Cuarenta meses son muchos en una guerra. Aún más, para una economía que ya arrastraba peligrosas dependencias de un mundo, el fósil, que, con fortuna, en unas décadas quedará relegado a los libros de historia. Casi tres años y medio después de que Vladímir Putin diese la orden de invadir Ucrania, rompiendo así todos los puentes con Occidente, Rusia está hoy atrapada en un laberinto de difícil salida: bajo crecimiento y precios disparados, con alzas anuales de doble dígito.
La maquinaria del gigante euroasiático arroja severas señales de agotamiento, una realidad que empieza a admitir el Kremlin. Atrás queda el bum militar de 2023 y 2024
Cuarenta meses son muchos en una guerra. Aún más, para una economía que ya arrastraba peligrosas dependencias de un mundo, el fósil, que, con fortuna, en unas décadas quedará relegado a los libros de historia. Casi tres años y medio después de que Vladímir Putin diese la orden de invadir Ucrania, rompiendo así todos los puentes con Occidente, Rusia está hoy atrapada en un laberinto de difícil salida: bajo crecimiento y precios disparados, con alzas anuales de doble dígito.
El Foro Económico de San Petersburgo, otrora escaparate y símbolo de la pujanza rusa en el mercado global, se convirtió hace un par de semanas en un paseo del putinismo. Aunque no precisamente feliz. “Estamos al borde de la recesión”, admitió el ministro de Desarrollo Económico, Maxim Reshétnikov. Las reservas que sustentaron las cuentas estos años, apostilló la gobernadora del banco central ruso, Elvira Nabiúllina, “se han agotado”.
Poco queda de la Rusia de finales de 2021, cuando el choque verbal con Kiev iba a más, pero pocos, muy pocos, sospechaban el paso que Putin estaba a punto de dar. Hoy, en julio de 2025, su banco central está instalado en una paradójica encrucijada, un doble combate paralelo contra la inflación y contra el Kremlin. Algo así como bailar un vals sobre un barril de dinamita.
“El país está en una situación de estanflación”, sentencia, sin atisbo de duda, el Centro de Análisis Macroeconómico y Pronósticos a Corto Plazo (TSMAKP, en sus siglas en ruso) en un informe reciente. “La dinámica económica está decayendo rápidamente y existe el riesgo de una recesión técnica en el segundo y el tercer trimestre, pero la inflación se mantiene alta”.
No hace ni tres semanas desde que el instituto emisor, teóricamente independiente del control gubernamental, bajara simbólicamente los tipos de interés: del 21% al 20%. Cumplía, así, una vieja exigencia del Kremlin. Era la primera vez que lo hacía desde septiembre de 2022, el año de la invasión rusa de Ucrania. Quedaba atrás, así, una larga senda de aumentos en el precio del dinero para tratar de aplacar la crecida de los precios.
La situación, sin embargo, sigue siendo endiablada. La inflación ronda aún el 10% interanual en su lectura oficial, aunque varios centros independientes sitúan la cifra real por encima del 15%. Con el gasto militar aún desbocado, “los riesgos siguen teniendo un sesgo inflacionario”, avisaba Nabiúllina. “Así que reducir el tipo de interés requiere gran cautela”.
La contradicción en la que vive el banco central es fiel reflejo del momento que atraviesa la economía rusa, fuera desde hace tiempo del top 10 mundial por tamaño. A estas alturas, hasta el Kremlin empieza a reconocer la evidencia: que el tirón económico impulsado por la industria bélica toca a su fin y que lo ahorrado antes de la guerra ya no da más de sí.
El asesor de economía de la todopoderosa Administración Presidencial, Maxim Oreshkin, señaló que el rey está desnudo justo antes del foro de San Petersburgo: “Este modelo de crecimiento se ha agotado […]. Es necesario un avance; no hacia adelante, sino hacia arriba: hacia el siguiente nivel tecnológico y organizativo”.
Con todo, la propaganda rusa insiste en que Rusia va mejor que la Unión Europea, su némesis continental. La tasa de paro, defiende, es mínima: de poco más del 2%. La oficina estadística nacional, Rosstat, enfatiza que el salario medio supera por primera vez la barrera de los 100.000 rublos mensuales (1.100 euros), un 40% más que en 2022.
Precios que se comen las subidas salariales
Esa es la foto fija en términos nominales; no la real. Incluso en su medida oficial, maquillada, la inflación se ha disparado un 24% en ese periodo. “El Gobierno y todo el mundo ocultan la lectura real porque, si la muestran, tendrán que subir los sueldos en el sector público y las pensiones”, denunciaba hace unos meses el diputado Nikolai Arefiev. “Y no quieren despilfarrar el dinero”.
No quieren y no pueden. Las autoridades rusas confiaban en cerrar 2025 con un déficit público del 0,5%, el menor desde 2021, con la guerra aún en ciernes y los altos precios de los combustibles fósiles cebando las arcas públicas. Pero los costosísimos combates con Ucrania continúan y la Cámara baja acaba de revisar el pronóstico para más que triplicarlo: ahora espera un 1,7%, igual que en 2024. Al Kremlin le quedan menos de cuatro billones de rublos líquidos en su fondo soberano, el equivalente al déficit previsto para este año.
