Excesiva juventud

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Últimamente abundan las noticias referidas a talentos en extremo precoces en el deporte. Todavía estamos impresionados por la aparición en el Mundial de Natación de Singapur, con resultados magníficos, impropios, de una párvula china, Yu Zidi, de 12 años. Eso es confundir lo juvenil con lo infantil, lo blando con lo tierno.

Por esos días, un bachiller, o su equivalente en Japón, de 16 años llamado Shorato Shimizu realizaba 10 segundos justos en los 100 metros. Remitía a Gout Gout, un australiano que, en 2024, y también a los 16 años, corrió más rápido que Usain Bolt a esa edad. En su debut en Europa, en Ostrava, ya a los 17, lo hemos visto hacer este junio 20.02 en los 200 metros, récord absoluto de su país.

Rebajaba así el que él mismo había establecido en 2024 (20.04) en los Campeonatos escolares de su país. Esa marca ya era mejor que los 20.06 de Peter Norman en los Juegos de México68. Norman, plata, compartió podio y foto con el «black power» de Tommie Smith y John Carlos. Su récord poseía un histórico, simbólico valor suplementario que este chaval ha borrado, aunque sin hacerlo olvidar.

En los recientes Campeonatos de Estados Unidos, que han servido de «trials» para los Mundiales de Tokio del mes que viene, otro crío de esos mismos 16 años –Cooper Lutkenhaus-, que parecen una edad bendecida, se clasificó en segundo lugar en los 800 metros con una marca de 1:42.27. Récord mundial sub-18 (sería sub-17 si existiese la categoría) y cuarta marca estadounidense de siempre. El pasado viernes, una chiquilla italiana de padres cameruneses, Kelly Dualla, se proclamó campeona de Europa sub-20 de los 100 metros. No tiene 19 años. Ni 18. Ni 17. Ni siquiera 16. Tiene… 15. Y no cumple los 16 hasta noviembre.

Todo este rosario de apariciones de menores en ámbitos de adultos (o en escenarios de jóvenes, pero ya mayores de edad) no es natural ni lógico. Tal vez tampoco sano. Matizando hasta lo puntilloso, escarbando en las sutilezas del idioma, una cosa es lo precoz y otra lo prematuro. Lo precoz asombra. Lo prematuro alarma. La vida contiene unos determinados plazos físicos y anímicos. Flexibles y admitidos, pero susceptibles de acarrear indeseables consecuencias para quien, sin ser responsable de su causa, los rompe o burla. Sobre todo en los deportes individuales, donde no existen la integración y el refugio en los demás.

Lo tempranero suele discrepar de lo duradero. Casi todos esos genios madrugadores recorren un camino corto, víctimas de su propia explosión, que, como una bengala, los consume antes de llegar a agotarlos. La vida animal, que también es la nuestra, y, dentro de ella, la racional, que sólo nos atañe a los seres humanos, es un proceso de cambio. Un todo biológico, resumido simultáneamente en la evolución y la adaptación. Más o menos lento. Más o menos rápido. Pero paulatino. Estos muchachos impacientes lo dejan atrás antes de emprenderlo y, por lo tanto, se saltan épocas de aprendizaje y estados de formación.

Estrellas fugaces, dejan cuando desaparecen un rastro brillante como la estela luminosa de un cometa.

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