La defensa abre una nueva brecha en Europa

Durante décadas, el telón de acero partió Europa en el eje Este/Oeste. La crisis económica empezada en 2008 abrió una herida en el eje Norte/Sur. Ahora, parece aflorar una nueva brecha en el mapa, y esta vez tiene que ver con la defensa, el centro de gravedad política de esta época europea. Varios indicadores apuntan a que se va configurando un grupo de países que asume el objetivo del refuerzo militar con mayor intensidad que otro, un proceso con visos de agudizarse en el futuro y de producir consecuencias problemáticas.

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 Aflora en el mapa del continente el distanciamiento entre países muy dispuestos a un refuerzo militar y otros reticentes  

Durante décadas, el telón de acero partió Europa en el eje Este/Oeste. La crisis económica empezada en 2008 abrió una herida en el eje Norte/Sur. Ahora, parece aflorar una nueva brecha en el mapa, y esta vez tiene que ver con la defensa, el centro de gravedad política de esta época europea. Varios indicadores apuntan a que se va configurando un grupo de países que asume el objetivo del refuerzo militar con mayor intensidad que otro, un proceso con visos de agudizarse en el futuro y de producir consecuencias problemáticas.

En el primer grupo destacan Alemania, Francia, el Reino Unido, Polonia, los bálticos o los nórdicos. Estos países emiten rotundas señales políticas de compromiso con grandes inversiones en defensa o con acuerdos estratégicos, como los muy significativos firmados recientemente entre el Reino Unido y Francia (que incluye una coordinación de su capacidad de disuasión nuclear) o entre el Reino Unido y Alemania, dos pactos que reconfiguran como eje tractor el grupo de las tres principales potencias europeas. Otra señal son las inversiones anunciadas en los últimos días por parte de Estados como Suecia, Noruega, Dinamarca y Países Bajos para comprar a EE UU armas destinadas a Ucrania.

En el segundo grupo, pueden señalarse España, Italia, Portugal o Bélgica (y, por supuesto, aquellos que no son miembros de la OTAN, como Austria e Irlanda), países que manifiestan o dejan intuir una motivación mucho más endeble. Símbolo de ello son el descuelgue de España del pacto en la OTAN para incrementar el gasto militar al 5%, o la adhesión a ello de Italia con la boca pequeña. Precisamente esta semana ha aflorado en Roma la idea de considerar la eventual inversión para construir un puente sobre el estrecho de Mesina como un gasto del ámbito de seguridad.

Las causas de la divergencia son claras. Pol Morillas, director del centro de estudios CIDOB y autor de En el patio de los mayores. Europa ante un mundo hostil (Debate), apunta a dos ejes interpretativos fundamentales, uno de índole económico e industrial, otro de carácter político y de percepción de amenazas.

“Por un lado, están países con más margen fiscal, como puede ser el caso de Alemania, en los cuales la inversión en defensa no supone tanto sacrificio de gasto social como en otros; o países en los cuales la industria de defensa es importante, como en Francia o el Reino Unido y, por lo tanto, tienen un interés especial en estas inversiones”, dice Morillas.

“Por otra parte”, prosigue el experto, “está el eje configurado por la percepción de la amenaza. Aquellos que, como Polonia, la perciben muy cerca, son muy proclives al gasto en defensa. Quienes la notan menos cercana, como España, están en el otro lado del eje”, dice Morillas.

Nicolai von Ondarza, jefe del departamento de investigaciones del Instituto Alemán para Asuntos Internacionales y de Seguridad, coincide en poner el acento en la cuestión de la percepción del riesgo.

“El análisis muestra que, en términos generales, cuanto más alejados geográficamente están los países de la UE/OTAN respecto a Rusia, menor ha sido su reciente aumento en el gasto en defensa. En cierta medida, esto es aceptable y responde a una percepción diferente de la amenaza”, comenta el experto.

“Sin embargo”, prosigue Von Ondarza, “si la brecha en el gasto en defensa en Europa se vuelve demasiado grande, se generará una reacción negativa y una falta de confianza entre los países europeos. Hasta ahora, esto se ha manifestado principalmente entre EE UU y países como España. Pero cuanto más responsables sean los europeos de su propia seguridad, más problemática puede volverse esta brecha y las acusaciones de estar aprovechándose del esfuerzo ajeno (free-riding)”, apunta el especialista.

Ahí reside el nudo de la cuestión. Lo que ahora es solo una tendencia divergente, puede por el camino convertirse en una verdadera fractura determinada por voluntades políticas diferentes, capacidades operativas muy dispares, desconfianza y recelo.

Morillas señala que, con esas premisas de condiciones económicas, industriales y de percepción de riesgo divergentes, resultan fundamentales “mecanismos conjuntos europeos”. Y, señala el experto, “de momento no hay mecanismos suficientes. La partida de 150.000 millones de euros [anunciada por la Comisión] es un paso tímido”. Sin ellos, alerta Morillas, el riesgo de que la brecha se ahonde es serio.

La fractura es un riesgo problemático por varios motivos.

Primero, porque en caso de necesidad no se podría producir un reparto auténticamente solidario del esfuerzo.

En segundo lugar, porque el resquemor por la sensación de aprovechamiento del esfuerzo ajeno del que habla Von Ondarza puede repercutir en la fluidez de las relaciones en otros planos. Evidente es el ejemplo de España, receptor de cuantiosa generosidad como país receptor de fondos UE, sea de convergencia o pandémico, pero poco involucrado ahora en construir capacidad de solidaridad defensiva. Cabe preguntarse si esto se tendrá en cuenta a la hora de decidir repartos en el futuro.

Y, en tercer lugar, porque ahondar fuertes desequilibrios internos no es deseable. No lo es en el plano económico, menos lo es en lo militar. Si bien es hoy totalmente inconcebible cualquier perspectiva de conflicto entre países miembros de la UE o aliados de la OTAN, el proyecto europeo tiene muchos más visos de prosperar con una integración equilibrada y armoniosa que con graves asimetrías internas.

El futuro de la defensa europea pasa por geometrías complejas. Está la de la OTAN, que sigue siendo la única fuerza creíble y a la cual, por lo tanto, los más expuestos muestran un fuerte apego. Está la UE, que da pasos para influir en el sector, concretamente en la vía industrial. Están los mencionados movimientos del E-3; Alemania, Reino Unido y Francia destacan a amplia distancia de los demás entre los países con mayor inversión militar, superando los primeros dos los 80.000 millones de dólares anuales [cerca de 69.000 millones de euros], y con más de 60.000 millones el tercero, según datos del Instituto Internacional de Investigaciones para la Paz de Estocolmo. Los siguientes son Italia y Polonia, con unos 36.000 los dos, aunque con actitudes y proyecciones completamente diferentes. En un texto reciente, Von Ondarza subraya el insólito hecho de que el tratado bilateral entre el Reino Unido y Alemania mencione explícitamente a un país tercero: Francia. Pero debajo de todos ellos subyace el fundamental atlas de las voluntades. Uno que empieza a enseñar los contornos de una brecha, que puede crecer, y causar consecuencias, en materia militar, y más allá.

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