La crecida real de los precios devora, semana a semana y mes tras mes, las alzas salariales. Dañando el bolsillo de los rusos, sí, y también el ánimo de un país en guerra: solo uno de cada diez rusos ha notado una mejoría en su situación financiera este año, según el centro de estudios sociológicos FOM. Uno de cada cinco la perciben peor.

Con la sensación de estos últimos coincide el TSMAKP: “Existe una tendencia hacia una desaceleración casi total de la actividad: el estancamiento de la inversión en maquinaria y equipo se ha visto agravado por los crecientes problemas en la construcción”, avisa en tono sombrío. “Y, lo más importante, se avecina una crisis en el consumo, especialmente en la demanda de bienes no alimentarios”.
Tras un periodo de sobrecalentamiento económico, los indicios de crisis se amontonan. Pese a las innumerables ayudas estatales a la financiación de la industria bélica, el volumen crediticio general apenas crece un 1% en lo que va de año. Siete de cada diez empresas han sufrido un hundimiento en el consumo en el primer trimestre, de acuerdo con un sondeo del Instituto Stolypin. Las vacantes de empleo han caído a mínimos desde el inicio de la guerra, según el conteo de la firma de recursos humanos Huntflow. Los atrasos en los pagos de salarios se han triplicado, mientras que más de 8,8 millones de rusos son incapaces de devolver préstamos con retrasos inferiores a 90 días. Las ventas de coches se han desplomado un 25% en el primer semestre, y las cadenas de ropa advierten de que sus ventas se han reducido entre un 30% y 35%; en parte, por el encarecimiento de otros gastos familiares básicos.
El dispendio militar, motor único de la economía rusa desde febrero de 2022 junto con las exportaciones de petróleo y gas, impulsó artificialmente la economía en 2023 y 2024 a lomos de una alta demanda de armamento y unos salarios elevados para los reclutas. Pero ese bum, habitual en un país en guerra, empieza a conjugarse en pretérito. En parte por las sanciones occidentales, sí, pero no solo.
Un año de margen
La contracara de la guerra es que el sector de defensa ha drenado y sigue drenando ingentes recursos a una economía real sumida en la recesión. La industria civil lleva en esas desde el otoño pasado, volatilizando el crecimiento acumulado en los primeros años de guerra gracias al riego de dinero público. Con un agravante: en lugar de sustituir importaciones por producto nacional, como insiste Putin, el mercado ruso es cada vez más dependiente de otros países, especialmente de China.
Si se retira de la ecuación la industria militar, la producción civil rusa apenas ha crecido un 1,9% en los cuatro últimos años, según los datos de Rosstat y la Escuela Superior de Economía. Mucho menos que otros países de su entorno más cercano. Y, muy probablemente, también menos de lo que habría crecido de no haber optado por invadir Ucrania.
El Kremlin cuenta con algo más de un año de margen para mantener su actual gasto militar antes de meter un gran tijeretazo, subraya Vladislav Inozemtsev, cofundador del Centro de Análisis y Estrategias en Europa (CASE). En el horizonte sobrevuela, además, la gran duda de qué pasará si hay paz: parece difícil que los militares, que ahora cobran más de 2.000 euros al mes —una cifra más que respetable en Rusia—, acepten volver a cobrar una cuarta parte de ese salario cuando vuelvan.
En esta coyuntura, sostiene Maxim Mironov, profesor de la escuela de negocios IE, Moscú tiene una posible carta que jugar: devaluar aún más el rublo, aunque sea a costa de importar aún más inflación. El Gobierno, que ingresa en dólares y en euros —por los hidrocarburos— y gasta en rublos, sería el primer interesado en devaluar la moneda nacional. También para la mayoría de empresas —salvo para las importadoras—, que arrastran una lacerante pérdida de competitividad.
Balón de oxígeno de Oriente Próximo
En esas estaba Rusia cuando Israel emprendió su campaña bélica a gran escala sobre Irán, el viernes 13 de junio. Como no podría ser de otra manera, el Kremlin condenó el ataque contra uno de sus grandes aliados. Pero bajo esa realidad había otra, mucho más compleja y, también, más favorable para sus intereses: el petróleo y el gas natural, fundamentales en su matriz exportadora, subieron con fuerza.
Moscú dejaba atrás, aunque solo fuera por unas semanas, las caídas en la cotización de ambas materias primas, que habían recortado drásticamente su perspectiva de ingresos a corto y medio plazo. Y que se habían convertido, en palabras de Elina Ribakova, del Peterson Institute for International Economics, en “una de las mayores, si no la mayor” sanción indirecta sobre la economía rusa. Superiores, incluso, a los paquetes aprobados por el G-7.
Sus cálculos son elocuentes: una bajada de 10 dólares en el precio internacional del crudo supone un tajo de 17.000 millones de dólares (14.800 millones de euros) en el presupuesto público ruso, según Ribakova. Es alrededor del 0,8% del PIB. Un cálculo que, obviamente, también opera en sentido inverso.
Dado que las partidas bélicas se llevan más del 40% del presupuesto ruso (que es confidencial), “cada dólar que ingresa o deja de ingresar es un dólar más o menos para la guerra”, recuerda la también investigadora del centro de estudios bruselense Bruegel. Una pronta solución a la crisis en Oriente Próximo, cada vez más compleja, presionaría de nuevo los precios a la baja y “aumentaría los incentivos de Putin para negociar”, confía Serguéi Guriev, rector de Sciences Po París.
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