Juan Manuel García López, experto en comunicación no verbal: «En la sociedad hay mucho dolor camuflado. La sonrisa es la mayor máscara que existe»

Formado por el FBI en Ciencias del Comportamiento, este guardia civil (e influencer) desvela algunos de los secretos para detectar a través del lenguaje corporal el sufrimiento oculto en nuestro entorno, conectar emocionalmente y ofrecer ayuda. El parpadeo y el lado izquierdo del rostro, los principales aliados Leer Formado por el FBI en Ciencias del Comportamiento, este guardia civil (e influencer) desvela algunos de los secretos para detectar a través del lenguaje corporal el sufrimiento oculto en nuestro entorno, conectar emocionalmente y ofrecer ayuda. El parpadeo y el lado izquierdo del rostro, los principales aliados Leer  

Hay sonrisas que esconden mucho más dolor que un llanto. Gestos de ira y rabia que reclaman auxilio. Silencios que, si se escuchan, estremecen. Y en esta sociedad actual donde las miradas se pierden con frecuencia en las pantallas, los ojos siguen siendo el espejo del alma. Sobre todo, tome nota, el izquierdo.

Su postura corporal, sus cejas, sus párpados, sus manos, la comisura de sus labios están hablando por usted continuamente sin que lo sepa. Expresamos emociones e información a través de microgestos de forma involuntaria. Y también se desvelan aquellas que nos esforzamos por ocultar por miedo al rechazo, al estigma o a la incomprensión. Saber descifrar esos mensajes ocultos puede convertirse en una herramienta poderosa para aliviar el sufrimiento a nuestro alrededor.

Juan Manuel García López, miembro del Grupo de Salud Mental de la Sociedad Española de Medicina de Emergencias (SEMES), lo hace cada día. Conecta con el mundo interior de otras personas transformándose en un ‘lector’ de su alma de forma prácticamente natural. Es uno de los mayores expertos españoles en comunicación no verbal, resultado de dos décadas de experiencia, formación de alto nivel con el FBI y una enorme pasión que ha combinado (e integrado) con su labor como guardia civil especializado en negociación de incidentes críticos.

«Hay dos tipos de empatía. La emocional, que es la que todo el mundo conoce, y la cognitiva o táctica, la de los psicópatas»

De adolescente cayó en sus manos el libro La comunicación no verbal, de Flora David, y le cautivó la idea de cómo ese lenguaje silencioso puede influir en los demás. Empezó a practicar ese «superpoder» en su día a día para resolver conflictos con otros niños y funcionaba. Lo que empezó como un hobby se convirtió en una forma de relacionarse, conocer con mayor profundidad lo que la otra persona siente o le ocurre y ser capaz de causar en ella un efecto determinado.

No se trata solo de saber leer la ‘letra pequeña’ que se desprende de sus gestos o microgestos sino de utilizar el propio lenguaje corporal para «generar el impacto que a mí me interesa». Y esto en su trabajo, en el que ha estado sometido a circunstancias de máxima tensión como pueden ser operaciones de rescate, le daba «muchísimos beneficios. «Por ejemplo, logrando «generar confianza».

Esa capacidad de crear espacios seguros donde una persona en crisis pueda expresar lo que siente es crucial para proteger vidas en riesgo y por ello Juan Manuel García López vuelca desde hace años gran parte de su esfuerzo en formar a compañeros del ámbito policial, sanitarios, docentes y otros profesionales en contacto con colectivos vulnerables para que aprendan a detectar el intenso sufrimiento psíquico aunque esa persona no sea capaz de expresarlo. Con el lenguaje corporal no se va a poder saber «cómo es» alguien pero sí «cómo está» . El «ejercicio de la empatía es mucho más rápido que cuando simplemente escuchas porque detectas estados emocionales internos, reacciones, cómo se toman las cosas y procesos de tristeza profunda incluso cuando no te lo van a querer decir», explica.

