Elon Musk crea un Disneyland de cohetes en Cabo Cañaveral: «El 41% de los turistas quiere ver un lanzamiento»

Mientras el turismo se dispara en la Costa Espacial de Florida y se proyecta la apertura de 17 nuevos hoteles hasta el 2028, vecinos y pescadores temen al ruido, la contaminación y la falta de agua por la multiplicación de los despegues: «Antes había un deber patriótico, pero SpaceX no es la NASA» Leer Mientras el turismo se dispara en la Costa Espacial de Florida y se proyecta la apertura de 17 nuevos hoteles hasta el 2028, vecinos y pescadores temen al ruido, la contaminación y la falta de agua por la multiplicación de los despegues: «Antes había un deber patriótico, pero SpaceX no es la NASA» Leer  

Poco después de las nueve de la noche, en la terraza del Space Bar, cerca de un centenar de personas se preparan para presenciar el espectáculo pirotécnico de un solo cohete. Para servir las copas, Karl se ha puesto una camisa con motivos astronómicos, que combina con latas de cerveza llamadas Space Coast, Lucky Launch o Starbase, y cócteles estelares como el néctar de Neptuno y la limonada de Andrómeda.

En el horizonte de Cabo Cañaveral, una luz centellea a gran velocidad entre cuatro postes. Desde allí despegará un Falcon 9 de SpaceX, según el programa de actividades del Hotel Courtyard by Marriott de Titusville, con una carga española, el satélite militar SpainSat NG II. Un turista japonés cuenta que ha viajado hasta Florida solo para presenciar el espectáculo. Sin embargo, nada más llegar a la recepción hotel, una pantalla con alertas de lanzamiento le anunciaba que en dos días podría ver otro, una misión de satélites Starlink que despegaría a las 10.27 de la mañana. Y otro más, cinco días más tarde, a las 9.14. «Están saliendo como dos a la semana», cuenta Karl. Si uno tiene suerte, hasta puede ver un par de despegues en un día, o una parte del Falcon aterrizando, aunque, de esos, «sólo se ven uno de cada diez».

La Space Coast (la Costa Espacial) está de moda. Algo más de 110 kilómetros de playas con vistas al Océano Atlántico, de espaldas a los ríos Indian y Banana, y salpicados de pantanos y manglares en los que se mezclan caimanes, manatíes y delfines con cohetes espaciales. Recorre los condados de Brevard, Daytona Beach y Palm Bay quienes, en un capricho telefónico, adoptaron el código 321 de una cuenta atrás. La Costa Espacial es el hogar del Centro Espacial Kennedy o, como dicen los carteles de sus carreteras, ‘Where Space begins’ (Dónde comienza el espacio).

La Costa vio su primer despegue en los 60, con los programas Mercury, Gemini y Apolo de la NASA, que culminaron con la llegada del hombre a la luna. Un segundo en los 80, con los transbordadores espaciales, hasta que ocurrieron los accidentes del Challenger y el Columbia, en los que perdieron la vida 14 astronautas. Y ahora hace caja con un tercero, de la mano de Elon Musk y su SpaceX, quienes han convertido los despegues y aterrizajes de cohetes en una atracción turística. Sus invitados VIP y clientes reciben una bolsa de regalos conmemorativa con pulsera de lanzamiento, como las que se reparten en muchos conciertos, que se iluminan durante el espectáculo, y que dice: «Lights, camera, lift off» (Luces, cámara, despegue).

Pero no está solo. Jeff Bezos también está expandiendo su presencia en Cabo Cañaveral. Blue Origin opera el Complejo de Lanzamiento 36, donde se prepara para el segundo lanzamiento de su supercohete New Glenn. La instalación incluye un enorme edificio de integración y áreas de procesamiento tanto para cohetes como para cargas útiles. Y otras compañías como Relativity o Rocket Lab han surgido aprovechando el momento que vive el sector.

En 2024 se inauguraron en la Costa Espacial tres nuevos hoteles con 374 plazas. Este 2025 siete, sumando otras 1.000. Para el año que viene están previstos tres más, nueve para el 2027 y, de momento, otros cinco para el 2028. En nada se quedarán los más de tres millones de pernoctaciones que registraron el pasado año. En Port Cañaveral el turismo de cruceros se disparó un 12% con 7,6 millones de pasajeros. Y por si quedaban dudas de las razones de este despegue, el director ejecutivo de la Oficina de Turismo de la Costa Espacial, Peter Cranis, lo confirma: «El 41% de los turistas afirma visitar la zona con la esperanza de poder ver un lanzamiento».

