La ficción se ha convertido en un fenómeno mundial tras seducir al público millennial con una fórmula que apela a la nostalgia: «Hay una obsesión con no crecer, un regodeo en la juventud o la adolescencia», explica un experto en cine Leer La ficción se ha convertido en un fenómeno mundial tras seducir al público millennial con una fórmula que apela a la nostalgia: «Hay una obsesión con no crecer, un regodeo en la juventud o la adolescencia», explica un experto en cine Leer
La hecatombe colectiva que ha devuelto a millones de espectadores la emoción del primer flechazo llega este miércoles a su fin. Se vendió como una serie para adolescentes, pero no es raro encontrar a una mujer millennial que la haya visto y se haya obsesionado -aunque sea sólo un poco- con el triángulo amoroso más comentado del verano.
De eso precisamente trata la serie El verano en que me enamoré(Prime Video). En caso de que se haya perdido el revuelo -quizá porque ha estado ocupado viviendo en el mundo real, uno en el que dos hermanos no se pelean por la misma chica– permítame situarlo en contexto.
Basada en la trilogía de Jenny Han, quien en un claro ‘yo me lo guiso yo me lo como’ también firma como guionista y productora, la serie sigue a Isabel Belly Conklin (Lola Tung) durante sus vacaciones de verano en un casoplón del ficticio pueblo costero de Cousins, donde convive con los hermanos Fisher: Conrad (Christopher Briney) y Jeremiah (Gavin Casalegno).
La serie arranca, tal y como sugiere su título en inglés, The Summer I Turned Pretty (TSITP), en el verano en que la protagonista cumple 16, «se vuelve guapa» y, de pronto, algo en los hermanos Fisher hace clic: empiezan a fijarse en ella. Lo que sigue es una telenovela amorosa de manual, con todos los arquetipos, clichés de revista y giros previsibles que uno espera del género.
A ello se le añaden un par de ingredientes que intensifican el melodrama: la madre de los Fisher, Susannah, muere de cáncer entre la primera y la segunda temporada; y ahora, en la tercera, Belly, que lleva enamorada de Conrad desde los 10 años, decide que casarse con el otro hermano es, aparentemente, una gran idea.
Puede que la trama suene a adolescentada total. Y en parte lo es: los libros de Han están catalogados como literatura juvenil. Pero esa etiqueta no ha impedido que millones de millennials se enganchen sin poder (ni querer) evitarlo a este romance de veinteañeros.
Y sí, se habla de millones de personas pegadas cada miércoles a la pantalla. Solo los dos primeros episodios de la tercera temporada, que además será la última, reunieron a 25 millones de espectadores, de acuerdo con datos de la propia Prime Video. ¿El público mayoritario? Mujeres de entre 25 y 54 años, de acuerdo con la firma Luminate, especializada en análisis de entretenimiento (música, cine y televisión).
Está en todas partes: en las conversaciones cotidianas y, sobre todo, en las redes sociales. Tiktok, se ha convertido en el gran escaparate, con vídeos que acumulan miles de visualizaciones y en los que los fans comparten teorías, diseccionan escenas y hasta recrean diálogos.
Tan fervorosa y desbordante es la base de fans de que la plataforma llegó incluso a pedir por favor que se calmaran. «La serie no es real, pero las personas que interpretan a los personajes sí lo son», escribió Primer Video en un comunicado oficial difundido en las cuentas de la serie en redes sociales, acompañado de un vídeo con un lema irónico: «El verano en que empezamos a comportarnos con normalidad en internet».
Los seguidores viven la trama como si fuese propia, defendiendo a su hermano favorito a capa y espada. Ser team Conrad o team Jeremiah no es un simple detalle: lo condiciona TO-DO, desde los debates en redes sociales hasta la manera en que se disfruta cada episodio.
Elegir entre ambos no es solo cuestión de guapo favorito. «Es el eterno dilema de las mujeres: el chico que te da pasión y adrenalina pero te hace sufrir, frente al que te ofrece estabilidad y compromiso, aunque pueda resultar más previsible», señala la psicóloga Lara Ferreiro, autora de ¡Ni un capullo más!: El método definitivo para quererte y encontrar a tu pareja perfecta (Grijalbo).
Ferreiro lo resume como la «teoría del péndulo». Oscilar entre el amor intenso y turbulento, que engancha, y el amor estable y seguro, que aporta calma pero puede parecer menos excitante. «Es un debate muy binario, casi de cero y uno. La polarización hace que tengas un deseo de pertenecer a un grupo. Y con eso juega muy bien la serie», añade.
Que le guste un personaje u otro dice mucho de su persona. Conrad, por ejemplo, representa el apego evitativo: alguien reservado, melancólico, inteligente, pero distante, que no muestra fácilmente sus emociones. «Quienes se inclinan por él suelen ser personas más introspectivas, románticas y sensibles, que buscan emociones fuertes», precisa Ferreiro.
