La versatilidad de Carlsen: el número 1 también gana un Mundial de videojuegos criticado por los grandes maestros

El noruego se exhibe en un campeonato organizado por Arabia Saudí y se lleva 250.000 euros. »Parece de mal gusto hacer cambios en el juego para satisfacer a un público cada vez más voluble», dicen los clásicos. Leer El noruego se exhibe en un campeonato organizado por Arabia Saudí y se lleva 250.000 euros. »Parece de mal gusto hacer cambios en el juego para satisfacer a un público cada vez más voluble», dicen los clásicos. Leer  

Los lectores no demasiado jóvenes recordarán el día en que Raúl Gonzalez mandó callar al Camp Nou. Al delantero le salieron con los años numerosos imitadores, pero hasta ahora no habíamos visto un gesto así en el mundo del ajedrez. De Magnus Carlsen, número uno del mundo, conocíamos incluso algún puñetazo en la mesa, pero esa interacción con el público no se había producido nunca. Hasta que el noruego, madridista confeso, lo hizo en la eSports World Cup, la Copa del Mundo de deportes electrónicos celebrada en Riad (Arabia Saudita), un festival del videojuego profesional. Allí el ajedrez se codeó, para bien y para mal, con el League of Legends y el Call of Duty, entre otros.

«Me enfadé al ver que animaban a Nakamura cuando me estaba ganando», explicó después el noruego sin perder el sentido del humor y consciente de que en Riad alimentar el show era tan importante como jugar con precisión. Por suerte para él, esa demostración de confianza no se le volvió en contra. El número uno del mundo, implacable en cualquier especialidad, se llevó los 250.000 dólares del primer premio y sumó un nuevo título a una colección inigualable. El repaso que le dio a Alireza Firouzja en la final fue casi humillante. Magnus incluso concedió unas tablas que pudo convertir en victoria si hubiera sido menos caballeroso.

Como en cualquier deporte importante, los petrodólares permitieron atraer a los mejores grandes maestros, con la polémica habitual sobre el blanqueo político que pueden proporcionar las competiciones de élite. Pero aquí la discusión de fondo era otra: ¿es este el futuro del ajedrez, como señaló el propio Carlsen nada más ganar su lujoso trofeo? Se supone que la idea no es sustituir al ajedrez clásico, pero en los últimos tiempos se aprecia un repunte para conseguir que el juego de las 64 casillas llegue al público televisivo, más allá de los incontables canales que cada semana surgen en YouTube y otras plataformas de vídeo.

Por supuesto, detrás de estos intentos solo hay dinero. En Arabia Saudí la bolsa de premios era espectacular, algo parecido a lo que ocurre con el circuito de Freestyle Chess, cuya última parada del Grand Slam tuvo lugar en Las Vegas. No obstante, hay rumores que indican que el multimillonario Jan Henric Buettner, impulsor de esta variante del ajedrez en la que se sortea la posición de las piezas, empieza a dar signos de agotamiento.

Pero ya sea como Freestyle Chess (también conocido como ajedrez 960 y Random Fischer) o como un videojuego más, llama la atención la búsqueda permanente de nuevos caminos en un juego inmortal, que quizá sigue vivo porque lleva siglos adaptándose y mutando. Mientras, la Federación Internacional parece incapaz de liderar alguna de estas iniciativas, puede que absorta en sus planes para allanar el regreso de los equipos rusos a las competiciones internacionales.

El ajedrez nunca muere, pero sufre. Lleva décadas intentando formar parte del programa de los Juegos Olímpicos; aunque tiene su propia Olimpiada, multitudinaria, no es lo mismo. Alguien pensó que los Juegos de Invierno serían más permeables y Kirsan Ilyumzhinov, expresidente de la FIDE, llegó a proponer que se utilizaran piezas talladas en hielo. No era una broma.

El ajedrez tiene unos 1.500 años de vida, casi un tercio de los cuales ha mantenido las mismas normas. Surgió internet y fue una bendición. Llegó la pandemia y se puso de moda, con el impulso añadido de Gambito de dama. Las amenazas refuerzan su mala salud de hierro y hasta los videojuegos pueden convertirse en un aliado.

Por supuesto, no todos ven con buenos ojos esta pérdida de las esencias. Algunos no entienden que dos ajedrecistas sentados en la misma sala no peleen sobre el mismo tablero. Convertido en un «deporte electrónico» más, en el espectacular plató de Riad los grandes maestros rivales utilizaban ordenadores diferentes y hacían sus jugadas con un ratón. Armados con auriculares canceladores de sonido, el público podía gritar a su antojo, aunque como suele ocurrir en algunas competiciones celebradas en Arabia Saudí, muchos de ellos parecían figurantes.

Carlsen, durante una partida.
Carlsen, durante una partida.ESPORSWORLDCUP

El entretenimiento estuvo a la altura, en todo caso, pero en el terreno deportivo vimos desenlaces que los amantes del ajedrez clásico no toleran, como la partida que perdió Jan-Krzysztof Duda por un desliz del ratón. El viejo tablero de madera de madera es perfecto y el intermediario tecnológico que requieren los eSports es solo un obstáculo absurdo. Como además se jugaba sin incremento de tiempo, como cuando no había relojes analógicos, algunas partidas se resolvían porque uno de los ajedrecistas movía más rápido que su rival, sin importar si la posición era de tablas muertas. Otra contradicción más: el ajedrez se moderniza eliminando justo uno de los avances que más ha mejorado el juego, los relojes digitales, que permiten añadir un segundo o más cada vez que un ajedrecista hace un movimiento.

En definitiva, la apuesta parecía diseñada para fomentar los errores, porque el drama es imprescindible cuando el público no entiende lo suficiente, como si en la Fórmula 1 sólo merecieran la pena las carreras en las que hay muchos accidentes.

El gran maestro danés Jacob Aagaard es uno de los más críticos: «Los constantes intentos de convertir el ajedrez en un juego para que más gente lo aprecie no me parecen lógicos. El ajedrez no es para todos. Si lo cambian para que sea así, ya no será ajedrez. Es un juego donde celebramos la brillantez; todos estos eventos de entretenimiento celebran los errores de los grandes jugadores», escribió en X.

«Que el ajedrez no atraiga a las masas es una característica, no un error», insistía el maestro John Bartholomew. «Es un juego que requiere esfuerzo constante y concentración, cualidades en decadencia secular. Es probable que el ajedrez nunca llegue a ser verdaderamente popular. Parece de mal gusto hacer grandes cambios en el juego para satisfacer a un público cada vez más voluble».

A favor de la iniciativa de los eSports, incluso sus críticos admiten que no intenta, de momento, reemplazar el ajedrez clásico. Todas las modalidades son compatibles y gran parte del público atraído por estos fuegos artificiales luego se engancha con el ajedrez de verdad. Ocurre algo parecido con los millones de personas que juegan en las plataformas de ajedrez por internet. Solo en Chess.com hay más de 200 millones de usuarios (muchos de ellos duplicados, eso sí), a los que hay que sumar (de nuevo pese a los duplicados) otros 100 millones en Lichess. Y no son los únicos lugares para jugar.

En Arabia Saudí participaron muchos de los mejores (¡ni una mujer!) y ganaron un dinero que no es fácil de obtener en los torneos normales. Mientras los dólares fluyan, estos eventos seguirán celebrándose, aunque para tratarse de una competición por equipos no parecía importarle a nadie qué escudo defendía cada jugador. En su continuo ejercicio de ensayo y error, lo único evidente es que el ajedrez se seguirá practicando, por los siglos de los siglos y aunque tenga que vender su alma al diablo.

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