Para Karen Temp, el triunfo de Donald Trump en las elecciones de 2024 en Estados Unidos ha tenido consecuencias personales. Los recortes republicanos en sanidad han obligado a cerrar el centro de asistencia donde ella trabajaba de enfermera. “Hay que enviar un mensaje a Washington: los republicanos están fuera de control y necesitamos otra vía”, sostiene. Ella y su familia guardaban hace unos días una cola que daba la vuelta a la manzana en torno al teatro Jefferson, en Charlottesville (Virginia), para asistir al mitin de la candidata demócrata a gobernar el Estado, Abigail Spanberger.
Las elecciones a gobernador, las primeras desde el triunfo de Donald Trump, sirven de precursor para los comicios de medio mandato de 2026
Para Karen Temp, el triunfo de Donald Trump en las elecciones de 2024 en Estados Unidos ha tenido consecuencias personales. Los recortes republicanos en sanidad han obligado a cerrar el centro de asistencia donde ella trabajaba de enfermera. “Hay que enviar un mensaje a Washington: los republicanos están fuera de control y necesitamos otra vía”, sostiene. Ella y su familia guardaban hace unos días una cola que daba la vuelta a la manzana en torno al teatro Jefferson, en Charlottesville (Virginia), para asistir al mitin de la candidata demócrata a gobernar el Estado, Abigail Spanberger.
Un año después de la derrota sin paliativos en las elecciones de 2024, en las que perdió la Casa Blanca y el control del Senado, el Partido Demócrata trata de dejar atrás su travesía del desierto, relanzar su imagen ante los votantes y recuperar poder. Espera culminar ese viaje en las elecciones a gobernador de mañana martes en Virginia y Nueva Jersey —las principales este año junto a las de la alcaldía de Nueva York—, y plantea esos comicios como un minirreferéndum sobre la popularidad de Trump, confiando en que sirvan para precipitar ese vuelco, no solo en esos Estados sino en el resto del país.
Su apuesta para recuperar terreno en los Estados más reñidos de cara a los comicios de medio mandato del año próximo, cuando intentarán recuperar el control del Congreso y parar los pies al presidente, pasa por los resultados que logren sus candidatas: Spanberger, de 46 años, en Virginia, y Mikie Sherrill, de 53, en Nueva Jersey. Dos de los Estados más poblados del país y claves en la costa este.
Los demócratas han puesto toda la carne en el asador estos últimos días: este fin de semana se activaba incluso el expresidente Barack Obama, aún muy popular entre las bases del Partido, para galvanizar a los votantes. Qué partido consiga mayor movilización de los suyos se perfila como el factor clave.
“Sabemos lo que nos jugamos en estas elecciones y todos los desafíos que nos crean las malas políticas de Washington. Pero lo que vamos a hacer este noviembre no es solo votar contra algo, sino votar por lo que creemos, los principios que nos guían. La gente está ansiosa de actuar: hemos visto marchar a cientos de miles de personas en todo Estados Unidos. Y en Virginia y Nueva Jersey tenemos ahora unas elecciones en las que podremos demostrar al resto del país que, cuando tenemos la oportunidad de acometer cambios, la aprovechamos”, clamaba Spanberger en su mitin en Charlottesville, ante 1.300 personas que abarrotaron el teatro y obligaron a habilitar otra sala adyacente para que quienes no pudieron entrar siguieran el acto en directo.
Frente al modelo rabiosamente progresista de Zohran Mamdani, favorito para ganar en Nueva York pero a priori poco viable en otras zonas del país, ambas candidatas presentan un perfil mucho más convencional y moderado. Las dos han querido transmitir un mensaje económico —el que los demócratas no supieron comunicar en la campaña de 2024—, con promesas de recortar el coste de la vida, y han tratado de tejer un delicado equilibrio en otros asuntos con los que Trump arrasó en campaña: desde la inmigración a los derechos de los transexuales.

Si las dos consiguen imponerse en sus respectivas contiendas, es más que probable que los demócratas apuesten por ese modelo dentro de 12 meses, en las elecciones de medio mandato —que renuevan todos los escaños de la Cámara de Representantes y un tercio del Senado— en las que se juegan el regreso al centro del escenario político o quedar en la irrelevancia.
En un Estado púrpura (aquel que tiene más o menos tantos votantes republicanos como demócratas) que en las últimas dos décadas ha solido apoyar a los demócratas, Spanberger cuenta con una cómoda ventaja sobre su oponente, la vicegobernadora Winsome Earle-Sears, según los sondeos. Las encuestas también apuntan a que Sherrill, en un Estado tradicionalmente demócrata en el que los republicanos han ido ganando terreno, se encuentra en empate técnico con su rival, el legislador estatal Jack Ciattarelli.