También, como detalla, pueden identificarse con Conrad mujeres con apego ansioso, tendencia a idealizar relaciones complejas o incluso lo que la experta llama el «síndrome de Wendy»: querer salvar o sanar a la pareja dañada. «Yo soy team Conrad porque me gusta lo imposible», bromea Ferreiro, que admite sentirse atraída por ese tipo de amor turbulento. «Como psicóloga creo que va a cambiar, la reinserción del fóbico… Me genera mucha más adrenalina«.
Si Conrad encarna la intensidad del amor imposible, Jeremiah representa la otra cara de la moneda: la estabilidad. «Quienes han sufrido más, están cansadas de lo tóxico o vienen escarmentadas de algún Conrad en su vida, suelen inclinarse por relaciones más equilibradas y de respeto mutuo», agrega Ferreiro.
Para la psicóloga, Jeremiah encarna en apariencia un modelo de apego seguro, alguien disponible y comunicativo. «El 50% de la población tiene este tipo de apego son personas sanas en el amor, que saben expresar lo que sienten y dicen lo que piensan».
Aunque el personaje tampoco es perfecto. «Jeremiah tiene rasgos de apego ansioso. Su dependencia emocional hacia Belly es enorme, necesita validación constante y a veces recurre a una forma de manipulación sutil, con ese mensaje implícito de ‘yo siempre te cuido’, que genera una relación de dependencia», matiza Ferreiro.
La trama, además, enreda todavía más la complejidad cuando el chico llega a ser infiel. «Es pura inmadurez emocional, una relación tirita por orgullo. En vez de llorar y pasar un duelo, prefiere comportarse así. Ahí es cuando se nota que sigue siendo un niño«, sentencia la psicóloga.
El dilema, además de dividir a los fans, actúa como una especie de regurgitador de la memoria. Más allá de quién sea «el hermano ideal», la serie conecta con la huella imborrable del primer amor. No es extraño ver a madres e hijas enganchadas a la trama. «Al ver a los personajes, muchos adultos reviven emociones dormidas de su adolescencia: la ilusión, la vulnerabilidad, la ingenuidad de los 16 años», indica Ferreiro.
La serie permite a los espectadores proyectar sus propias historias y preguntarse qué habría pasado si hubiesen tomado otras decisiones: ‘¿Elegí bien?’. ‘¿Y si me equivoqué al dejar pasar a mi gran amor?’. ‘¿He acabado con un Jeremiah de la vida porque me ofrecía estabilidad?’.
Para Alberto Rey, periodista especializado en series y cine, Jenny Han sabe aplicar con precisión las «leyes de la nostalgia». «Este fenómeno, que yo creo que no empieza con los millennials sino un poco antes, con los últimos de la generación X, es una obsesión con no crecer, una especie de regodeo en la juventud o en la adolescencia», desarrolla.
Los episodios, por ejemplo, se estrenan semanalmente. Nada de lanzarse todos de golpe para devorarlos en un día. Es una táctica poco común en la era del streaming, pero que recupera la manera en la que se seguían las series antes de la irrupción de las plataformas digitales. Jenny Han la ha aplicado en cada temporada y, además, ha hecho coincidir el desarrollo de la trama con los meses de verano.
Ese goteo semanal no solo recupera la liturgia de esperar el siguiente capítulo, también traslada a la época dorada de los dramas adolescentes de los 2000, cuando títulos como The O.C., One Tree Hill o Dawson Crece marcaban la conversación cultural.
El escenario, además, refuerza la conexión: playas, fogatas y muelles que remiten a la iconografía clásica del género. «Al final las referencias que hacen estas series a veces es a sí mismas, pero otras veces son a productos anteriores. Es un poco la derivada del contenido: si te gustó tal serie, te gustará esta otra», añade Rey.
Ese regodeo nostálgico es reforzado por el poder de la música. Basta un ejemplo: la primera aparición de Conrad en la tercera temporada llega acompañada por Can’t Stop, de Red Hot Chili Peppers, un clásico del cambio de siglo. «Los 90 fueron la época con mayor cantidad de cultura pop y, a la vez, la época en la que la cultura pop era unitaria», apunta Rey. «Hay canciones de ese momento que no me gustan, pero me las sé enteras. Y eso es muy significativo de cómo funciona».
El guiño generacional se combina con un repertorio mucho más contemporáneo. Desde la primera temporada, Jenny Han dejó muy claro que TSITP es también para las Swifties. En casi todos los capítulos, sale alguna canción de Taylor Swift. A ese universo se suman, además, los temas de Olivia Rodrigo, Phoebe Bridgers y Gracie Abrams. Referentes de la cultura pop actual. Los fans incluso especulan con que Swift podría estrenar el primer single de su próximo álbum, The Life of a Showgirl, en el capítulo final.
No es que El verano en que enamoré la haya visto «todo el mundo», como puntualiza Rey, sino que ha sabido conquistar un público muy específico y, al mismo tiempo, enorme: un nicho intergeneracional para el que este tipo de series lo son absolutamente todo. Tanto, que la discusión se vuelve inevitable.
¿Y usted, es team Conrad o team Jeremiah?
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