“¿No hay más preguntas? Pues querría hacer un comentario”, dijo Salvador Illa el sábado en Shanghái (China) ante un grupo de periodistas en la rueda de prensa de balance del curso político. El president sorprendió y reiteró que aún esperaba que el Gobierno de Aragón diera las gracias al Museo Nacional de Arte de Cataluña por cuidar 80 años de las pinturas de Sijena que por mandato judicial (él llama a acatar la sentencia) deben volver al monasterio de Huesca. La entrega de esos murales irrita y no deja indiferente a buena parte del Parlament, pero solo 50 personas, convocadas por la Asamblea Nacional Catalana, han protestado ante las puertas del museo. Casi es una metáfora de cómo ha decaído el pulso soberanista justo un año después de la investidura de Illa cuando Cataluña, agotada, ha cerrado el libro del procés y encara el pulso por la financiación.
El ‘president’ cumple un año del mandato con un ojo puesto en Madrid y con la voluntad de que la legislatura continúe aunque no vuelva a haber presupuestos
“¿No hay más preguntas? Pues querría hacer un comentario”, dijo Salvador Illa el sábado en Shanghái (China) ante un grupo de periodistas en la rueda de prensa de balance del curso político. El president sorprendió y reiteró que aún esperaba que el Gobierno de Aragón diera las gracias al Museo Nacional de Arte de Cataluña por cuidar 80 años de las pinturas de Sijena que por mandato judicial (él llama a acatar la sentencia) deben volver al monasterio de Huesca. La entrega de esos murales irrita y no deja indiferente a buena parte del Parlament, pero solo 50 personas, convocadas por la Asamblea Nacional Catalana, han protestado ante las puertas del museo. Casi es una metáfora de cómo ha decaído el pulso soberanista justo un año después de la investidura de Illa cuando Cataluña, agotada, ha cerrado el libro del procés y encara el pulso por la financiación.
Posiblemente, las críticas a Madrid por el “dumping fiscal” o Sijena son las dos intervenciones más incisivas que ha protagonizado Illa. Casualidad o no, el último barómetro del CEO (el CIS catalán) reveló que el sí en un referéndum crecía cuatro puntos y que el independentismo recuperaría en su franja alta la mayoría absoluta, aunque, eso sí, inoperativa porque abarca desde los anticapitalistas de la CUP a los ultras de Aliança Catalana (AC). Con su talante sereno —solo se irrita ante la extrema derecha de Vox o de AC—, Illa, que gobierna en minoría, ha procurado sosegar el Parlament en un clima opuesto al del Congreso. No ha sido un camino de rosas porque se ha estrenado sin aprobar los Presupuestos y Cataluña vive con las cuentas prorrogadas de 2023. La ajustada mayoría parlamentaria que le aportan sus socios de ERC y Comuns no le ha alcanzado y ha tenido que pactar tres suplementos de crédito (4.200 millones) y gobernar a golpe de decreto.
Quizá por agotamiento o la pérdida de fuelle del soberanismo, Cataluña habla poco de la independencia, nada del referéndum y menos del Estatut. Illa ha dado un volantazo y se ha conjurado para que Cataluña vuelva a ser la locomotora de la economía española (perdió esa condición en 2017 en favor de Madrid) viajando, con ciertas reminiscencias pujolistas, por el extranjero. Defensor de una España plural, el president ha normalizado la relación con la Casa Real (las protestas contra el Rey son residuales) y ha reactivado las comisiones bilaterales dormidas durante años (también por culpa de los socialistas), desempolvando viejos traspasos.

Con una economía al alza (el PIB ha crecido en un año un 3,2%) y una tasa de paro que sigue bajando (8,1%), Illa se ha propuesto aplicar el lema de la “prosperidad compartida” porque cree que la mayoría de la población no disfruta de esa bonanza y que eso cristaliza en el problema de acceso a la vivienda. Su plan estrella es construir 50.000 pisos públicos hasta 2030. Los ayuntamientos han cedido 670 solares para edificar 22.000. El PP recuerda que esa fue una promesa fallida del Tripartito, pero la inversión se ha disparado. Los otros proyectos clave son la financiación singular, pactada con ERC y refrendada por el Gobierno; el plan Catalunya lidera (una inversión de 18.000 millones) y ampliar el aeropuerto de El Prat, la niña de sus ojos que tanto irrita a los comunes y algo menos de ERC.
