Los sirios inician la difícil vuelta a casa tras la caída de El Asad

Volver. La idea con la que millones de sirios abandonaron sus hogares a medida que el país se sumía en el conflicto civil a partir de 2011. Regresar a casa cuando termine la guerra, cuando caiga el régimen, cuando se pueda. Pasaron los años y la idea se fue difuminando, el “cuando” dejó paso al “si”, a la posibilidad, cada vez más remota, a medida que la guerra se anquilosaba y el régimen de Bachar el Asad arrinconaba a los rebeldes. Volver se convirtió en un anhelo, apenas, mientras nuevas parejas se formaban, nacían hijos en el exilio o en los campos de desplazados, crecían, echaban raíces fuera de la tierra que una vez fue propia. Y de repente, a raíz de la sorprendente ofensiva rebelde que provocó el abrupto desmoronamiento del régimen de El Asad el pasado diciembre, esa idea guardada desde hacía tanto tiempo en el fondo del equipaje cobró forma, se materializó en una posibilidad real.

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 Medio millón de refugiados y 1,2 millones de desplazados han regresado desde el cambio de régimen a un país aún inestable en el que faltan servicios y abundan la pobreza y las tensiones  

Volver. La idea con la que millones de sirios abandonaron sus hogares a medida que el país se sumía en el conflicto civil a partir de 2011. Regresar a casa cuando termine la guerra, cuando caiga el régimen, cuando se pueda. Pasaron los años y la idea se fue difuminando, el “cuando” dejó paso al “si”, a la posibilidad, cada vez más remota, a medida que la guerra se anquilosaba y el régimen de Bachar el Asad arrinconaba a los rebeldes. Volver se convirtió en un anhelo, apenas, mientras nuevas parejas se formaban, nacían hijos en el exilio o en los campos de desplazados, crecían, echaban raíces fuera de la tierra que una vez fue propia. Y de repente, a raíz de la sorprendente ofensiva rebelde que provocó el abrupto desmoronamiento del régimen de El Asad el pasado diciembre, esa idea guardada desde hacía tanto tiempo en el fondo del equipaje cobró forma, se materializó en una posibilidad real.

Para Basma Yabrak, y muchos otros como ella, significa poder reunirse con su familia y su país, después de años de separación. “Estoy muy feliz”, escribe por WhatsApp desde Alepo. Desde el triunfo rebelde y la formación de un nuevo Gobierno encabezado por el islamista Ahmed al Shara, que contribuyó a derribar el régimen de El Asad, apenas ha tardado unos meses en decidirse: el pasado mayo hizo las maletas, cogió a su hijo y dejó Turquía para siempre, el país en el que vivía desde 2016.

A finales de 2024, había más de seis millones de sirios refugiados en el extranjero ―sobre todo en Turquía y en los países vecinos― y otros 7,5 millones de desplazados internos en Siria; es decir, la guerra forzó a la mitad de la población del país a abandonar sus hogares. Desde diciembre, en cambio, se han incrementado los retornos: según datos de Acnur (la agencia de la ONU para los refugiados) hasta el 29 de mayo, 513.000 refugiados habían vuelto a Siria y 1,26 millones de desplazados internos habían retornado dentro del país a sus casas o, como mínimo, a sus regiones de origen. Numerosos campos de desplazados ―algunos conocidos por sus infames condiciones, como el de Rukban, en la desértica frontera con Jordania― han sido clausurados por la marcha de sus ocupantes.

El regreso, sin embargo, no es fácil: el país está destrozado. Basma en realidad no es de Alepo, sino de Ariha, una pequeña localidad en el sur de la provincia de Idlib famosa por sus dulces y sus cerezas, con las que se prepara un particular kebab. Durante la guerra fue línea del frente y cambió de manos en numerosas ocasiones. “Teníamos varias casas en Ariha, pero han sido destruidas por los bombardeos. Afortunadamente, mi familia ha podido comprar una casa en Alepo, y como estaba en la zona controlada por el ejército de El Asad, no ha sufrido daños”, relata.

No es solo que muchos desplazados encuentren sus viviendas arrasadas, es que localidades enteras han quedado reducidas a escombros, son ciudades fantasmales donde vivir es una quimera. Esto es especialmente cierto en amplias zonas de Alepo e Idlib, las dos provincias de las que son originarios el 70% de los tres millones de refugiados sirios en Turquía. Por ello, el Gobierno de Ankara ha cambiado su política: si durante las primeras semanas tras la caída de El Asad todo refugiado que cruzase la frontera hacia Siria era obligado a renunciar al permiso de residencia turco, desde enero permite a un miembro de cada familia hasta tres entradas y salidas de Siria para que puedan evaluar la situación y así tomar la decisión de retorno con más garantías.

