Dos de los distinguidos en la última edición por en los Fronteras del Conocimiento FBBVA, el endocrino Daniel J. Drucker y el psicólogo Icek Ajzen charlan sobre este problema de salud pública. «El médico es la única fuente fiable, nos jugamos la confianza de la gente» Leer Dos de los distinguidos en la última edición por en los Fronteras del Conocimiento FBBVA, el endocrino Daniel J. Drucker y el psicólogo Icek Ajzen charlan sobre este problema de salud pública. «El médico es la única fuente fiable, nos jugamos la confianza de la gente» Leer
Dicen que la obesidad es una pandemia silenciosa que sufren una de cada ocho personas en el mundo. Pero este problema de salud pública pide a gritos un plan de choque, porque de ella nacen otras enfermedades: diabetes, cáncer, infartos, colesterol, hipertensión… que no solo minan el organismo de las personas, sino también las capacidades de la sociedad. Aquí hablamos de una caída de productividad que, en el conjunto de la OCDE, supone un 3,3% del PIB y la pérdida de 54 millones de trabajadores a tiempo completo en sus 52 estados miembro. En nuestro país, se ‘come’ el 2,5% del PIB y emite una factura de 25.700 millones de euros entre costes directos e indirectos.
La obesidad va más allá de los kilos extra que disparan las cifras de azúcar en sangre, la tensión arterial y aumentan las placas de colesterol en arterias, entre otros trastornos. Estar pasado de peso genera un estigma en quien lo sufre que vive con la losa permanente «de estar a dieta siempre y que no funcione». El problema es que las previsiones no son halagüeñas: en unas décadas, en 2050, serán obesos seis de cada diez adultos y un tercio de los niños y adolescentes, según las previsiones de The Lancet.
Para atajar esas cifras, el mundo ha puesto sus esperanzas en los nuevos fármacos antiobesidad: los GLP-1, moléculas basadas en la imitación del péptido-1 similar al glucagón, que ya tenemos en el organismo. Se secreta en el intestino y manda señales al cerebro y al resto del tubo digestivo indicando que el alimento llegó y que no se necesita comer más. Pero, «no debe ser solo así», lamenta uno de los padres de las investigaciones que han dado forma a la hoy archifamosa familia de Ozempic, Wegovy y Mounjaro.
Daniel J. Drucker (Montreal, 1956) sostiene que primero hay que hallar las respuestas al origen de la obesidad. «¿Se trata de un cambio en el entorno? ¿Es por contaminación? ¿Proviene de productos químicos en el medio ambiente? ¿Es por la forma en que ha cambiado la familia, se han modificado las ciudades o hemos alterado el suministro de alimentos? ¿Es por un mayor uso de alimentos procesados o químicos en ellos? ¿Hay una dinámica diferente de cómo interactuamos con lo que comemos?».
Junto al endocrino, el psicólogo social Icek Ajzen (Chelm, Polonia, 1942) siembra más dudas en torno al problema y la condición de salud. «No entendemos realmente por qué tenemos este tipo de epidemia de sobrepeso y cómo atajarla. Podemos probar métodos conductuales junto a los medicamentos para bajar de peso. Pero ¿qué lo provocó? ¿Hubo algún cambio que sea responsable de ello?». Este investigador del comportamiento humano de la Universidad de Massachusetts Amherst apunta a la necesidad de conocer qué impulsa a las personas en su lucha contra la báscula. «Debemos estudiar cómo combinar las teorías conductuales con el uso de los medicamentos en el futuro para que las personas se inclinen hacia hábitos más saludables».
Drucker y Ajzen charlaron sobre obesidad y su impacto social hace una semana en Bilbao. Allí acudieron ambos a recibir el reconocimiento de sus aportaciones en la XVII edición de los Premios Fronteras del Conocimiento que concede la Fundación BBVA. El endocrino del Hospital Monte Sinaí de Toronto recogió junto a sus compañeros Svetlana Mojsov, Joel Habener y Jens Juul Holst la distinción concedida por lograr los descubrimientos biológicos fundamentales para crear un nuevo arsenal terapéutico contra la diabetes y la obesidad. Ajzen hizo lo propio junto a los destacados en la categoría de Ciencias Sociales por sus contribuciones teóricas y prácticas en la predicción y comprensión del comportamiento humano: Dolores Albarracín, Mahzarin Banaji, Anthony Greenwald y Richard Petty, cuyas aplicaciones van desde el diseño de las campañas de vacunación hasta la lucha contra las teorías conspiranoicas.
