El inédito momento vivido en El Grand Prix: la emoción de Ramón García ante el llanto y el desconsuelo de un alcalde

Ramón García no es de los presentadores que evite mostrar sus sentimientos. Sin embargo, anoche el presentador de El Grand Prix vivió un momento que pocas veces se ha vivido en el programa de La 1, un momento que da sentido a El Grand Prix, que explica lo que es en realidad El Grand Prix Leer Ramón García no es de los presentadores que evite mostrar sus sentimientos. Sin embargo, anoche el presentador de El Grand Prix vivió un momento que pocas veces se ha vivido en el programa de La 1, un momento que da sentido a El Grand Prix, que explica lo que es en realidad El Grand Prix Leer  

Ramón García lo ha dicho muchas veces, «El Grand Prix es mucho más que un programa de televisión». Más allá de que el programa de La 1 haya conseguido la gesta de reunir a distintas generaciones frente al televisor, El Grand Prix es una oportunidad para visibilizar los pueblos de España, la España vaciada de la que tanto se habla. Es una verbena, una fiesta, unos juegos olímpicos rurales en los que los pueblos elegidos para participar, además de divertirse, lo viven como la gran oportunidad que es.

Consciente Ramón García y el equipo de El Grand Prix de esto, en cada programa es inevitable que el presentador no se deje llevar por las emociones. Le da igual si es al hablar con algún vecino de los pueblos, con los alcaldes o con sus compañeros. Decir El Grand Prix y decir Ramón García va unido por un cordón umbilical, esta vez, más que visible.

Sin embargo, anoche, Ramón García vivió uno de sus momentos que pocas veces se ven en televisión y que, aunque parezca sorprendente, tampoco se había visto antes en El Grand Prix. Fue el último programa clasificatorio -ya sólo quedan las dos semifinales y la gran final-. Un programa que prometía emociones fuertes entre los tarraconenses de L’Alborç, apadrinados por el polifacético Gorka Rodríguez, y los vecinos del municipio madrileño de Cubas de la Sagra, arropados por Henar Álvarez. Cumplió con lo prometido.

El espíritu de El Grand Prix brilló con más fuerza que nunca. Entre las pruebas que hicieron sudar, reír y gritar a participantes y espectadores se encontraron clásicos como Súperbolos, los alocados Pingüinos Matemáticos o la emocionante yincana de Los Súpercocineros.

Aunque L’Arboç fue por delante al inicio de la noche, los madrileños de Cubas de la Sagra conseguieron dar el sorpasso. Ya se sabe que en El Grand Prix es la prueba de El diccionario la que marca el final, una prueba que ha visto caer a grandes participantes y que ha aupado a otros que se veían con un pie fuera del programa. Y, esto, tan habitual en El Grand Prix es lo que ocurrió anoche.

El equipo catalán llegaba a El diccionario con 22 puntos frente a los 19 del equipo madrileño. En la primera palabra, Cubas de la Sagra respondía que «aguatocha» sí existe, subiendo tres puntos a su marcador e igualándose con 22 puntos a L’arboç. Por su lado, L’arboç aseveraba que «banzón» sí aparece en el diccionario y al ser verdad también subían tres puntos poniéndose con 25.

En su segunda palabra, los madrileños tenían que averiguar si «gobete» aparece o no en la RAE. Dijeron que no, acertaron y volvieron a empatar con los catalanes. Mientras, L’arboç aseguraba que «kapí» no existe y al acertar también subían su marcador a 28 puntos.

En la tercera ronda, Cubas de la Sagra respondía que «dorondón» sí aparece en el diccionario de la RAE. Era verdadero y, por tanto, sumaban 28 puntos. Empataban de nuevo con L’arboç, pero… la localidad catalana seguraba que «cervar» existe y fallaron. Perdían tres puntos y se quedaban fuera de la semifinal al quedarse con 25 puntos. Nada raro en El Grand Prix, pues cosas como ésta pasan prácticamente en cada programa. Lo que no pasa es el llanto del alcalde de L’arboç. Un llanto que emocionó a Ramón, a LalaChus, a Ángela Fernández, a la alcaldesa de Cubas de la Sagra, al pueblo madrileño, a los espectadores, por supuesto.

Mientras Ángela Fernández intentaba consolar a Joan Sans, el alcalde de L’arboç, que no podía contener las lágrimas, Ramón García paraba por unos instantes el programa. «Ha sucedido una cosa que a mí me toca el corazón, que es la emoción de este hombre», soltaba un Ramón García con la voz cortada y conteniendo las lágrimas mientras señalaba a Joan y se fundía en un abrazo con él ante la atenta mirada del resto del equipo de El Grand Prix.

«Me he emocionado yo», decía Ramón García, mientras Henar Álvarez, la madrina de Cubas de la Sagra se lanzaba también a abrazar al alcalde de L’arboç. Pero sucedía algo todavía más increíble, los gritos y la ovación de toda la grada ocupada por el pueblo madrileño. «¡Joan, Joan, Joan!», chillaban, mientras Ramón García le señalaba al alcalde lo que estaba ocurriendo. Los pelos como escarpias.

«Así es el juego, así son las puntuaciones. Ganador de esta noche el equipo madrileño de Cubas de la Sagra«, cerraba Ramón García mientras Joan Sans seguía completamente emocionado y roto por la derrota de su equipo y de su pueblo. En ese momento aparecía en escena María Fernanda, la vaquilla de El Grand Prix que sin pensarlo dos veces acudió directa a los brazos de Joan, que volvía a emocionarse.

«Los dos habéis jugado fenomenal, pero siempre tiene que ganar uno. Los padrinos lo habéis hecho muy bien, los asesores también, pero… Tania, Joan, que hoy se ha convertido en el emblema de la emoción de El Grand Prix. Un Grand Prix muy importante porque es el quinto programa», culminaba Ramón García antes de hacer el repaso de los pueblo que pasan a las semifinales -Herencia, Urduliz, Cubas de la Sagra y San Sebastián de La Gomera-. Las lágrimas de Joan Sans, sí fueron el emblema de la emoción, de la emoción que supone para las localidades participar en El Grand Prix.

El Grand Prix no es un sólo un programa de televisión, como bien recuerda Ramón García. El Grand Prix es lo que se vio anoche con Joan Sans, con la grada del equipo contrario animando al alcalde, con Ramón García, emocionado. No hace falta que Ramón García nos diga lo que es, pues las lágrimas de Joan hablaron por sí solas.

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