Y esa magia de crear vínculos emocionales es innata, psicópatas aparte, gracias a la intervención de las neuronas espejo, unas células nerviosas en la corteza promotora central y parietal que se activan cuando percibimos tristeza, enfado, alegría o cualquier otra emoción en otra persona y la sentimos como propia. De ahí también la risa contagiosa o el bostezo. Son fuente natural de empatía pero ésta también se «entrena».

«Hay dos tipos de empatía. La emocional, que es la que todo el mundo conoce. Es decir, tú me cuentas una pena, yo conecto contigo y me entristezco. Muy conectora. Pero hay otro tipo de empatía, la de los psicópatas, que es de modo cognitivo, táctico. Es decir, yo sé cómo te encuentras, sé cómo podrías estar después de que te haya dicho que no vales nada y sé cómo te puedes sentir cuando te he dicho que vales mucho. Lo sé, otra cosa es que lo sienta», explica García López.

Aprender a detectar desde ese plano más ‘teórico’ cómo se siente una persona…que si frunce el ceño está molesto, si levanta las cejas se sorprende o si las comisuras de los labios se expanden está contenta es, por ejemplo, crucial para mejorar las habilidades de socialización en casos de trastorno del espectro autista, tener empatía y modificar la conducta. A sus clases acuden muchas madres buscando pautas para orientar a sus hijos o hijas a leer entre líneas y relacionarse mejor. No seguir hablando de una determinada manera, por ejemplo, si ya han aprendido que ese gesto de tensión en el rostro refleja enfado. Esa mayor integración social aumenta su bienestar.

Juan Manuel García, que publicará el próximo mes de septiembre su primer libro sobre ciencias del comportamiento, contagia su pasión por ese lenguaje oculto y es cada vez mayor la comunidad de seguidores en las distintas redes sociales que aprende a leer el lenguaje corporal. Son más de cuatro millones de personas las que consultan sus vídeos en Tik Tok y un millón en Instagram. Da pinceladas concisas y con toques de humor sobre gestos de personajes públicos que intentan contener la ira o la risa, que muestran una incomodidad evidente o necesidad de dominio, revela cómo responde nuestro cuerpo ante una ‘metedura de pata’, pautas para construir el carisma e incluso destapa secretos de ‘estado’ de actualidad como si el bofetón a Emmanuel Macron por parte de su esposa era o no una broma…

«En casos vinculados a la depresión, a la tristeza, vamos a detectar miradas perdidas, languidez…»

A quien se adentra por primera vez en el mundo de la comunicación no verbal advierte que «nunca volverá a mirar a los demás de la misma manera». Y ese cambio de ‘foco’ más humanizado por el que trabaja cobra un especial valor en el esfuerzo que realiza desde hace años por sensibilizar y formar para detectar el sufrimiento y prevenir los suicidios. Percibe que hay aún mucho trabajo por hacer.

«En la sociedad hay mucho dolor y mucho dolor camuflado. Convertido en rabia o que se intenta camuflar con alegría. De hecho, te diría que probablemente la sonrisa es la mayor máscara que existe para los estados emocionales más complicados. Hay muchas situaciones complicadas de las que me doy cuenta sobre todo en la gente con la que interactúo de una manera más continua, quizá porque me es más fácil».

El dolor psíquico y sus causas son únicas en cada ser humano, pero sí hay determinadas señales comunes que pueden llevar a pensar que ocurre algo negativo. En un estado de estrés «la corporalidad se vuelve hipertónica, muy tensa, en momentos en los que no cuadra, con muchísimos parpadeos, y es algo que nos va a llamar la atención». «La dificultad es definir concretamente qué pasa porque puede ser algo sorpresivo, estrés, ansiedad, ira….Etiquetarlo es en principio un poco complicado, salvo que podamos tener la estrategia de preguntarle o provocar reacciones para poder identificarlo», explica. En casos más vinculados a la depresión, a la tristeza, va a haber más miradas perdidas, más «hipotonía«, languidez .

