El 14 de febrero de 2003, Dominique de Villepin, entonces ministro de Exteriores de Francia, levantó la voz y dijo no. Lo hizo en un discurso en la sede la ONU, cuando Estados Unidos planteaba la invasión de Irak y buscaba aliados para llevarla a cabo. “La opción de la guerra puede parecer, a priori, la más rápida. Pero no olvidemos que, después de ganarla, hay que construir la paz”, lanzó antes de recibir el aplauso de la sala y desafiar la hegemonía de Washington. Ahora, 22 años después, Villepin vuelve a la escena política con un nuevo partido y la voluntad de seguir oponiéndose al “vasallaje de Europa a EE UU”, tal y como explica en esta entrevista con EL PAÍS el jueves en una brasserie junto a los Campos Elíseos.
El ex primer ministro francés quiere presentarse a las presidenciales de 2027 con un nuevo partido que defiende la justicia social y la soberanía de Europa respecto a EE UU
El 14 de febrero de 2003, Dominique de Villepin, entonces ministro de Exteriores de Francia, levantó la voz y dijo no. Lo hizo en un discurso en la sede la ONU, cuando Estados Unidos planteaba la invasión de Irak y buscaba aliados para llevarla a cabo. “La opción de la guerra puede parecer, a priori, la más rápida. Pero no olvidemos que, después de ganarla, hay que construir la paz”, lanzó antes de recibir el aplauso de la sala y desafiar la hegemonía de Washington. Ahora, 22 años después, Villepin vuelve a la escena política con un nuevo partido y la voluntad de seguir oponiéndose al “vasallaje de Europa a EE UU”, tal y como explica en esta entrevista con EL PAÍS el jueves en una brasserie junto a los Campos Elíseos.
Villepin (Rabat, 71 años), primer ministro de Francia durante la presidencia de Jacques Chirac, alto, elegante y dialogante, es una rara avis de la política. Su idea de la justicia social y de la geopolítica, también su crítica a la masacre de Israel en Gaza —no niega que puede haber en marcha un proceso que desemboque en un genocidio— le convierten en un político difícil de clasificar. Desde su nuevo partido, La Francia humanista, pretende desafiar a la derecha tradicional, de la que formó parte, y asumir alguno de los postulados de la izquierda para recoser el país y cerrar las fracturas abiertas durante la era Macron.
Pregunta. ¿Se va a presentar a las elecciones presidenciales de 2027?
Respuesta. Falta tiempo todavía. Lo esencial hoy, en un momento de extrema gravedad, es proponer alternativas para evitar riesgos como el de la deriva identitaria: la tentación de buscar chivos expiatorios, de estigmatizar, de excluir. Nos enfrentamos a una transición geopolítica enorme agravada por la llegada de Trump, que cambia los equilibrios del mundo. Me preocupa especialmente la subida del populismo en Europa a través de las burbujas algorítmicas y cognitivas.
P. ¿Cómo puede intervenir en ese mundo Francia?
R. Primero, renovando su Estado y con una República que recupere la confianza. Hay un tema de agresión permanente, lo hemos visto últimamente con el ministro del Interior, Bruno Retialleau (Los Republicanos), atacando la importancia del Estado de derecho y diciendo que no es sagrado. Tenemos las capacidades para hacer frente a esos desafíos si podemos reconstruir la unidad y pensar el futuro.
P. ¿Cómo ha cambiado Francia desde que usted fue primer ministro y ministro de Exteriores?
R. Hemos visto crecer a los partidos extremistas, especialmente a la extrema derecha, que se nutre de la seguridad y de la batalla identitaria. Esa idea de que todos los problemas de Francia se explican con la presencia de los inmigrantes. Y esa polarización ha marcado la política, abriendo fracturas y tensiones y haciendo olvidar la realidad de unas políticas que no han sido ambiciosas y fieles al espíritu republicano.
P. ¿Como cuáles?
R. Una clave es la degradación de los servicios públicos. La escuela, los hospitales y todo lo que formaba el sentimiento de protección. Se ha degradado institucionalmente, pero también por una gran fractura territorial. Una parte de Francia se ha sentido abandonada: muchos barrios, pero también zonas rurales. Esa incapacidad de la política contrasta con lo que conocí.

P. Su partido de entonces, Los Republicanos, tampoco parece igual. ¿Queda algo del gaullismo que usted defendía?
R. El gaullismo está ausente, por eso he decidido volver: para que haya una voz que permita explicar la vocación de Francia en el mundo. El gaullismo, vinculado a los valores republicanos, a la autoridad del Estado para salir de las divisiones nacionales, ha desaparecido. Los Republicanos (LR) están embarcados en una carrera populista que vemos en Bruno Retailleau [ministro del Interior y presidente de la formación conservadora]. Una voluntad de cazar en las tierras del Reagrupamiento Nacional (RN) en temas de inmigración, seguridad, identidad… sin proponer soluciones concretas. Una panoplia de medidas sin otro propósito que identificar a LR en esa carrera con la extrema derecha. El país necesita un enfoque colectivo.
P. Escuchándole parece que lo tendría usted más fácil para pactar con la izquierda.
R. Lo que quieren los franceses son respuestas, y como no las encuentran en la política, adoptan lenguajes más radicales. Pero hay que recuperar el sentido de la política.
