Esta médico advierte sobre cómo la medicina preventiva, impulsada por la falta de tiempo en las consultas y las dudas, convierte a individuos sin síntomas en pacientes: «Un buen médico invierte tiempo, no solo manda pruebas y receta fármacos» Leer Esta médico advierte sobre cómo la medicina preventiva, impulsada por la falta de tiempo en las consultas y las dudas, convierte a individuos sin síntomas en pacientes: «Un buen médico invierte tiempo, no solo manda pruebas y receta fármacos» Leer
El propósito de la Medicina del siglo XXI es adelantarse a la enfermedad. Curarla antes de que surja. ¿Es posible? «No, ¿cómo vamos a evitar una dolencia que no sabemos si vamos a desarrollar?». La neuróloga irlandesa Suzanne O’ Sullivan reflexiona sobre en lo que se ha convertido hoy la ciencia destinada a curar: una rama preventivista. Pero no a través de hábitos saludables como alejarse del tabaco o una dieta sana. Esto es barato, aunque complicado de llevar en nuestra sociedad.
La Medicina de este siglo ha abierto las puertas a los análisis y pruebas capaces de predecir si una persona va a poder desarrollar una enfermedad. «¿Estamos preparados para asumir que podremos tener una patología para la que no hay cura?».
La neuróloga del Hospital Nacional de Neurología y Neurocirugía de Londres aborda en su último libro La era del diagnóstico (Ariel) el difícil ejercicio de funambulismo que lleva a cabo la práctica clínica actual. «El sobrediagnóstico es una asistencia médica de escaso valor», afirma. «No implica una detección errónea, sino que apunta a la posibilidad de que los daños superen a los beneficios. A la hora de gestionar nuestras capacidades técnicas y científicas no somos ejemplares».
Esa sensación de vivir en una sociedad enferma se refleja en los datos. En nuestro país, casi el 55% de la población mayor de 15 años padece una enfermedad crónica, según el último informe del Ministerio de Sanidad. Mire a su alrededor y examine quién no le ha dicho que toma una pastilla para el colesterol, se medica contra la diabetes o contra una alteración de su salud mental, de forma puntual o crónica.
Quizá, como apunta O’ Sullivan, hoy solo se trata de corregir los errores que se cometían a finales del siglo pasado: «La gente fue al médico demasiado tarde con enfermedades como la diabetes; o los niños que tenían necesidades especiales de aprendizaje no fueron reconocidos. Así que tuvimos un momento en que las personas se descuidaron y no se pudo reconocer que necesitaban ayuda».
Y como el ser humano es de extremos, nos inclinamos demasiado hacia el lado de los cribados, de las pruebas por si acaso. ¿Son realmente útiles? ¿Convertimos en enfermos a personas sanas? «Entiendo que el progreso científico a veces necesita que hagamos cosas que no entendemos por un tiempo», asume la neuróloga. «Al mismo tiempo siento que deberíamos concentrarnos más en las personas que están enfermas y menos en hacer pacientes a las personas sanas».
Nombre ficticio, situación real. A la madre de Rubén le recomendaron que le hicieran una ecografía al poco de nacer. Le hacen las pruebas en la sanidad privada y encuentran dos quistes en el hígado. Durante cinco años a Rubén se le somete a una ecografía anual junto a una analítica hasta que llega el diagnóstico definitivo: malformación congénita, benigna y asintomática que va reduciendo su tamaño.
¿Fue necesario someter a ese niño y a sus padres a ese estrés? La disyuntiva está servida. «El miedo al diagnóstico nos empuja hacia demasiadas pruebas, demasiadas etiquetas y demasiados tratamientos», sentencia la neuróloga. En esta era del sobrediagnóstico y la sobremedicalización con la que lidia la sociedad, el tiempo verbal que impera es el condicional y si. En la tesis de O’ Sullivan se suma otro factor: las mejoras de las técnicas hoy sirven para reconocer con mayor facilidad síndromes, trastornos y enfermedades.