De hecho, hace cuatro décadas ambos coincidían, sin saberlo, en investigaciones contra la obesidad. Mientras Drucker encontraba en las líneas celulares cómo se comportaba el análogo del glucagón en el laboratorio, Ajzen ponía en marcha un estudio sobre la pérdida de peso con el empleo de la teoría del comportamiento planeado que el psicólogo había confeccionado años atrás.
Tras bromear con el paso del tiempo, ambos tienen claro que la situación ha cambiado drásticamente desde el inicio del nuevo siglo. «Hasta ahora había mucha gente que quería perder peso, se ponía a dieta planificando su alimentación e incrementando el nivel de ejercicio físico. No todos lo conseguían», recuerda Ajzen. De hecho, en su estudio, solo lo alcanzaban seis de cada 10. «Y una vez superado el reto, había que ver si seguían con estos nuevos hábitos saludables a largo plazo y porqué». El seguimiento es crucial, insiste, conocer las variables que modifican este tipo de conductas debe ser estudiado y valorado, «sobre todo cuando afecta a tratamientos médicos necesarios, aún sin saber si serán de por vida o no».
Ahora, a quienes perder peso les costaba, han encontrado en los nuevos fármacos un empujón definitivo, o no. «Aún queda conocer cómo influye el factor tiempo en el mantenimiento de los resultados. Lo que sabemos hasta ahora es que muchos abandonan la medicación al año. ¿Conservan los hábitos de buena alimentación y ejercicio? No lo sabemos», sostiene Drucker. Al tiempo, recuerda que hace apenas cinco años «solo teníamos una única opción para los casos más graves: la cirugía bariátrica».
«El desafío gravita en que las personas obesas están solas. Toman sus decisiones en un contexto personal y no tenemos suficiente acceso a ellas»
Icek Ajzen
«Se necesita mucha más investigación, trabajar en las razones de los abandonos y las motivaciones… Debemos averiguarlo para poder diseñar mejores planes de adherencia y aumentar la positividad de los resultados», añade Ajzen. Desde su óptica, gracias a otros trabajos que ha realizado en el campo sanitario, «la puesta en marcha de una planificación siempre sirve para mejorar la adherencia terapéutica». Porque, como razona el psicólogo, «si uno consensúa con su médico cuándo y cómo se va a tomar la medicación, porqué debe hacerlo de un modo y no otro, tiene un impacto mayor».
Quizá, un elemento importante es el efecto arrastre: cuando un miembro de una familia se cuida y cambia de patrones, el resto lo imita. «¿Por qué sucede? Dar con las claves de la respuesta nos ayudaría en los casos que no se hace», apunta el psicólogo. Esto se ha visto en los últimos años en EEUU, donde las cestas de la compra en las familias en las que había un miembro que se trataba con Ozempic o Mounjaro dejaban a un lado los ultraprocesados, las bebidas azucaradas, salían menos a restaurantes de comida rápida y emprendían actividades más relacionadas con el ejercicio físico regular. «Entonces, ¿la familia perdía peso o ganaba según que hábitos se adoptaban?», pregunta Drucker. Estos efectos colaterales «también importan», remarcan ambos.
¿Adelgazar solo para estar más sano o para estar más atractivo? Ante la disyuntiva que causa polémica, para Ajzen son válidas las dos opciones. «El caso es hallar el impulso necesario», incide ante la necesidad de sortear la obesidad. Drucker añade que «la gente reconoce el valor del ejercicio y mantener una dieta saludable». Pero el obstáculo es llevar a cabo estos hábitos de forma preventiva, «y no cuando los kilos ya están ahí o la enfermedad ya se ha manifestado», subraya el canadiense.
P. La recomendación de hábitos saludables desde la infancia para prevenir la aparición de la obesidad, ¿sería osada compararla con el uso de las vacunas para prevenir enfermedades infecciosas?