CARLOS GARCÍA POZO

Cuando percibe cerca ese intenso malestar, trata de ser lo menos «invasivo» posible y respetar «esa voluntad de no querer decirlo», pero siempre «deja entrever que está a su lado para ayudarle». Junto a la empatía entra en escena la importancia de la presencia «sin avasallar». Que quien sufre sepa con certeza que cuenta contigo. «Te veo un poquito más apagada, me imagino que estás cansada. No voy a preguntarte ni interrogarte pero de todos modos algún día necesitas hablar conmigo. Aquí estoy», suele decir. Y normalmente, quien lo necesita, le ha llamado.

«Muchas veces cometemos el error de intentar dar consejos, ofrecer ayuda. Rescatar es una necesidad propia del que lo detecta, cuando en ocasiones lo más certero y menos invasivo es simplemente decir oye, aquí estoy, para lo que necesites, a la hora que sea».

Hay una manera de ‘afinar’ más para saber qué le pasa a ese ser querido por el que estamos preocupados. Fíjese en la parte izquierda del rostro. En esa hemicara quedan reflejadas las emociones reales, sin disfraces. «Hay mucha evidencia científica que acredita la mayor implicación del hemisferio derecho del cerebro en los procesos emocionales y por tanto se puede observar en la cara izquierda del rostro». En una situación de gran estrés emocional esa parte se encontrará más tensa, contraída. Ese detalle, la «asimetría en el rostro, que la parte izquierda sea diferente a a derecha», nos puede dar pistas importantes para conocer y validar la emoción, demostrarle que es normal y legítimo que se sienta así.

Si detecta tristeza en esa mitad izquierda a pesar de que esa persona diga que no, puede intentar «etiquetarlo». Poner en palabras esa emoción ayuda a que «la amígdala se vaya desactivando» y si logramos que esa persona la nombre, aún más. Abrimos una puerta a que ese sufrimiento o la culpa y/o el miedo que puedan acompañarle pierda algo de peso.

Incidir en esto cobra más valor aún en casos de conducta suicida, donde el estigma lleva a demasiadas personas en riesgo a sufrir en silencio. En 2023, 4116 personas se quitaron la vida en España. Tres de cada cuatro eran hombres. Luchar contra el estigma y normalizar la expresión del sufrimiento y la búsqueda de ayuda es precisamente uno de los objetivos del creciente trabajo en prevención en el ámbito policial al que García López pertenece y donde en los últimos años se han establecido protocolos de actuación, teléfonos de ayuda y se imparten con mayor frecuencia charlas de sensibilización, algo que hace apenas unos años era «impensable». Él ha sido para muchos compañeros ese soporte en los malos momentos a través de la escucha sincera.

«Es muy potente porque es como abrir el grifo, dar permiso a la otra persona a que realmente te eche fuera todo lo que está sintiendo. Y eso es ventilación emocional, que es ‘medicinal’. Cuanto más se produce, mayor posibilidad tenemos de bajar ese perfil emocional y esa angustia. Sentirse escuchado probablemente sea una de las cosas que ese señor o esa señora no haya tenido durante mucho tiempo porque a lo mejor se siente juzgado por los demás y por lo tanto no va a decir nada o ha obtenido respuestas tan vacías como lo que tienes que hacer es estar bien».

«El parpadeo lento y suave al escuchar es una herramienta mágica. Muestra que nos importa el problema del otro y se crea un vínculo»

Si encuentra una persona que le entiende, que le valida, que etiqueta esa emoción y que le genera escucha activa y se interesa automáticamente cambia todo a niveles «casi terapéuticos»: «Después de estar una hora hablando con mi amigo que ha hecho una buena escucha activa y no me ha juzgado y me ha comprendido, me voy nuevo».