P. ¿Macron no lo ha logrado?
R. Cuando llegó hizo dos apuestas: una institucional y otra de eficacia. Se rodeó de personalidades nuevas, pero débiles en su experiencia y capacidades. El resultado es que ha ocupado todo el espacio, pero no es tiempo para hacer política solo. Hay que convencer en el espíritu colectivo. Y Macron no lo ha logrado. La segunda apuesta tampoco funcionó. En una democracia, el pueblo debe tener éxito, y hoy no es así. No hay resultado en política exterior, pese a las buenas intuiciones de Macron. No contamos ni en Gaza, ni en Irán, ni en las cuestiones de Ucrania. Estamos completamente sometidos a EE UU en asuntos geoestratégicos o económicos.
P. Se da por sentado que el RN estará en la segunda vuelta.
R. Nadie puede tener hoy certidumbres. Hay una gran fluidez. El RN, además, tiene dos momentos difíciles: el juicio, que probablemente termine con la inhabilitación de Marine Le Pen y abra el camino a su remplazo. Pero también un problema ideológico: ha abandonado muchas de sus posiciones fundacionales, como su oposición al euro o a la UE. Es un partido autoritario, más liberal y que sigue siendo muy identitario. Eso puede terminar en que devoren a Los Republicanos o en que pierdan terreno frente a ellos. Creo que asistiremos a una unión de derechas, porque dicen lo mismo. El único conflicto será por los nombres.
P. ¿Francia ha perdido el equilibrio entre orden republicano y la justicia social?
R. Las dos primeras decisiones que tomó Macron al llegar en 2017 fueron bajar las ayudas a la vivienda, en particular a los estudiantes, y suprimir el impuesto a las fortunas. Su apuesta era que el desarrollo de la economía beneficiaría a las empresas y luego todos los franceses disfrutarían de esa riqueza. Pero no ocurrió. La injusticia social ha aumentado, así como las fracturas. Desde 2023, el país está bloqueado. Y el problema es que esa idea de justicia social ausente se usa hoy con un espíritu de revancha: una Francia contra otra, el pueblo contra las élites. Yo quiero salir de esa oposición violenta para restablecer la unidad con políticas de orden republicano y de justicia social.
P. Nos adentramos en un mundo sin reglas. ¿Cómo debe moverse Francia y la UE?
R. Europa debe ser fiel a sí misma. Pero hoy somos vasallos de EE UU, que consideran que Europa es una variable de ajuste de su potencia. Y eso es extremadamente peligroso. Europa debe defender su soberanía, que se juega sobre tres exigencias: la militar, la económica y la tecnológica.
P. ¿Se puede hacer desde la unanimidad de los 27?
R. No, es difícil. Pero algunos países deben unirse en una avanzadilla para dar contenido concreto a esa soberanía. Se necesitan programas europeos sobre armamento indispensable a la UE, a Ucrania. Pero la soberanía económica y comercial serán esenciales también. Si no reaccionamos ahora, seremos borrados de la historia.

P. España se negó a aceptar el aumento del gasto exigido por EE UU en la última cumbre de la OTAN.
R. El espectáculo ofrecido por los países de la OTAN y su secretario general, Mark Rutte, fue doloroso. No fue un ejercicio de seguridad colectiva, sino de sumisión humillante para los países europeos. Entiendo el tema que se plantea en España, el riesgo de ver los tanques rusos entrar por los Pirineos es muy bajo. Pero la necesidad de hacer un esfuerzo suplementario en defensa es indispensable, aunque cada Estado lo haga a partir de su propia visión de la seguridad.
P. ¿Por qué en Francia es complicado mantener una postura equilibrada en el tema de Gaza sin ser tildado de antisemita o de sionista peligroso?
R. Yo no me posiciono en función de unos u otros, sino de la paz y la justicia, que pasa por el reconocimiento del Estado palestino. Pero también por defender la humanidad, la vida de personas, de niños. No tenemos la misma visión del derecho internacional y la justicia ahí que en Ucrania. Y los pueblos que nos miran desde el Sur Global, desde Asia… no lo entienden. En Francia el problema se debe a una falta de experiencia, de visión, de principios. También a divisiones muy profundas en la sociedad.
P. Mucha gente cree que lo que ocurre en Gaza es un genocidio o se le empieza a parecer.
R. Siempre he sido muy claro, estuve en el corazón de la decisión entre 2003 y 2005 de incluir a Hamás en la lista de organizaciones terroristas y el 7 de octubre condené los actos terroristas. Pero el Tribunal Internacional de Justicia ha dicho que hay un riesgo plausible de genocidio. Y la convención sobre los genocidios prevé que se actúe antes, no cuando ya es demasiado tarde. En el genocidio de Ruanda no esperamos al final para definir lo que ocurría. Además, hay una voluntad de un partido del Gobierno de Israel, también de la ultraderecha, de una limpieza del territorio. Han eliminado organizaciones humanitarias para sustituirlas por esa especie de fundación humanitaria que se muestra impotente. Es escandaloso.
P. ¿Es posible llegar a la solución de los dos Estados?
R. Lo interesante de la última visita de Netanyahu a Washington es que no fue tratada como las anteriores. Mi convicción es que Trump presiona fuertemente para que acepte un alto el fuego. ¿Creará las condiciones para una solución política? Si tiene la más mínima ambición de paz, es indispensable. Y como sabemos que quiere normalizar las relaciones de Israel con los países árabes, especialmente Arabia Saudí, que pone como condición la paz, hay bases para que podamos avanzar. Pero será difícil convencer a Netanyahu. Hay un trabajo diplomático donde debería entrar Europa.
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