“Esta medida ha sido muy positiva. La gente estaba entusiasmada con la idea de volver tras la liberación, pero algunos, cuando han cruzado a Siria, han visto que sus localidades estaban completamente destruidas. Así que necesitan tiempo para reconstruir sus hogares. Además, en muchos sitios, no hay agua ni electricidad, en otros no hay suficiente seguridad”, explica Yasmen Alsayyed. Ella misma, aunque tiene la intención de regresar, prefiere esperar unos meses a que la situación se estabilice.

Que la guerra haya terminado no significa que lo hayan hecho las muertes: cada semana fallecen entre 10 y 20 personas, muchos de ellos niños, por activar sin querer minas, explosivos, munición sin detonar, cuya presencia por todo el país, y especialmente en zonas rurales, hace muy difícil retomar la vida y los trabajos del campo con normalidad.

Tampoco la violencia se ha detenido. La Red Siria de Derechos Humanos ha registrado 2.854 muertes de civiles entre enero y mayo, por asesinatos extrajudiciales, ajustes de cuentas, violencia sectaria y bombardeos de Israel. Aunque muchos refugiados están regresando, o se plantean hacerlo, también hay una corriente de nuevos huidos: unas 120.000 personas, la mayoría alauíes (como la familia El Asad) de las provincias costeras han escapado a Líbano tras las matanzas sectarias que siguieron a la insurrección liderada por afines al anterior régimen dictatorial el pasado marzo.

“Por el momento no estamos colaborando en los retornos, porque deben ser voluntarios y en condiciones dignas. La gente vuelve por iniciativa propia, pero las condiciones no son las mejores”, sostiene Hail Khalaf, coordinador de crisis en Siria de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Con todo, en su organización prevén que durante este verano se multipliquen los retornos al concluir el curso escolar en los países vecinos a Siria y estiman que “quizás un millón y medio” de refugiados podría volver en lo que resta de año.

El principal escollo, explica este experto, es la “falta de servicios y oportunidades laborales”, especialmente en las zonas rurales, donde la guerra ha acabado con las infraestructuras y la maquinaria. “Además, en muchas zonas, por ejemplo en el sur de Idlib, conocido por sus olivos y pistachos, el antiguo régimen arrancó todos los árboles”, apunta Khalaf.

Economía devastada

“La gente esperaba una rápida recuperación económica al librarse de El Asad, pero esta no se ha materializado. La economía está devastada tras tantos años de guerra y aunque hay algo más de electricidad que hace unos meses, hay mucha pobreza y faltan empleos. El mercado laboral es muy pequeño por la falta de inversiones”, explica Benjamin Fève, de la consultora Karam Shaar, especializada en Siria, si bien espera que con el progresivo fin de las sanciones, la situación empiece a mejorar.

Los retornos de refugiados se están produciendo sobre todo desde Turquía, Líbano y Jordania. Desde la Unión Europea, donde residen más de un millón de sirios, se espera que la vuelta tome más tiempo. Pese a todo, el cambio de régimen ya se ha notado en que el número de peticiones de asilo por parte de sirios en la UE se ha desplomado.

“Depende de cada familia, hay mucha gente que desea volver, pero muchos tienen su vida hecha”, explica el doctor Abdulhadi Alsaur desde España, y que pide expresamente que aparezca su nombre y apellido: “Antes, cuando hablábamos, no queríamos que apareciera nuestro nombre, por miedo al régimen, que era muy vengativo y podía tomar represalias con nuestros familiares que se habían quedado en Siria. Pero ya no tenemos miedo”. Él irá de visita este verano a Duma, una localidad en la periferia de Damasco, para reunirse con sus parientes y evaluar la situación con vistas a mudarse en los próximos años: “Mi padre me cuenta que hay mucha destrucción en Duma, pero se están haciendo esfuerzos por reconstruir las instituciones, el Ayuntamiento y el tejido social”.

La “cohesión social” es otro de los “grandes desafíos” a los que se enfrenta el país, opina Khalaf, entre los que se fueron al extranjero, quienes vivieron en campos de desplazados y quienes se quedaron: “Cada cual sacrificó mucho a su modo”. Incluso dentro de las propias familias de los refugiados hay gran división de opiniones pues, especialmente entre los más jóvenes, se ha roto el vínculo emocional con Siria.

“Mi hija no quiere regresar, quiere quedarse aquí en Turquía, como la mayoría de los chavales, que ya hablan en turco, piensan en turco”, lamenta Yasmen Alsayyed: “Le hablamos de lo bonito que es su país, pero ella insiste que Turquía es mejor. Y sí, Siria está muy atrasada por lo que ha pasado durante los últimos 14 años; tenemos mucho trabajo por hacer”.

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