Pero todo ese encaje tiene algo de pies de barro por los vasos comunicantes con La Moncloa. Además de irse juntos de vacaciones, Illa y Pedro Sánchez tienen ligado su futuro político. El mandato descansa en la financiación y si Sánchez cae, el modelo se desplomará como un castillo de naipes. El acuerdo cerrado entre los dos gobiernos en julio sienta las bases para que Cataluña recaude todos los impuestos y siga contribuyendo a la caja común. lla reivindica el principio de ordinalidad, esto es, no perder posiciones de riqueza tras la aportación a la caja común (tercera en aportar y décima en recibir). Ese principio solo figura en el preámbulo y está pendiente de negociar con las otras comunidades.
El pulso por la financiación y su devenir en el Congreso marcará el curso. Pese a su irritación por el trato dado a la ordinalidad, ERC ha asumido sin demasiado sofoco que la recaudación del IRPF se aplace de 2026 a 2028, al final de la legislatura, pese a que el Govern dijo mil y una veces que cumpliría el calendario. ERC avisa que si no hay avances no votará tampoco esta vez las Cuentas. Con todo, la relación entre Illa y Oriol Junqueras parece que va viento en popa en contraste con la que tiene con Junts. Illa defiende la aplicación de la amnistía pero ha viajado dos veces a Bruselas y no ha visitado a Carles Puigdemont. Su escaño y el del exconseller Lluís Puig siguen con sendos lazos amarillos. Es su piedra en el zapato.
Junts ha logrado dos veces que el Parlament reprobar al Govern por su gestión de Rodalies, una pesadilla sin fin para los pasajeros que sufren a diario un servicio con un déficit histórico de inversiones que empiezan ahora a paliarse. El Consejo de Ministros ya ha aprobado que una sociedad mercantil controlada por la Generalitat —no así su accionariado— asuma el servicio a partir de enero. No solo ha sufrido la crisis de los trenes: en julio se asignaron por error miles de plazas a profesores de secundaria o el escándalo de la gestión en la Dirección General de Atención a la Infancia. El agua (la lluvia) le ha dado un respiro por la sequía, pero no así el fuego: ha quemado este verano 10.000 hectáreas y tres personas perdieron la vida.

Mientras, grandes corporaciones como Criteria o el Banc de Sabadell han devuelto su sede a Cataluña en ese oxímoron de la “revolución de la normalidad” en la que hasta la CUP ha llamado a la puerta de Illa para negociar la ley de los alquileres. Y la patronal agradece la ausencia de sobresaltos. “Para los empresarios es importante poder tener horizontes claros y el president Illa es un político previsible. Y eso es positivo”, dice Josep Sánchez Llibre, presidente de Foment, que celebra que se hayan desbloqueado la ampliación del aeropuerto o la celebración de la Ryder Cup de golf en Girona aunque lamenta el aumento de la tasa turística o el “dislate” del Impuesto de Transmisiones Patrimoniales”.
Camil Ros, secretario general de UGT en Cataluña, y Belén López, su homóloga de CC OO, hacen una llamada a la responsabilidad para que este curso haya presupuestos y rechazan la tesis cada vez más extendida de que es indiferente gobernar con o sin ellos. “Hay que sacarlos del tablero de juego”, sostiene Ros, que pide que nadie los condicione a la financiación. López dice que son “imprescindibles” para anclar avances sociales que han quedado en el aire (como el sistema de curas) y pide al Govern más ambición en el reparto de la riqueza y recetas de menos “desarrollismo” como la del Prat o la Ryder que no profundizan en el impacto medioambiental.
Los tiempos parecen otros. Pere Aragonès adelantó las elecciones al no poder aprobar las cuentas al exigir los comunes la retirada del proyecto del megacasino del Hard Rock en Tarragona. Esta vez no será así. Illa piensa cumplir su segundo aniversario porque el PSC ya ha dicho que con o sin presupuestos la legislatura seguirá adelante. Acabado el curso, Illa se ha autoevaluado con un notable.
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