El deporte no es política

No hace falta irse a los tiempos de la guerra fría para remendar la archifamosa frase de Von Clausewitz, aquello de “la guerra es la continuación de la política por otros medios”, sustituyendo “guerra” por “deporte”. El deporte es política, lo ha sido siempre. El medallero olímpico es otra manera de hacer política, o casi diría que es una manera incruenta de continuar la guerra, porque el deporte, el deporte profesional, es un escaparate, y como tal no puede escapar de la lógica política y geopolítica en la que los países se enfrentan, unos ganan y otros pierden, incluso cuando quien se enfrenta son individuos que no ejercen ninguna representación oficial de su país, y aun así sus victorias se entienden y se exaltan como hitos “nacionales”, hasta el punto de hacerles ondear la bandera correspondiente, ya seas un campeón de moto GP o de Roland Garros.

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 El medallero olímpico es otra manera de hacer política porque el deporte profesional no puede escapar de la lógica política y geopolítica en la que los países se enfrentan  

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El medallero olímpico es otra manera de hacer política porque el deporte profesional no puede escapar de la lógica política y geopolítica en la que los países se enfrentan

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No hace falta irse a los tiempos de la guerra fría para remendar la archifamosa frase de Von Clausewitz, aquello de “la guerra es la continuación de la política por otros medios”, sustituyendo “guerra” por “deporte”. El deporte es política, lo ha sido siempre. El medallero olímpico es otra manera de hacer política, o casi diría que es una manera incruenta de continuar la guerra, porque el deporte, el deporte profesional, es un escaparate, y como tal no puede escapar de la lógica política y geopolítica en la que los países se enfrentan, unos ganan y otros pierden, incluso cuando quien se enfrenta son individuos que no ejercen ninguna representación oficial de su país, y aun así sus victorias se entienden y se exaltan como hitos “nacionales”, hasta el punto de hacerles ondear la bandera correspondiente, ya seas un campeón de moto GP o de Roland Garros.

De ahí que la apelación a “separar” política de deporte, tan manoseada en estos días a raíz de las protestas contra la masacre de Gaza en la vuelta ciclista a España, no deja de ser tramposa. Los mismos que apelan a no hacer política con el deporte son los que no tuvieron ningún reparo en castigar a los equipos rusos por la invasión de Ucrania con la exclusión de todas las competiciones. ¿No era política aquello? Bien, pongamos que no. Pongamos que aquella decisión, ampliamente respaldada, no obedeciera a motivaciones políticas sino de respeto a la legalidad internacional, puesto que Rusia había invadido un Estado soberano (no se me ocurre cosa más política que esta, pero bueno). Si esa fuese la razón de la exclusión de los equipos rusos, ¿estamos diciendo que invadir un Estado vecino es merecedor de exclusión, pero aniquilar a más de sesenta mil personas indefensas no?

No, claro. Los defensores de la separación estricta entre deporte y política deben considerar que la invasión rusa de Ucrania es un tema de patriotismo, mientras que la limpieza étnica en Gaza es “política”, y la “política”, nos lo dicen ellos y lo tendremos que creer, es algo esencialmente malo, que trae problemas y enfrenta a las personas, mientras que el patriotismo es sano y une, como hemos comprobado cada vez que Alcaraz gana un torneo o la roja se clasifica para un mundial. Eso no es política, por favor, eso es deporte. El deporte, por definición, es algo noble, sano y limpio. La política, en cambio, parece ser algo sucio y desagradable. Visto así, un genocidio es el culmen de la política.

Tendremos que admitir, siguiendo este razonamiento tan aséptico y neutral, que la vuelta ciclista es sólo deporte (y Eurovisión es sólo música). Lo de Gaza, en cambio, es “política”, por lo que debe mantenerse a una prudente distancia del sano ejercicio del deporte. No vaya a ser que tanta sangre y tantos escombros acaben manchando los impolutos (y nada políticos) maillots de los corredores. Y las no menos impolutas y nada políticas cuentas de resultados de organizadores y patrocinadores.

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