La mayoría son parejas sin hijos, pero también hay familias de la generación Millennial y X, que recorren los 45 minutos que les separa de Disneylandia para visitar el Kennedy Space Center, el parque de atracciones de las viejas y gigantescas glorias de los programas espaciales del siglo XX, como la cápsula del Apolo 8, o el transbordador espacial Atlantis. Pero el siglo XXI parece pertenecer a Elon Musk, quien ha convertido los lanzamientos de cohetes en la atracción estrella de este parque temático instalado, para mayor atractivo, en una zona restringida de la NASA y de las Fuerzas Espaciales de los EEUU.

A las 21.29 los turistas del Space Bar vieron una luz despertar en el horizonte, como si comenzara un incendio. Enseguida, los nueve motores Merlin del Falcon empezaron a elevarse como una estrella fugaz queriendo regresar al cielo. A los 10 segundos de la cuenta atrás, podría añadirse la costumbre de una segunda cuenta atrás de otros 10 segundos para los lanzamientos nocturnos, que es el tiempo en el que en Cabo Cañaveral vuelve a hacerse de día. El rugido de los motores, 15 veces más potente que el de un avión comercial, tarda algo más en alcanzar la terraza del Marriot. Un traqueteo de motores, que amortiguado parecería una maleta rodando sobre un suelo empedrado, al que acompaña un zumbido metálico, como de sierra de disco. Y entonces, durante apenas quince segundos, se hace visible el milagro de ver volar un edificio de 30 plantas con el suelo en llamas. Apenas dos minutos después, la función termina con una minúscula y humeante estrella anaranjada, que es despedida desde la terraza con un sonoro aplauso.

En el Courtyard by Marriott Titusville todo está pensado para el fan del espacio: habitaciones decoradas con imágenes astronómicas, ventanales con vistas a las plataformas de lanzamiento, prismáticos para disfrutar de los despegues e incluso una lámpara-proyector con forma de astronauta para dormir rodeado de estrellas. En el lobby se pueden comprar camisetas con lemas tipo «I need my space» (Necesito mi espacio), peluches y helados liofilizados de astronauta. Aquí se desayuna en butacas desplegadas para mirar al cielo, acompañado de un cohete de tres metros, de un muñeco astronauta, telescopios y pantallas que proyectan chistes espaciales: «Why did the Earth make fun of the Moon? Because it has no life» (¿Por qué la Tierra se burló de la Luna? Porque no tiene vida).

Visitantes del Kennedy Space Center en Cabo Cañaveral.
Visitantes del Kennedy Space Center en Cabo Cañaveral.

«Muchos de nuestros huéspedes nos eligen como parte de su visita al Complejo del Centro Espacial. El bar se ha convertido en un sitio muy popular para disfrutar de los lanzamientos porque somos el más cercano a las plataformas de despegue de los cohetes», afirma su director, Wayne Soard.

Aun así, Cocoa Beach sigue siendo el destino favorito de los turistas espaciales, que además quieren disfrutar del mayor atractivo de la zona, la playa. «Hace unos años Cocoa Beach era un lugar barato y un sitio de jubilados. Que esté habiendo tantos lanzamientos la ha revitalizado. Cabo Cañaveral vive otra época dorada», apunta el ingeniero y ex trabajador de SpaceX, Pablo Gallego Sanmiguel, actual vicepresidente senior de ventas y clientes de la empresa española PLD Space. Lo que en los años 50 era un humedal que compartían miles de caimanes y 49 habitantes, vio como en febrero de 1962 llegaban a la playa para ver a John Glenn convertirse en el primer astronauta de la NASA en orbitar la Tierra y, nada más aterrizar, en vecino de Cocoa Beach.

Ahora residen más astronautas, e ingenieros aeronáuticos, y trabajadores de la industria espacial, y contratistas tecnológicos y de Defensa, que lo mismo ponen un satélite en órbita que se van a surfear a los pies del Cocoa Pier, un popular muelle con bares, tiendas y restaurantes. «En 1998, cuando Pedro Duque voló al espacio por primera vez, no había hoteles cerca de las plataformas de lanzamiento», recuerda el ingeniero Miguel Belló, presidente de la empresa de lanzadores británica Orbex y ex director en funciones de la Agencia Espacial Española, a quien no le extraña el auge turístico de la zona.

