“Por fin se ha logrado que eso se tape”. Así reacciona Juan Valencia ante el paso que acaba de dar la Universidad de Sevilla (US) para ocultar una placa que llevaba 60 años enclavada en uno de los patios de la sede del Rectorado, la antigua fábrica de tabacos, en el centro de la capital andaluza. “Anno MCMLV Franco Hisp Duce in his aedibus hispalensis universitas sedem habere coepit eoque novo munere pretiosa praeteritarum rerum reliquiae servata sunt”. Para quienes no tengan el latín demasiado fresco, la frase de esa plancha podría no tener ninguna relevancia, pero para personas como Valencia, pertenecientes al colectivo memorialista y estudiante universitario que en el final de los sesenta del siglo pasado sufrió la represión franquista por rebelarse contra la opresión del régimen, esas palabras eran un continuo recuerdo en piedra de la persona que eliminó las libertades y la brillantez intelectual de las aulas: el Duce Franco, el caudillo Franco, de acuerdo con la traducción al castellano. “En el año de 1965, siendo Franco caudillo de España, la Universidad Hispalense comenzó a tener su sede en este edificio y en su nueva función se conservaron los preciosos restos de su pasado”, es lo que dice la estela que se colocó en ese año con motivo del traslado del rectorado a ese edificio.
La institución elimina la referencia al dictador del Rectorado, pero no fija fecha para inaugurar la nueva
“Por fin se ha logrado que eso se tape”. Así reacciona Juan Valencia ante el paso que acaba de dar la Universidad de Sevilla (US) para ocultar una placa que llevaba 60 años enclavada en uno de los patios de la sede del Rectorado, la antigua fábrica de tabacos, en el centro de la capital andaluza. “Anno MCMLV Franco Hisp Duce in his aedibus hispalensis universitas sedem habere coepit eoque novo munere pretiosa praeteritarum rerum reliquiae servata sunt”. Para quienes no tengan el latín demasiado fresco, la frase de esa plancha podría no tener ninguna relevancia, pero para personas como Valencia, pertenecientes al colectivo memorialista y estudiante universitario que en el final de los sesenta del siglo pasado sufrió la represión franquista por rebelarse contra la opresión del régimen, esas palabras eran un continuo recuerdo en piedra de la persona que eliminó las libertades y la brillantez intelectual de las aulas: el Duce Franco, el caudillo Franco, de acuerdo con la traducción al castellano. “En el año de 1965, siendo Franco caudillo de España, la Universidad Hispalense comenzó a tener su sede en este edificio y en su nueva función se conservaron los preciosos restos de su pasado”, es lo que dice la estela que se colocó en ese año con motivo del traslado del rectorado a ese edificio.

“¿Qué pintaba esa mención al ‘Duce’ Franco en una universidad, en una España democrática? Nada”, reflexiona Valencia. Sin embargo, los sucesivos rectores de la US desde la Transición no repararon en esa pregunta, pese a que esa alusión al dictador se había prohibido en la ley andaluza de memoria histórica y en la estatal de 2022. Ha sido ahora cuando el actual rector, Miguel Ángel Castro, ha tomado la decisión de tapar esa placa con otra similar en la que se ha eliminado el nombre del general golpista —no se ha podido sustituir porque Patrimonio lo desaconsejó—, pero que lleva más de un mes tapada mientras se espera a que la institución ponga una fecha para inaugurarla oficialmente con la presencia de los verdaderos impulsores de ese cambio: la sociedad civil organizada en asociaciones memorialistas, en especial la Asamblea de Familiares y Asociaciones Memorialistas de la plaza de la Gavidia, que lleva desde 2010 llamando la atención sobre lo anómalo de la presencia de esa inscripción y que, en los últimos años, ha redoblado esfuerzos con escritos al rector y concentraciones, hasta conseguir hacer cumplir la ley.
“Para nosotros era indignante que esa mención a Franco se mantuviera en la Universidad, porque Franco lo único que le dio fue restricciones, opresión, expulsión de profesores y alumnos”, explica Valencia, uno de los que más se ha movilizado para conseguir eliminar el rastro del dictador de la US.
Una cátedra de la memoria
El cambio de la placa es sobre todo un gesto simbólico que debe preceder al reconocimiento por parte de esta institución de esas personas que fueron proscritas de sus muros por atreverse a defender el ejercicio de las libertades y una convivencia democrática frente a las leyes injustas del régimen franquista. El rector se ha comprometido a realizar ese homenaje antes de que termine el año y a crear una cátedra de memoria democrática. Lo que ya ha cumplido es la puesta en marcha de una comisión de la memoria que se encargue, entre otras cosas, de rescatar del olvido y poner rostro a todos los alumnos, profesores y trabajadores que sufrieron la represión por luchar por la democracia desde las facultades sevillanas.
