Costanza Bonadonna: «Los volcanes más peligrosos son los que erupcionan con poca frecuencia»

Nació en uno de los países más habituados a los volcanes y trabaja para facilitar que se pueda convivir con ellos: «Lo más difícil ante una posible erupción es tomar la decisión de evacuar», asegura esta vulcanóloga italiana de la Universidad de Ginebra Leer Nació en uno de los países más habituados a los volcanes y trabaja para facilitar que se pueda convivir con ellos: «Lo más difícil ante una posible erupción es tomar la decisión de evacuar», asegura esta vulcanóloga italiana de la Universidad de Ginebra Leer  

Costanza Bonadonna (Pisa, 1971) nació en uno de los países más habituados a las erupciones y ha consagrado su vida a facilitar la convivencia de la población con los volcanes. Tras formarse e investigar en Italia, Reino Unido y Estados Unidos, esta vulcanóloga es actualmente profesora del Departamento de Ciencias de la Tierra de la Universidad de Ginebra y jefa del Programa para la Evaluación y Gestión de Riesgos Geológicos y Climáticos en este centro suizo.

La también presidenta de la Asociación Internacional de Vulcanología y Química del Interior de la Tierra fue una de las investigadoras que ha estudiado la erupción de 2021 en La Palma, una isla a la que regresó en mayo para participar en el festival de ciencia y música Starmus.

La vulcanóloga durante su conferencia en el festival Starmus, en Puerto Naos.
La vulcanóloga durante su conferencia en el festival Starmus, en Puerto Naos.MAX ALEXANDER

Unas semanas después, una impresionante erupción en el Etna, en Sicilia, sorprendía a decenas de turistas, que tuvieron que huir rápidamente de la montaña, mientras que la caldera volcánica en Campos Flégreos, cerca de Nápoles, está aumentando su actividad de manera preocupante. Los científicos como Bonadonna trabajan precisamente para que los habitantes de estas zonas puedan vivir de forma más segura.