Ese estar «presente» para el otro, en cuerpo y alma, es cada vez «más complejo» en la sociedad actual, sometida a continuos «distractores» y que mira a las pantallas más a menudo que a los ojos de quien le rodea. Pero merece la pena recuperar ese «foco» más humanizado y aprender a hacerlo. En el arte de estar con el otro, de estar plenamente, con todos los sentidos y el corazón, también hay «una herramienta mágica» que ayuda a que esa intención de conectar se intensifique, llegue al otro en toda su dimensión e incluso pueda influir en su estado emocional: el parpadeo.

Es uno de sus últimos «descubrimientos» y supuso para él «abrir una ventana de de mucha luz en una habitación a oscuras». Y se vuelca en explicarlo con tal entrega que puede ser claramente captada su fascinación por iniciados en la comunicación no verbal. «Mira, los parpadeos lentos y suaves los hacemos cuando estamos hablando de algo que es muy emocional para nosotros o lo escuchamos». Es una señal de conexión entre dos personas, sobre todo cuando lo hace la persona que atiende. «Cuando tú estás hablando de algo que es importante para ti y yo en esa escucha activa hago de vez en cuando un parpadeo lento y suave de forma natural es porque lo que tú estás diciendo me está importando», revela. Y lo que ocurre entonces es que al observar ese parpadeo «tu cerebro»- recordemos ese superpoder que nos conceden las neuronas espejo- también percibe «que para mí es importante tu problema y se crea un vínculo». Y el vínculo, el apoyo social, el sentir que importamos a otra persona, es uno de los principales factores de protección frente al suicidio.

¿Podríamos ser capaces de detectar con claridad que una persona que está sufriendo en nuestro entorno está pensando en quitarse la vida aunque trate de ocultarlo? La respuesta de Juan Manuel García López es categórica: no. Ni siquiera él podría, reconoce recordando con profundo pesar a compañeros que ha perdido por suicidio pese a haberles intentado ayudar.

Una de las emociones más devastadoras que atrapan a los supervivientes, los familiares y allegados en duelo , es la culpa. Suelen preguntarse «cómo no he podido verlo». Y «no has podido verlo porque no se puede ver por muchas razones. En primer lugar, en muchos casos la persona que decide quitarse la vida lo hace apenas diez minutos antes. Es decir, su decisión hace 15 minutos no existía, luego no había capacidad de detectar algo que no existe. En segundo lugar, si estuviéramos en el caso de que sí que hay una ideación suicida, una preparación, una ideación concreta, también existe la voluntad de que no le detecten». Y aunque en ocasiones hay ciertas señales, las «podríamos confundir «, por ejemplo, con «actos de cariño» a los que «podríamos estar habituados».

Ocurre con las conductas de cierre como las despedidas. Solo se descubre que eran un adiós cuando la persona muere. «Si mi hijo me da un abrazo creo que es algo normal, pero si me da un abrazo y luego se quita la vida seguramente me diga, me tenía que haber dado cuenta de que se estaba despidiendo. Y en realidad es imposible darse cuenta», asegura y reitera siempre que tiene ocasión a todos aquellos familiares atormentados por un «sentimiento de culpa brutal».

Ojalá fuera fácil y sencillo» identificar cuándo una persona está en riesgo. Pero no lo es. No solo no hay indicadores claros sino que incluso puede haber situaciones que nos lleven a la confusión, a creer que esa persona por la que estamos profundamente preocupados está saliendo de ese intenso sufrimiento y desesperanza. La notamos más tranquila y creemos que está experimentando una mejoría cuando ese estado de calma puede deberse a que ya ha tomado la decisión , la peor decisión, para escapar de un dolor psíquico insoportable y que cree, equivocadamente, que no terminará nunca.

