevan el tono del programa.
Lo curioso es que, tras tantas lágrimas y tantas tensiones, lo que de verdad queda en el aire es una pregunta: ¿cuánto vale un gesto bonito en una competición feroz? Alejo lo hizo sin esperar nada. Jorge Luengo jugó con las reglas y lo pagó con críticas. Y Torito sigue soltando dardos entre risas. Esta edición va de cocina, sí, pero también de máscaras que caen… y de otras que se ponen. Lo mejor (y lo peor) de la tele en prime time.
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