Y a eso se une la falta de tiempo en la consulta. «Los médicos no tienen tiempo para establecer relaciones con las personas y saber si son o van a ser pacientes, con qué están lidiando en su vida, qué le causa malestar y detectar si van a necesitar una prueba o un medicamento», acusa la neuróloga. Con solo siete minutos que tiene de media un médico en Atención Primaria no se puede hacer una buena anamnesis o entrevista clínica.
Si después de los primeros minutos hay sospechas de que hay algo grave, el facultativo se dice: «No seré yo quien diga que no a un test». «Si alguien viene a mí y piensa que tiene un tumor cerebral, no quiero ser el médico que dice que no, así que le remites a una prueba especial», asume la neuróloga. Al tiempo, espeta que «no debemos permitir que ese miedo nos empuje a dañar la salud de las personas con demasiados diagnósticos y demasiados tratamientos».
En diciembre de 2024, había 3.899.828 españoles esperando una cita con un especialista médico y 846.583 aguardaban para una cirugía en la sanidad pública. «Tenemos un gran volumen de personas en este extremo: esperando tratamientos inequívocamente útiles y científicamente probados, mientras gastamos dinero en hacer pruebas especulativas que no entendemos completamente».
Las tesis de O’ Sullivan las refrendan los datos y las tendencias actuales. Joan-Ramon Laporte, a través de Crónica de una sociedad intoxicada (Península), hace un exhaustivo análisis de la sobremedicalización. En España, hace solo tres años se hicieron más de 1.100 millones de recetas a cargo del sistema sanitario público (23 recetas por habitante).
El ex catedrático en Farmacología de la Autónoma de Barcelona alerta del elevado consumo de fármacos, muchos innecesarios para paliar malestares psíquicos derivados de problemas sociales. «Hemos medicalizado la vida», sostenía. «Un médico necesita hablar y mirar a los ojos del paciente para entender el contexto en que sucede la enfermedad», afirmaba.
O’ Sullivan hace una lista de los síndromes y enfermedades que han adquirido fama debido a un mayor diagnóstico: Huntington, Lyme, Covid persistente, autismo, cáncer, trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), depresión, neurodiversidad y síndrome sin nombre.
«En estos casos [enfermedades raras], las respuestas son necesarias», esgrime la neuróloga. O’ Sullivan ha sido testigo en su consulta de que saber qué pasa, aunque no haya una pastilla que lo cure o evite, también es terapéutico. «Es positivo porque aporta tranquilidad, y hay personas que ante un sufrimiento manifiesto necesitan claridad».
Pero, en el otro lado, están las enfermedades que tienen etiqueta, pero no cura. «Si acepto un diagnóstico como explicación y no hay cura ni tratamiento, podría reforzar los síntomas». La neuróloga aquí se refiere a las patologías neurodegenerativas, como Huntington y demencias.
Entre la predisposición genética (un porcentaje de posibilidades) y la manifestación física (bultos, cansancio, dolores…), hay un espacio para la detección precoz del cáncer. «Se buscan los primeros signos posibles en personas sanas. Así se salvan algunas vidas e inevitablemente se tratará a algunas personas que no necesitaban ser tratadas».
O’ Sullivan no se olvida de las enfermedades asociadas al envejecimiento. «A medida que envejecemos hay un problema real cuando ligamos un cuerpo envejecido a una enfermedad. No siempre es así, se llama deterioro. Hay que asumirlo».
-Entonces, llegados a este punto, ¿cómo se ejerce la buena medicina?
-La gente tiene la impresión de que un médico que hace muchas pruebas y receta fármacos lo hace bien. «Se ha preocupado por saber qué tengo», dicen. Y no. Un buen médico es el que invierte en ti con su tiempo: lo ves muchas veces, te escucha adecuadamente y a veces te manda una prueba o un tratamiento. La consulta de buena calidad es muy valiosa.
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