Para Juan Manuel García López, más conocido como ‘Pincho’, el paso más importante para ser capaces de aliviar el sufrimiento en nuestro entorno es, por encima de ser capaces de detectarlo -algo que «se escapa de nuestras manos» con frecuencia y requiere intervención profesional especializada- convertirnos en un «faro de luz», que nuestra familia «nos perciba como un cobijo al que poder acudir en el momento en el que esté mal y tenga una desesperanza enorme. Que siempre tengan la percepción de que nosotros le vamos a entender y le vamos a ayudar, hagan lo que hagan y digan lo que digan»·. De esa manera, si la vida les golpea y aparecen los pensamientos de muerte, se sentirán con el permiso de expresarlo.

Combatir los suicidios requiere extender la red de protección creando espacios seguros en los diferentes ámbitos sociales que ayuden, en un lugar u otro, a identificar el riesgo. Las consultas de atención primaria son uno de los espacios clave para descubrir ese dolor infinito que atraviesa una persona con ideación suicida: «El 18% de las personas que piensa en el suicidio va al médico el mismo día que lo hace. Y el 50%, la misma semana. Esa es una búsqueda de ayuda tremenda. Son personas que no se quieren morir y van a buscar ayuda debajo de las piedras para dejar de sufrir».

A su juicio todos los profesionales que están en contacto de forma habitual con la ciudadanía como sanitarios, policías, trabajadores sociales, docentes…deberían recibir formación obligatoria que les capacite para detectar cuándo una persona está sufriendo, que tenga ansiedad o depresión, y factores de riesgo como que esté siendo víctima, por ejemplo, de maltrato o acoso escolar. La violencia es uno de los principales factores que aumentan el riesgo de suicidio. Identificarla, uno de protección. Y el cuerpo emite ‘señales’ de alerta que pueden avisar y permitir actuar en el entorno más cercano. Por ejemplo, desde las aulas.

Un docente con la mirada atenta y conocimientos sobre comunicación no verbal podría darse cuenta, por ejemplo, de que ese alumno se encuentra «hipertónico», es decir con mucha tensión a nivel corporal incluso en reposo lo que le lleva a pensar que está enfadado o con mucho estrés. Sigue pendiente de su estado y a medida que se acerca el fin de la jornada escolar observa cómo sus cejas están contraídas y elevadas y hay cada vez mayor tensión en su rostro. Deduce que ha aparecido el miedo en su hemicara izquierda (recuerde, donde se reflejan las emociones auténticas) y a medida que se acerca el momento de salir del colegio se hace cada vez mas evidente. En ese caso puede surgir la sospecha de que » está pasándolo mal en casa» y hay que actuar para confirmarlo y proteger al menor.

García López ha impartido formaciones en algunos centros con una «particular sensibilidad» que se lo han solicitado pero esta capacitación es a día de hoy prácticamente inexistente en los centros educativos.

Desde hace años da cursos a compañeros y compañeras del ámbito policial para humanizar la atención al ciudadano en situaciones de crisis y realizar un acompañamiento más adecuado. A su juicio, el cambio en el trato al ciudadano ha sido «radical», más atento y sensible. Detalles como llamar a la persona por su nombre puede ayudar a rebajar la tensión emocional y abrir el camino a establecer esa conexión de ser humano a ser humano que permita en momentos de crisis descubrir en el cuerpo lo que la palabra calla.

Cuenta con orgullo (sus ojos lo expresan claramente) cómo sus hijos adolescentes son capaces de explorar el mundo interior de quienes les rodean con su misma curiosidad y necesidad de ayudar. Han contribuido ya con 13 y 11 años a detectar situaciones de sufrimiento entre sus compañeros aprendiendo a escuchar más allá de las palabras y confiriendo más autenticidad si cabe al lema que da sentido a su trabajo: «Saber de comunicación no verbal nos convierte en mejores personas».

Este reportaje forma parte del proyecto ‘Once vidas’ impulsado por EL MUNDO para la prevención del suicidio, y del que forman parte Rafael Álvarez, Yaiza Perera, Rebeca Yanke y Santiago Saiz.

 Ciencia y salud // elmundo

Noticias Similares