Marga, la ‘mossa’ que abatió al terrorista de Cornellà: “Era él o yo. Le disparé hasta que cayó”

A Marga le faltaba muy poco para acabar su turno en la pecera de la comisaría de Cornellà de Llobregat (Barcelona). A las 5.45 horas del 20 de agosto de 2018 envió un mensaje a su pareja, también mosso, que estaba en la zona de custodia. El resto de los compañeros atendía, en la calle, una pelea a la salida de una discoteca. “Hoy los únicos que plegamos [terminamos] a la hora somos tú y yo”. No podía andar más errada. Un hombre llamó al telefonillo. “Quiero hacerte una consulta”, le dijo. Marga abrió la puerta. El hombre se acercó a la mampara de cristal abierta, sacó un cuchillo escondido debajo de la camiseta y se abalanzó sobre la mossa con un alarido que, en esos contextos, solo provoca terror: “Allahu Akbar!” (”¡Alá es grande por encima de todo!”, en árabe).

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 La agente, que abatió a un hombre que había entrado en comisaría gritando en árabe ‘¡Alá es grande!’, afirma que se siente más víctima de la mala gestión de la administración que del ataque en comisaría  

A Marga le faltaba muy poco para acabar su turno en la pecera de la comisaría de Cornellà de Llobregat (Barcelona). A las 5.45 horas del 20 de agosto de 2018 envió un mensaje a su pareja, también mosso, que estaba en la zona de custodia. El resto de los compañeros atendía, en la calle, una pelea a la salida de una discoteca. “Hoy los únicos que plegamos [terminamos] a la hora somos tú y yo”. No podía andar más errada. Un hombre llamó al telefonillo. “Quiero hacerte una consulta”, le dijo. Marga abrió la puerta. El hombre se acercó a la mampara de cristal abierta, sacó un cuchillo escondido debajo de la camiseta y se abalanzó sobre la mossa con un alarido que, en esos contextos, solo provoca terror: “Allahu Akbar!” (”¡Alá es grande por encima de todo!”, en árabe).

Marga, el nombre con el que cariñosamente conocen a esta mujer de 42 años en su escamot (su equipo, en catalán) es la primera policía en España que logra una indemnización por dos vías: una del Ministerio del Interior como víctima del terrorismo, y otra de la Generalitat por las secuelas psíquicas sufridas en el ejercicio de su profesión. Seis años y medio después, charla con EL PAÍS acerca de aquella mañana que cambió su forma de ver el mundo, pero que no le ha quitado ni la vocación (“soy nieta de guardia civil e hija de policía nacional”) ni el buen humor. Salvó la vida un poco por instinto y otro poco por azar. “Cuando me intentó apuñalar, eché para atrás la silla… ¡Suerte que la cambiaron unos días antes y las ruedas funcionaban!”, sonríe.

La agente salió corriendo del habitáculo, gritó al sargento (“¡nos atacan!”) y sacó el arma mientras el hombre, Abdelouahab Taib, había traspasado ya la puerta y avanzaba hacia ella. En ese momento había mossos cambiándose en el vestuario, desarmados, para empezar el turno de mañana. “Le dije que tirase el cuchillo. No hizo caso. Venía a matarme. Era él o yo. Le disparé hasta que cayó. Fue todo muy rápido, instintivo. Es supervivencia”. La secuencia duró menos de un minuto. Los cuatro disparos (tres impactaron en el cuerpo) acabaron con la vida de Taib que, en el suelo, aún se movía, hasta que el sargento le quitó el cuchillo de la mano.

“Era como en una peli de miedo, ¿no se va a morir nunca?”, dice Marga. No hay espacio para el remordimiento en su conciencia. “No hice nada malo. Ni siquiera considero que haya matado a nadie. No escogí esa situación, yo quería irme a dormir a casa y disfrutar mi semana de fiesta”, cuenta. Cada víctima del terrorismo es única y vive el acontecimiento traumático de formas distintas. Marga no sufre pesadillas ni padece ansiedad, pero algo en ella ha cambiado. “Este hombre ha destruido mi confianza, me ha robado un poco mi seguridad. Lo miro todo más, estoy atenta en las actuaciones… Me gustaba más la Marga de antes, era más feliz en mi trabajo”, reflexiona.

