El líder ultraderechista neerlandés Geert Wilders (Venlo, 62 años), fundador del Partido por la Libertad (PVV), lleva casi tres décadas de actividad parlamentaria. Casado y sin hijos, este hombre que ha dedicado su vida a la política disputa por un puñado de votos el primer puesto en las elecciones del miércoles. En el sprint final corre contra D66, una formación de centro y progresista con la que está empatado a 26 escaños. Wilders contaba en la noche del jueves con una desventaja de unos 15.000 votos. Esas cifras, sin embargo, ocultan una derrota de envergadura: pese al aumento de la participación, pierde casi 700.000 sufragios respecto a los comicios de 2023. Siete puntos porcentuales y 11 diputados menos que entonces.
Euroescéptico y xenófobo, el veterano político propugna una Holanda solo para los holandeses
El líder ultraderechista neerlandés Geert Wilders (Venlo, 62 años), fundador del Partido por la Libertad (PVV), lleva casi tres décadas de actividad parlamentaria. Casado y sin hijos, este hombre que ha dedicado su vida a la política disputa por un puñado de votos el primer puesto en las elecciones del miércoles. En el sprint final corre contra D66, una formación de centro y progresista con la que está empatado a 26 escaños. Wilders contaba en la noche del jueves con una desventaja de unos 15.000 votos. Esas cifras, sin embargo, ocultan una derrota de envergadura: pese al aumento de la participación, pierde casi 700.000 sufragios respecto a los comicios de 2023. Siete puntos porcentuales y 11 diputados menos que entonces.
Curtido en el repudio político, su reacción inmediata ha sido seguir adelante y exigir el recuento final de votos antes de tomar decisiones. Pese al reconocimiento inicial ―el miércoles por la noche, cuando solo se conocían dos sondeos a pie de urna, admitió que esperaba “un resultado diferente”, por encima de los 30 escaños―, poco después añadió que piensa “seguir hasta los 80 años”. Y acusó, además, de antidemocráticos al resto de grandes partidos que no quieren trabajar con él. Si así fuera, si le niegan la posibilidad de gobernar aunque acabe en primer lugar ―algo improbable, tal y como avanza el recuento―, “la democracia habrá muerto en el país”, añadió con su habitual elocuencia.
Wilders ha basado su labor política en un rechazo visceral al islam, religión que califica de ideología siniestra, y al Corán. Estas críticas xenófobas han hecho que reciba amenazas que le obligan a no dormir dos noches seguidas en el mismo lugar por motivos de seguridad, y a moverse protegido en todo momento. Esa falta de libertad ha condicionado también su vida privada: tanto él como su esposa Krisztina, con quien se casó en 1992, han preferido no tener hijos.
Llegó al Parlamento en 1998, con 35 años, y le costó despuntar. Militaba en el Partido por la Libertad y la Democracia (VVD, conservador), pero lo abandonó en 2004 por diferencias irreconciliables sobre la posible adhesión de Turquía a la Unión Europea. Un año después creó el PVV, con el que rozó ya el poder entre 2010 y 2012, por su apoyo desde el Parlamento al primer Ejecutivo en minoría encabezado por el VVD y por Mark Rutte, hoy secretario general de la OTAN. El pacto se desbarató cuando Wilders se opuso a una tanda extra de recortes, dejando una imagen de falta de compromiso ante situaciones difíciles.
El PVV ha pasado de los nueve escaños logrados en las elecciones de 2006, a 15 en 2012, 17 en 2017, y 37 en 2023, cuando la ultraderecha fue la fuerza más votada por primera vez en la historia de Países Bajos. Había llegado el momento de gobernar, de ser primer ministro, pero el resto de sus socios en una coalición de derecha a cuatro le vetaron para el cargo. Dio un paso atrás sin ocultar su amargura, y el Ejecutivo trampeó en un ambiente enrarecido por las disputas internas hasta su caída 11 meses después. En realidad, él mismo lo dinamitó cuando vio que no podría endurecer las leyes de asilo. Era su segunda espantada, pero esta vez abocó al país a un periodo de incertidumbre interna. Y también de merma de relevancia a escala internacional, pese a ser la quinta economía del euro.
En junio pasado, cuando retiró al PVV del Gobierno, Wilders aseguró que la patada que le habían dado dos años antes sus socios para evitar que ocupase La Torrecita, voz coloquial del despacho del primer ministro, en La Haya, era el origen de todo. Que no había podido llevar a cabos sus planes por falta de apoyo interno. Durante la campaña para los actuales comicios se adelantó a otro posible desengaño en caso de vencer: advirtió de que si era ignorado de nuevo la que saldría perdiendo es la democracia.
Estaba enojado al encararse así con los líderes de los demás partidos poco antes de las votaciones, pero en su exabrupto había algo de súplica. Como si pidiera campo libre, a pesar de que cuando su formación llega al poder, como en la pasada legislatura, no se contiene y propone el cierre total de las fronteras neerlandesas a los solicitantes de asilo. O bien promete “la ley más dura de nuestra historia”, en ese campo, solo para toparse de inmediato con las normas y tratados nacionales e internacionales de derechos humanos.
“Holanda para los holandeses”
En su programa electoral aseguraba que “la política de fronteras abiertas está destruyendo a nuestro país”, y que la llegada de los que piden asilo “cuesta nueve mil millones anuales de euros” y provoca un aumento de la delincuencia. Propugna una “Holanda para los holandeses”, aunque se refiere en particular a los autóctonos. Si bien ha borrado de sus planes la prohibición del Corán y de las mezquitas, mantiene que el islam “es la mayor amenaza existencial para nuestra libertad”.
En la aventura política de Wilders hay una paradoja que quizás explique su deseo de control y su tendencia a hacer trizas las parcelas de poder que consigue. Es el fundador y único miembro del PVV, y cuando necesita aliados para que ocupen escaños o ministerios los busca entre afines o simpatizantes. Pero como no hay nadie más en su formación, su programa electoral no puede ser ratificado y su electorado, al que llama “el ciudadano medio”, carece de voz alguna para hacer sugerencias. Una extraña y solitaria manera de hacer política.
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