“Los que ahora se están muriendo son los que protagonizaron las protestas en los 60 y eso puede dificultar la labor de investigación”, se lamenta Alberto Carrillo, profesor de Historia Contemporánea de la US que investiga la represión franquista en ese centro universitario. Carrillo está escrutando todas las formas de represión que se dieron en la Universidad, desde depuraciones o fusilamientos, pasando por las expulsiones temporales o a perpetuidad. Pero también las sanciones y prohibiciones de cualquier tipo relacionadas con actividades vinculadas a la búsqueda de la democracia, que se encuentran perdidas en archivos de las distintas facultades o de las que no existe constancia oficial.
“Ahí es donde hay más incertidumbre, porque muchas veces eran cartas que se mandaban desde una facultad, una llamada del gobernador civil a la familia de un estudiante, cuya función era básicamente disuasoria, que buscaba más incorporar la variable del miedo que la de la sanción”, explica Carrillo sobre esa represión de baja intensidad que ha pasado desapercibida. “Pero existió y su efecto fue devastador, como hemos podido constatar en casos de personas que fueron expulsados de la facultad y se quedaron fuera del sistema, desubicados social y familiarmente, que acabaron con problemas de drogas”, explica.
La represión silenciosa
El historiador Jesús María Romero fue uno de esos estudiantes a los que se expulsó a perpetuidad. La primera vez que lo detuvieron fue el día del atentado contra Carrero Blanco (el 20 de diciembre de 1973). “Era dirigente de las Juventudes Universitarias Revolucionarias, un sospechoso habitual. Sufrí malos tratos, pero tampoco muy graves”, recuerda. Fue dos años después, cuando estaba en cuarto de carrera y haciendo el servicio militar —por no tener el certificado de buena conducta que dispensaba de la mili a los universitarios— cuando lo detuvieron por segunda vez y le prohibieron estudiar en cualquier universidad de manera indefinida. “Me acogí a la amnistía y eso me sirvió para poder terminar la carrera”, explica. Él también reclama un homenaje por parte de la Hispalense: “Verdad, justicia y reparación son fundamentales y todo lo que se haga en ese sentido me parece bien”.
La ley de amnistía también permitió a Emilio Pujol regresar del exilio. Dos años después de terminar la carrera de Medicina, y mientras compaginaba su doctorado con la docencia universitaria en la US, fue detenido y condenado a una “pena elevada” que le llevó a abandonar el país para refugiarse en Toulousse. Era 1972 y este médico, ahora jubilado, tenía entonces 25 años. “El franquismo estaba muy pendiente de la sociedad y había mucho miedo y la mayoría de los que nos rebelábamos éramos estudiantes y profesionales jóvenes”, cuenta. Pujol lamenta la tardanza por parte de la US en eliminar la placa con los honores a Franco. “Esto forma parte de una de las asignaturas pendientes de la Transición, que era recuperar la memoria histórica, y lo hicimos mal porque hubo un vacío tremendo que hizo que muchas instituciones no hayan evolucionado lo suficiente, y la universidad probablemente sea una de ellas”, sostiene.
La US fue una de las que más se movilizó para reivindicar las libertades que había sepultado la dictadura de Franco. Carrillo calcula en medio millón las personas que sufrieron actos represivos. “Fue bastante activa tanto desde el punto de vista de las reivindicaciones como de la creación de organizaciones estudiantiles”, apunta el profesor, que enumera a grupos socialistas y comunistas de todas las tendencias: carlistas, falanginas y hasta del Grapo. Pero la institución como tal fue bastante colaboracionista con el régimen. “Desde el Rectorado se colaboraba muy estrechamente dando nombres a la Brigada politicosocial”, señala Carrillo, quien, no obstante, también reconoce que hubo profesores que tuvieron una actitud beligerante.
Uno de ellos fue el antropólogo Isidoro Moreno, que fue detenido —no era la primera vez— en 1975, durante un homenaje en el Rectorado de la US por el aniversario de la Revolución de los Claveles. “Llegaron los grises y evacuaron la universidad y a punta de pistola nos prendieron a una compañera y a mí y pasamos tres días en el calabozo de la Gavidia [la plaza donde estaba la Capitanía]”. Moreno era entonces representante del distrito universitario de Sevilla de la coordinadora estatal de PNN (Profesores no numerarios), de la que también formaban parte en ese momento Alfredo Pérez Rubalcaba o Narcís Serra.
“Teníamos contratos muy precarios y, además de reivindicaciones laborales, también teníamos las pretensiones políticas de democratizar la Universidad”, recuerda. Moreno espera que con la sustitución de la placa se produzca “una activación de la historia frente al silencio de la Transición”, que en el caso de la US con esa losa en honor al caudillo se ha perpetuado en el tiempo. “Esto debe dar lugar a una activación de lo que ocurrió, de por qué ocurrió y cuáles son las consecuencias de la pervivencia de ciertos elementos de entonces que siguen en el presente”, reivindica el antropólogo.
Feed MRSS-S Noticias