R. Drucker: Hay algunos matices. Primero, en la obesidad se achaca el problema a las personas: «Debes cuidarte y no comer más». Nadie dice «tienes sarampión porque quieres». Esto es lo que oyen los pacientes que manejan una gran cantidad de culpa. Segundo, con las vacunas se ahorran costes; si uno no está obeso, también. Pero aquí no hay políticas a largo plazo, las administraciones trabajan en legislaturas de cuatro años y no son suficientes. Tercero, no se puede dejar todo en manos de los medicamentos porque son muy caros, deberían bajar entre un 30%-50% para llegar a ser rentables.
R. Ajzen: El desafío gravita en que las personas obesas están solas. Ellas toman sus decisiones en un contexto personal y no tenemos suficiente acceso para llegar a ellas. Este proceso es costoso. Debemos ser capaces de trasmitir que si se abandona la obesidad hay menos problemas de corazón, de hígado… Uno se encuentra psicológicamente mejor, y eso se refleja en su calidad global de vida.
Penetrar con la justificación de una mejor salud resulta complicado, admiten. «No es fácil cambiar el comportamiento humano», afirma el polaco. «Necesitamos un refuerzo para ayudar a las personas a entender que cuando adoptan un patrón de vida apoyado en una dieta saludable y el ejercicio como rutina, esto tiene beneficios. Pero, si lo abandonan, vuelven los efectos negativos», remarca Drucker.
«No se puede dejar todo en manos de los medicamentos porque son muy caros. Deberían bajar entre un 30% y un 50% para ser rentables»
Daniel J. Drucker
No se teme solo el efecto rebote de los kilos, que existen con o sin el empujón de la magia atribuida a los GLP-1, sino a la pérdida de confianza. «Estamos en un momento en el que nos jugamos la credibilidad en la ciencia y en lo que puede aportar, sobre todo con las dudas que siembra nuestro ministro de salud, Robert Francis Kennedy Jr., que ha expresado sus reservas con algunos medicamentos», acentúa el endocrino y asiente el psicólogo.
Sobre las campañas de salud pública, marketing y publicidad de los laboratorios y administraciones gubernamentales ambos sostienen que las «amenazas no funcionan». Los mensajes en negativo «alejan a los pacientes» y lo necesario es poner en valor «los beneficios de los logros y animar a quienes deciden emprender el camino de los hábitos saludables en cada paso, señalando las pequeñas victorias y las ventajas que suponen en su calidad y esperanza de vida», pormenoriza Ajzen sobre las acciones que sí suman adeptos.
El endocrino saca a colación el tema de las cifras. No solo porque los kilos de más no deben ser una etiqueta clasificatoria, «como tampoco lo debe ser un índice de masa corporal (IMC) que te sitúa en un extremo de más 29 o 30». Como ya han determinado sus colegas de especialidad, el IMC es un valor que «no describe a la persona». «Podemos estar ante un individuo grande, alto, corpulento incluso; que hace ejercicio, por ejemplo, llega a correr unas millas al día; come sano y cuyos valores en una analítica así lo demuestran. ¿Hay que ponerla en tratamiento? No», defiende Drucker. En cambio, con el mismo perfil físico con enfermedades como diabetes o hipertensión «sí deben tomarse medidas». A este grupo «es al que debemos dirigir las políticas de educación en salud».
Sin embargo, el padre de los fármacos antiobesidad no deja de señalar los debates que deben tener los laboratorios fabricantes, como Eli Lilly y Novo Nordisk, con las administraciones de los gobiernos. «El mensaje de que ‘la obesidad es una enfermedad grave y que mata a las personas’ es una conversación que tiene que darse con los funcionarios de los gobiernos, profesionales de la atención médica y las agencias reguladoras. Y subrayando el marco que dibujan los datos: ‘si no se trata la obesidad adecuadamente, este es el costo adicional para el sistema de atención médica’. No creo que el miedo sea un gran mensaje de marketing para la gente», aclara.
También el psicólogo pone el acento desde dónde llegan los mensajes: las redes sociales. «Los medios tradicionales [nos señala como tal] ya no son la fuente primaria de la información en las nuevas generaciones. Aquí se abre la puerta a los bulos, las falsas noticias…», destaca Ajzen, que recalca, tajante, que «la única fuente fiable es el médico». Drucker va más allá: «Esta es nuestra gran batalla hoy».
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