Belló recuerda que en España se barajó hace dos décadas un proyecto llamado Capricornio, que preveía construir una base de lanzamiento en la isla de El Hierro: «El Gobierno de Canarias se opuso porque pensó que perjudicaría al turismo, aunque el plan era hacer un lanzamiento al mes, que dura 20 minutos, y hay procedimientos establecidos para garantizar la seguridad. En España tenemos esa visión pero yo, que he visto varios, creo que un lanzamiento es toda una experiencia. Y si pones un hotel al lado de una base de lanzamiento se llena porque es una actividad con un atractivo brutal». También advierte que, «teniendo en cuenta todas las constelaciones de satélites que se están diseñando en el mundo, en 2030 van a hacer falta casi 400 lanzamientos al año«, y harán falta sitios desde donde lanzarlos y operadores.

Pero en Cabo Cañaveral, tampoco todos sus vecinos están tan contentos con el fenómeno, especialmente desde que Elon Musk anunció que pretendía traerse la Starship desde Texas, lo que supone contar con un nuevo vecino de 120 metros de altura y 33 motores o, lo que es lo mismo, el espectáculo de ver despegar un centenar de veces al año, según los planes más ambiciosos de SpaceX, el cohete más grande y potente jamás construido por el hombre. Una llegada que supondría presenciar, o soportar de media, un lanzamiento día sí y día no.

Bill Fisk creció viendo los lanzamientos del Apolo con su padre y su abuelo. Preside la Sociedad Audubon de la Costa Espacial para observar aves, y no ve nada claro la Starship: «SpaceX prevé utilizar 1,5 millones de litros de agua por lanzamiento y 250.000 por aterrizaje para enfriar sus equipos. Esto, sumado a otros usos, eleva el consumo total de agua previsto por SpaceX en 190 millones de litros al año. Y mientras tanto, el condado de Brevard se está quedando sin agua potable para los residentes y sus empresas».

La Costa Espacial se ha llenado de carteles con citaciones para asambleas vecinales. Allí se comparte en Whatsapp la declaración de impacto ambiental que ha redactado la Administración Federal de Aviación (FAA, en inglés) que dice cosas como que la probabilidad de que las personas expuestas al ruido de la Starship se despierten en espacios interiores durante las operaciones nocturnas es del 82%. Los vecinos se quejan sobre todo de grietas en las viviendas cercanas a las plataformas. Y los pescadores se quejan de que la caída de los escombros espaciales al mar está dañando sus aparejos.

Robyn Memphis creó una petición en Change.org para evitar el cierre previsto de Playalinda durante al menos 60 días al año por las operaciones de la Starship. Lleva 4.500. Barbara Evans, vive en la Laguna del Río Indio, frente al centro espacial y está acostumbrada a que su casa vibre durante los lanzamientos, pero la frecuencia de Starship le preocupa. Ahora recoge firmas para evitar el cierre de esa playa, una batalla que tanto ella como su difunto esposo ya libraron en los 80. «Estamos a favor de la industria espacial, genera muchos empleos y mucho conocimiento al mundo; solo necesitamos coexistir. No tiene por qué ser una cosa o la otra», apareció diciendo en el canal de televisión local Spectrum News 13.

Grupos ecologistas, como la Fundación Surfrider, han expresado su preocupación por el impacto ambiental. En la zona residen al menos 15 especies amenazadas o en peligro de extinción, como cinco especies de tortugas, dos de serpientes, el manatí del Caribe, la ballena franca, el águila calva, el ratón playero sureño, la cigüeña americana o el halcón peregrino ártico. Surfrider ya está denunciando situaciones de estrés en estas especies por el ruido, las vibraciones y los golpes de luz que generan los lanzamientos.

En 1963, cuando la NASA preparaba su programa para ir a la Luna, firmó con el Servicio de Pesca y Vida Silvestre de EEUU un Acuerdo para administrar todos los terrenos del Centro Espacial Kennedy que no se utilizan para las operaciones espaciales. Estos terrenos, conocidos hoy como el Refugio Nacional de Vida Silvestre de Merritt Island, albergan más de 1.500 especies animales y vegetales. Para la NASA, es un ejemplo de cómo la naturaleza y la tecnología pueden coexistir pacíficamente. Aun así, no es raro ver colarse hasta las plataformas de lanzamiento un jabalí, un armadillo, un coyote, un mapache, un ciervo de cola blanca o un lince rojo.

¿Hasta qué punto les afectan el intenso ruido, la contaminación lumínica y los productos químicos que se usan en la industria espacial? Hay pocos estudios que hayan abordado este asunto pero, uno de los más recientes -publicado el año pasado en la revista del grupo Nature Communications Earth&Environment– sostiene que el aumento de lanzamientos de cohetes que crece año tras año amenaza la conservación de la biodiversidad global.