Las erupciones volcánicas son destructivas pero también un espectáculo de la naturaleza. En Italia tienen varios volcanes activos, ¿qué le fascina a usted y qué le llevó a convertirse en vulcanóloga?
Sí, en Italia estamos bastante expuestos a varios peligros naturales: tenemos volcanes, terremotos, deslizamientos de tierra…. Crecemos con esta relación con la naturaleza, y es algo que personalmente siempre me ha fascinado. Cuando me planteé qué estudiar, me influyó la visita que hizo a nuestra escuela de Secundaria Franco Barberi, que es un vulcanólogo italiano muy importante. Nos contó cómo había gestionado una erupción en el Etna, y su estrategia para que la lava no impactara en uno de los pueblos más expuestos. Me pareció fascinante cómo conseguimos convivir con la fuerza de la naturaleza. Decidí estudiar geología, comencé a hacer modelización de ceniza volcánica, y tuve la suerte de poder ver el impacto directo en la población de las erupciones, por lo que he trabajado mucho en la prevención de riesgos. Me interesa cómo estos procesos físicos interactúan con personas y factores como la peligrosidad, la vulnerabilidad y la resiliencia. Finalmente, me fui a Ginebra porque era la sede de Naciones Unidas y quería trabajar con las personas que se dedican a diferentes aspectos del riesgo. Además, tuve la oportunidad de profundizar en mis estudios en vulcanología física. Allí hemos construido, por ejemplo, una galería de viento para estudiar la caída de las partículas volcánicas.
Muchas personas, en diferentes países, viven cerca de un volcán y se ven afectadas cuando hay una erupción. Hay quién se pregunta por qué viven en esas zonas, pese al riego. ¿Cómo lo explicaría?
Los volcanes tienen ese aspecto de peligrosidad y riesgo, pero también permiten fertilizar el suelo, que es uno de los principales atractivos de estas regiones y una de las razones principales por las cuales los habitantes de estas zonas destruidas regresan tras una erupción. El primer impacto obviamente es la destrucción, pero los nutrientes de los materiales que expulsan son los que hacen el suelo fértil. Y luego está la belleza natural que suelen tener estos lugares, pero lo más importante es el aspecto de subsistencia. Por ejemplo, junto al volcán Soufrière Hills de la isla de Montserrat [un territorio británico de ultramar en el Caribe] había campos cultivados y con animales pastando. Hubo que evacuar por una erupción en 1997 y, aunque por la noche iban a dormir a zonas más seguras, volvían durante el día. Sobre todo, cuando hay erupciones muy largas, como ésta, que duró varios años, no pueden marcharse del todo, pues no tienen con qué mantenerse, así que vuelven a trabajar a la tierra y, desafortunadamente, hubo fallecidos en la zona evacuada. Al final, lo que atrae a las personas es sobre todo la fertilidad del lugar, la oportunidad de trabajo y el sentido de pertenencia a un lugar. La percepción del riesgo también es importante. Un ejemplo clásico son los volcanes que erupcionan con mucha frecuencia, como el Etna. La gente no construye su casa muy cerca porque sabe que al cabo de poco tiempo puede quedar destruida. Es decir, cuando estamos expuestos frecuentemente a erupciones, las personas consiguen convivir con el volcán. El problema son los que entran en erupción con mucha menos frecuencia, como el Vesubio, que es el más famoso de Italia, o el de Campos Flégreos, que es el volcán más peligroso que tenemos en mi país.
¿Y en qué situación se encuentran ahora el Vesubio y la caldera de Campos Flégreos?
El Vesubio tuvo su última erupción en 1944 y está activo, pues se considera activo cuando ha tenido una erupción en tiempo histórico o en los últimos 10.000 años. Está activo pero ahora no da señales de erupción inminente. Más problemática es la caldera volcánica de Campos Flégreos, que en estos momentos está muy activa. En los últimos años ha aumentado mucho su actividad. Su última erupción fue en 1538, por lo que no está en la memoria histórica de la población actual. Las personas se acostumbran a él como si fuera una característica topográfica de su paisaje. Lo ven a diario, pero no lo imaginan en erupción. Además, las erupciones de volcanes que entran en erupción con frecuencia suelen ser menos peligrosas porque emiten poco material. Sin embargo, si erupcionan menos, la cámara magmática se llena durante mucho tiempo, de modo que, en general, cuanto más tarda, más grande será. Por ello, los más peligrosos son aquellos a los que la gente se ha habituado y por tanto, es en estas zonas donde tenemos más necesidad de intervenir con estrategias de concienciación.
Usted fue una de las vulcanólogas que vino a La Palma durante la erupción de 2021 del Tajogaite (antes llamado Cumbre Vieja). ¿Cómo valora la gestión que se hizo durante la emergencia?
Es un volcán muy interesante. La erupción precedente, la de 1971, tuvo lugar en el punto más al sur de la isla, donde no había muchas estructuras, y duró menos de un mes, así que incluso en este caso no existía la percepción en la población de que una erupción pudiera impactar tanto a esta isla. El problema de los volcanes monogenéticos como el de Cumbre Vieja, en La Palma, es que cada vez que erupciona abre una boca nueva, se crea un nuevo cono, un nuevo volcán, y no sabes dónde será, si más al norte o al sur. Según por dónde salga, afectará a una zona u a otra de la isla, no puedes preverlo con mucha antelación. Estos volcanes necesitan romper la superficie para que salga el magma, por eso se llaman volcanes de conducto cerrado. Se puede prever una erupción a corto plazo porque el magma tiene que salir rompiendo las rocas, y al romperse las rocas se producen terremotos, por eso hay un enjambre sísmico que precede la erupción. En La Palma, el enjambre sísmico comenzó el 11 de septiembre, y la erupción se inició el 19, pero no se sabía dónde se abriría la boca.