Sherrill y Spanberger tienen muchas más cosas en común que una plataforma electoral similar. Ambas forman parte de la misma camada política, la “oleada azul”(por el color del Partido Demócrata) que se hizo con el control del Congreso estadounidense en las elecciones de medio mandato de 2018, en medio de una profunda insatisfacción ciudadana con la primera legislatura de Donald Trump. Ambas ganaron por primera vez aquel año un escaño en la Cámara de Representantes, y son amigas desde entonces.
También comparten perfiles similares: la virginiana fue agente de la CIA y operativa antinarcóticos antes de entrar en política; la de Nueva Jersey es expiloto de helicópteros de la Marina. La primera tiene tres hijas en edad escolar; la segunda, cuatro niños. Las dos compartieron en el Capitolio un interés por la seguridad nacional y una obsesión por los detalles legislativos.
Ahora, ambas aseguran que les mueven los problemas de sus respectivos Estados, pero no pueden evitar la sombra de Trump sobre sus comicios. Una sombra que explica, en parte, las diferencias en intención de voto que las encuestas adjudican a cada una.

En Virginia “Trump es tremendamente impopular, y lo ha sido siempre”, explica el catedrático Larry Sabato, director del Centro de Análisis Político de la Universidad de Virginia y uno de los analistas electorales de mayor prestigio en Estados Unidos. “Era un Estado que fue muy republicano, pero que detesta a Trump. Eso, unido a cambios demográficos en el norte (vecino a Washington, y muy dependiente de todo lo que ocurra en la capital), lo ha empujado a votar cada vez más demócrata”.
“Spanberger encaja en Virginia. Estuvo entre los legisladores más bipartidistas de la Cámara de Representantes. Es moderada, algo que los votantes del Estado prefieren: jamás votarían por un Bernie Sanders o una Alexandria Ocasio-Cortez (ambos del ala progresista)”, prosigue el analista. “Su oponente, Earle-Sears, una antigua marine, es en cambio muy, muy dura”. La republicana ni siquiera llegó a recibir hasta el último momento, y de modo muy tibio, el respaldo de Trump.
A todo ello se suma el efecto desproporcionado que las políticas económicas de Trump han tenido en ese Estado, donde residen muchos de las decenas de miles de funcionarios y contratistas federales afectados primero por los despidos impuestos por el Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), después por recortes presupuestarios y ahora por el cierre de la Administración, que les ha dejado sin paga desde hace un mes. Una encuesta publicada en octubre por la firma Public Policy Polling reflejaba que el 46% de los votantes del Estado culpa a los republicanos del cierre presupuestario del Gobierno, por el 37% que responsabiliza a los demócratas.

En cambio, Nueva Jersey es fronteriza con Nueva York, el Estado del que surgió el actual presidente, y ve con mucha más simpatía a un presidente que casi considera como uno de los suyos, puntualiza el académico: “Están acostumbrados a cómo se hacen las cosas en Nueva York, y Trump es muy neoyorquino”. Nueva Jersey no ha votado a un presidente republicano desde 1988, pero sí ha tenido dos gobernadores de ese partido a los que ha reelegido varias veces. Trump perdió en ese Estado por seis puntos porcentuales en 2024, frente a los 16 con los que quedó derrotado en 2020, y los 14 de 2016.
Mientras Sherrill proyecta una personalidad envarada, Ciattarelli “es un candidato mucho más suelto, más natural”. “Es más parecido a Trump en ese sentido. La gente se identifica con él, se lo pasa bien interactuando con él”, incide Sabato.
Incluso más clave que quién gane en esos comicios, apunta el analista, será por cuánto lo consiga. “Si Sherrill triunfa en Nueva Jersey pero lo hace por menos de tres puntos porcentuales [el resultado que indican las encuestas], los demócratas tendrán que preocuparse por ese Estado. Si Spanberger pierde en Virginia o es un resultado muy ajustado… los demócratas tendrán que concentrarse en la batalla por las presidenciales de 2028”.
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