Según este equipo, formado en su mayoría por investigadores chinos y españoles, más del 62% de los sitios de lanzamiento operativos en el mundo se ubican dentro o cerca de áreas protegidas, lo que afectan a los ecosistemas debido a las emisiones, las oscilaciones acústicas y el uso del suelo o del agua. Las especies animales y vegetales también pueden verse dañadas por derrames de combustible o fugas químicas. Así, análisis realizados cerca de las zonas de lanzamiento de la NASA en Florida mostraron niveles elevados de elementos tóxicos en la fauna local, como en el hígado de los caimanes. El uso de perclorato, un ingrediente común en los combustibles para cohetes, se ha vinculado con alteraciones de la tiroides en anfibios y otras especies de fauna silvestre de América del Norte, lo que inhibe la absorción de yodo y afecta a su crecimiento y desarrollo.

Otro estudio realizado en 2021 en Reino Unido advirtió del peligro que supone la basura espacial para la vida marina: los fragmentos más pequeños pueden causar lesiones y muertes por ingestión, mientras que los trozos más grandes alteran los ecosistemas del fondo al proporcionar sustratos no naturales para los invertebrados.

El escritor y columnista de St. Petersburg, Craig Pittman, una de las voces más reconocidas de la Costa Espacial, escribía la semana pasada en el Florida Phoenix: «Los residentes solían estar dispuestos a concederle al programa espacial el beneficio de la duda porque sentían que cumplían con su deber patriótico. Pero ya no es así. SpaceX no es la NASA. Es simplemente una empresa con ánimo de lucro que aporta más dinero a los ya abultados bolsillos de Musk. Creo que deberíamos decirle a SpaceX que la única forma de permitirle hacer todo lo que quiera con Cabo Cañaveral es si cada lanzamiento o aterrizaje en Florida lleva como pasajero a alguien llamado Musk».

«Si hace cinco años nos hubieran dicho que iba a haber un operador que hiciera 200 lanzamientos al año, hubiéramos pensando que estaba loco, porque en el mejor de los casos lanza 12 o 15», admite el veterano ingeniero Miguel Belló, que define la trayectoria de SpaceX como «un gran éxito que ha supuesto un cambio de paradigma. «Antes los lanzadores se hacían de arriba a abajo, las grandes agencias y los gobiernos definían unas necesidades. Y esto cambió hacia proyectos comerciales privados que van de abajo a arriba, y buscan la mayor eficiencia».

La visión de SpaceX, analiza este experto en satélites y lanzadores, «ha sido muy buena, y a eso se suma que la NASA le dio contratos grandes» para que creciera. «También hay que tener en cuenta que si tienes un multimillonario que está financiando la empresa con su fortuna personal, es más fácil que si eres una empresa privada como la nuestra u otras compañías europeas que tienes que conseguir dinero», expone este ingeniero.

Para Bellón, otra de las claves de su éxito «fue no complicarse la vida con tecnologías supersofisticadas. Desarrolló un único motor que utiliza tanto en la primera como en la segunda etapa, con una tecnología convencional que desarrolló muy bien. Así la inversión es más pequeña y tienes más fiabilidad». Donde sí hizo un esfuerzo tecnológico fue en el sistema de recuperación de la primera parte del cohete: «Dejó a todos sorprendidos porque ha logrado algo que era muy difícil, que es recuperar etapas de cohetes aterrizando de forma vertical y suave en una pequeña plataforma en mitad del mar. Y esto le permite ofrecer precios muy atractivos a sus clientes. Ya casi nadie diseña lanzadores no reutilizables porque se ha visto que es un éxito», asegura.

Pablo Gallego, actualmente en PLD Space, fue testigo directo de ese escepticismo que había en el sector cuando Elon Musk intentaba recuperar parte de los cohetes, pues trabajó en SpaceX entre 2015 y 2018. «Fallamos muchas veces antes de lograrlo, y cuando iba a foros, algunos responsables de la competencia me decían que era imposible o inviable», repasa este ingeniero, que considera que es positivo «sufrir un poco y tener presión». La estrategia de la empresa de Musk se basa en «probar y aprender constantemente. Y si fallas, falla rápidamente». Según Pablo Gallego, Spacex ha demostrado que el fracaso es parte del camino hacia el éxito: «En PLD aplicamos ese mismo enfoque en nuestros cohetes Miura». Desde su punto de vista, «SpaceX ha generado mucha ilusión en el sector, y también mucha desilusión entre los que hacían las cosas de otra manera».

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