Desde el 11 de septiembre hubo miles de terremotos en la zona cercana a Cumbre Vieja, ¿era seguro que iba a haber una erupción?
Sí, sabían desde el 11 de septiembre que era muy probable tener una erupción. Los terremotos van siendo cada vez más superficiales, pero no puedes saber ni cuándo ni por dónde va a salir el magma. Y ese es el problema, porque había una gran zona en la que podría iniciarse la erupción. El magma comenzó a salir por una zona, pero podría haber salido por otra, o por varias. Por eso la monitorización es esencial. Los terremotos, la deformación y el gas son los tres aspectos principales que se monitorizan, y aquí en La Palma lo hicieron muy bien. Es necesario tener esos tres factores porque además de los terremotos, la composición del gas proporciona indicaciones de la posible procedencia magmática. Cuando tienes esos tres elementos podemos tener más certeza sobre el potencial de una erupción. Sin embargo, en este caso, al no saber dónde se abriría la boca, desafortunadamente hubo muy poco tiempo para evacuar a la gente que tenía las casas más cerca del cono, y que son las que quedaron destruidas muy rápido, pues la gran mayoría fue evacuada cuando comenzó la erupción. Sólo las personas más vulnerables se evacuaron antes por precaución.  Yo creo que la gestión de la evacuación en La Palma se hizo como se podía hacer. El problema es que, si evacuas con mucha antelación, por si acaso, y luego no pasa nada, la gente vuelve enfadada a sus casas y comienza a desconfiar de los científicos y de las autoridades locales. Ocurrió en los años 80 en Campos Flégreos, donde no hubo erupción finalmente. También ocurrió en Indonesia, pasó el tiempo sin que comenzara la erupción, la gente volvió a sus casas pese a que no se le había autorizado a hacerlo, y entonces se produjo y hubo fallecidos. La gestión de la erupción de 1991 del Pinatubo, en Filipinas, se considera un éxito. Se evacuó con antelación a miles de personas, que se salvaron del peligro de los flujos piroclásticos. Las personas que lamentablemente murieron en ese episodio lo hicieron principalmente por el derrumbe de los techos debido a la acumulación de ceniza. Lo más difícil en la gestión es tomar la decisión de evacuar.  Una complicación añadida en el caso de La Palma fue que no se sabía dónde se abriría la boca y, por tanto, qué zona evacuar.
Cada vez hay una mayor monitorización de los volcanes, con más instrumentos. ¿Ve posible que se pueda mejorar la predicción de una erupción y saberlo con horas o días de antelación?
Depende del volcán. Los de conducto cerrado son más sencillos de prever porque hay más señales de monitorización, como la deformación, porque se alarga el edificio para que el magma pueda salir; los terremotos, porque se rompen las rocas; y el gas, que cambia de composición. Los de conducto abierto como el Etna, son más difíciles. Ahora se está poniendo en marcha un monitoreo más adecuado para el caso de volcanes de conducto abierto como, por ejemplo, el monitoreo acústico, que puede prever una fuente de lava 20-30 minutos antes. Desgraciadamente, también hay erupciones que se producen sin muchos precursores y en ese caso, la gestión de la crisis y la evacuación de las personas es más difícil.
Todos recordamos la erupción del volcán islandés Eyjafjallajökull de 2010, que tuvo un gran impacto en la aviación civil porque se cerró el espacio aéreo. ¿Hay otros volcanes que potencialmente puedan ocasionar tantas nubes de cenizas y volver a desatar un caos en la aviación?
La erupción de 2010 del Eyjafjallajökull fue en realidad pequeña. La estudié bastante porque generó muchos problemas para la aviación, y permitió hacer cambios en la manera en la que se modeliza la ceniza que emiten de cara a las previsiones (forecasting). Hasta ese momento la estrategia era de tolerancia cero, en el sentido de que se cerraba el espacio aéreo en cuanto había partículas de ceniza. Es algo que funcionaba en otros sitios del planeta donde la densidad de aviones es menor. En Europa hay una densidad enorme de vuelos, así que la tolerancia cero claramente no funcionó, porque hubo que cerrar todo el espacio aéreo. Así que se hizo una reunión entre ingenieros y todos los especialistas que se ocupaban de los motores de aviones para estudiar qué se podía hacer y se cambió la estrategia. En vez de tolerancia cero a las cenizas, empezamos a usar la concentración de ceniza que puede dañar los motores, lo que significó cambiar por completo la estrategia de previsión. Antes se usaban modelos para rastrear las partículas que te decían dónde había cenizas según la dirección del viento, pero no cuánta hay.  Ahora se utilizan sobre todo modelos para determinar las concentraciones, cuantos microgramos de partículas de ceniza por metro cúbico puede haber para que se pueda volar. Había momentos en los que había una cierta cantidad de ceniza en la atmósfera, pero no suficiente para dañar el motor y volaban. Aquí, en La Palma, las plumas llegaron hasta los ocho kilómetros de altura, pero estábamos al sur de Europa y no afectó mucho al espacio aéreo europeo. Por su posición, los volcanes islandeses son los que pueden tener mayor impacto en el espacio aéreo europeo.

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