Tras una baja de tres meses, el primer día de su vuelta al trabajo pidió el mismo turno (noche) y el mismo lugar (la conocida en argot como pecera, donde se atiende al público). “Era donde me había ocurrido. Las primeras horas lo pasé mal, tenía miedo. Hacía un escáner a todo el mundo antes de abrir. Para animarme, pensaba: ‘No puede volverme a pasar a mí”. Le ofrecieron compañía, pero la rechazó con guasa: “Esto no es la acollida [la bienvenida] de una guardería”.

Pena de muerte en Argelia

Lo que el atentado no logró (doblegarla, trastornarla, someterla a un estado de nervios) casi lo consigue la Administración. “Me siento más víctima de la gestión que se hizo en algunas cosas que de lo que me pasó”, afirma. Un juzgado de Cornellà abrió diligencias por la muerte del atacante y Marga tuvo que declarar como investigada. “Lo pasé mal. Creo que la fiscal me apretó demasiado. Empezó a hablar de protocolos, de pautas… No tenemos una guía de cómo actuar si entra un tipo armado a comisaría. Me puse a llorar y le dije: ‘¿Qué quiere que le diga?” La causa, en la que fue defendida por el abogado del sindicato USPAC José Antonio Bitos, se archivó rápidamente.

El peor trago lo vivió, sin embargo, el 6 de marzo de 2019, otra fecha que ha quedado marcada en rojo en su calendario vital. El juzgado de Cornellà le informó de que había llegado una comisión rogatoria de Argelia, que pedía el expediente judicial para investigar la muerte de Taib. El escrito especificaba que ese tipo de delitos está penado en el país con la pena de muerte. “Ahí es cuando me hundo, porque si consiguen mi TIP [el número de identificación de los Mossos] pueden llegar a saber quién soy. La jueza me dijo que ella no entregaría nada, pero el caso estaba también en la Audiencia Nacional”, que había abierto una investigación por terrorismo. Marga entró en bucle. “Empecé a pensar que vendrían a por mí, que me detendrían en el extranjero… Tuve un ataque de ansiedad”.

El día del atentado, los compañeros de Información que le tomaron declaración anotaron su número TIP en lugar de asignarle un Astor (de un solo uso, sin trazabilidad). Tras recibir las noticias de Argelia, Marga empezó una pelea burocrática con la Administración para lograr que su TIP se borrara del sistema. No recibió la ayuda que esperaba. “Me enviaron al jefe de escoltas. Le dije que muchas gracias, pero que no lo necesitaba”. No hubo manera humana de borrar el número, y la solución fue ponerle una alerta: si alguien lo consultaba en la base de datos, aparecería un aviso. Para tranquilizarle, le prometieron que preguntarían en la embajada de España en Argelia si el caso había quedado archivado. Nunca le dijeron nada. “Lo he puesto todo fácil. Solo pedí que me blindaran. Y no lo han hecho”.

El tercer caso y último episodio de fuego amigo llegó cuando tuvo que tramitar las indemnizaciones. Con la condición de víctima del terrorismo no hubo problema, más allá de que el Ministerio del Interior le remitió, por error, una carta en la que pedía más datos para acreditar su “secuestro en Mauritania”. El fallo se subsanó. Pero en el proceso para que la Generalitat le pagara la indemnización por el principio de indemnidad (que garantiza a los funcionarios cobrar por secuelas en actos de servicio) se sintió “humillada”. En la vista, el abogado de la Generalitat cuestionó su baja y la atribuyó a que no había “sabido gestionar el uso del arma” como le enseñaron en la escuela de policía. Y puso en duda que hubiera salvado vidas porque, al fin y al cabo, los hechos ocurrieron en una comisaría. “Me pareció feo, es lo que más me hizo daño. Sentí tanta rabia que quería llorar”.

Marga ha llevado el proceso con discreción. No ha querido saber nada sobre las motivaciones de Taib —según la fiscalía, buscaba una suerte de redención religiosa de lo que consideraba el pecado de ser homosexual, condición que su pareja había descubierto— ni ha comentado nada a sus dos hijas… hasta hace unos meses. “Eran pequeñas y no lo hubieran entendido. Lo pasaban mal cuando me iba a trabajar. Me decían: ‘No te vayas, que te van a pistolar. Ahora ya lo saben y lo llevan bien”. La mossa se ha sentido arropada por su escamot y, sobre todo, por su pareja, la que aquel 20 de agosto pensó que, en cuestión de minutos, se irían tan felices a casa.

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