Un año de Gobierno laborista de Keir Starmer: decepción, apatía y nervios

No habrá celebraciones ni actos de reivindicación. Si pudiera elegir, Keir Starmer desearía que esta fecha se borrara cuanto antes del debate político en el Reino Unido. Un año después de su victoria electoral (el pasado 4 de julio), el primer ministro, y con él todo su Gobierno, han tenido que esforzarse en poner freno a una rebelión interna de los diputados del Partido Laborista que hubiera dejado herida de muerte el resto de la legislatura. Una vez más, Downing Street ha tenido que rectificar una política —en este caso, recortes en las ayudas a la discapacidad— que había provocado un inmenso descontento entre los votantes.

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 Los recortes sociales, la mano dura contra la inmigración y el seguidismo de Estados Unidos provocan el desencanto de los votantes de izquierda del Reino Unido  

No habrá celebraciones ni actos de reivindicación. Si pudiera elegir, Keir Starmer desearía que esta fecha se borrara cuanto antes del debate político en el Reino Unido. Un año después de su victoria electoral (el pasado 4 de julio), el primer ministro, y con él todo su Gobierno, han tenido que esforzarse en poner freno a una rebelión interna de los diputados del Partido Laborista que hubiera dejado herida de muerte el resto de la legislatura. Una vez más, Downing Street ha tenido que rectificar una política —en este caso, recortes en las ayudas a la discapacidad— que había provocado un inmenso descontento entre los votantes.

“Ya se ha esfumado un año completo. Siempre he defendido que en política tienes tres activos: la situación económica, tu propia reputación y la buena voluntad de tus diputados”, explica Alastair Campbell, ex jefe de prensa y asesor de Tony Blair, que hoy se ha convertido en una voz influyente gracias al podcast The Rest is Politics que realiza con el exministro conservador, Rory Stewart. “La buena voluntad de los parlamentarios está casi agotada después de todas estas batallas. Y al no haber sido capaces de desarrollar hasta la fecha el cambio que prometieron, su reputación [entre los votantes] como un equipo competente también está bajo mínimos”, señala.

La victoria del Partido Laborista el verano pasado tuvo un alto componente de espejismo. Los votantes estaban saturados, después de 14 años de gobiernos conservadores. El recuerdo de Boris Johnson y sus fiestas prohibidas con alcohol durante la pandemia, o el de Liz Truss y su bajada temeraria de impuestos, que sepultó la credibilidad económica del país, llevó a muchos a votar a la oposición, pero sin demasiado entusiasmo.

El sistema mayoritario del Reino Unido, que otorga el escaño de cada circunscripción al partido más votado y tira a la basura el resto de votos, favorece mayorías muy sólidas. Los laboristas lograron 412 escaños, frente a los 121 de los conservadores. Pero la realidad era algo más compleja. Los tories se hundieron, con un 24% del escrutinio, pero el porcentaje de apoyo de la izquierda no fue especialmente elevado: un 35% (en 2017, el vilipendiado Jeremy Corbyn y sus políticas izquierdistas lograron un 40% de apoyo). Muchos votantes de centro-izquierda optaron por una alternativa como los liberales demócratas (12%). Y sobre todo, ya hace un año se consolidó una realidad que no ha dejado de crecer, hasta convertirse en la mayor amenaza política tanto para laboristas como para conservadores: la derecha populista de Nigel Farage y su partido Reform UK logró un apoyo del 14% y entró por primera vez en el Parlamento con cinco diputados.

Rigor fiscal, seguidismo con Trump

Starmer, un exfiscal y exabogado de derechos humanos, utilizó una estrategia y un discurso muy similares al del histórico Nuevo Laborismo de Tony Blair para convencer a los votantes de que el laborismo se había alejado de la radicalidad de su predecesor Corbyn.

Para lograrlo, una vez en Downing Street, desplegó una serie de políticas que para muchos de sus críticos apenas eran un remedo de las propuestas del populismo de Farage o del neoliberalismo de los tories. Prometió mano dura con la inmigración —regular e irregular—, con límites a la entrada de extranjeros en el país y aplicación de la legislación antiterrorista para frenar la llegada de botes a las costas inglesas; intentó desde un principio tener una buena relación con Donald Trump, a costa de practicar un seguidismo excesivo de la Casa Blanca. Su apoyo casi incondicional a Israel, en su respuesta a los atentados del 7 de octubre de 2023, irritó a muchos diputados, y a muchos votantes musulmanes, que no entendían la tibieza de Starmer respecto a la tragedia en Gaza.

“Keir Starmer ha tenido el peor comienzo de cualquier nuevo primer ministro recién elegido, tanto laborista como conservador. Los votantes todavía no tienen claro a estas alturas qué es lo que defiende. Está obligado a exponer la imagen de país que pretende crear”, señala John Curtice, el experto sociólogo y analista de encuesta con mayor reputación en el Reino Unido.

Un año después, las cifras de inmigrantes irregulares que llegan a las costas del sur de Inglaterra no dejan de crecer. Casi 20.000 personas en la primera mitad del año, cuando el número total de 2024 fue de 37.000.

Y la Casa Blanca hace y deshace con Ucrania, Gaza o Irán sin consultar con Londres, el que supuestamente sería su Gobierno aliado más fiel.

El mayor logro de Starmer en política internacional ha sido la firma de un tratado bilateral con la UE que ha comenzado a dejar atrás la acritud de los años del Brexit. Queda mucho por negociar, pero la voluntad de ambos bloques por reforzar la cooperación en materia defensa, comercial, de control de fronteras y de movilidad juvenil ha cambiado el tono de la relación entre Londres y Bruselas, con mayor fluidez y buena disposición.

Rebelión por las ayudas sociales

La mayor decepción provocada por Starmer tiene que ver con la economía y las políticas sociales. Prometió un Gobierno volcado en el crecimiento del país, después de años de letargo a los que contribuyó el desastre del Brexit. Pero el rigor presupuestario impuesto por la ministra de Economía, Rachel Reeves, con el propósito de demostrar a todos que los laboristas eran serios con las cuentas, consiguió irritar a todos los sectores. A los empresarios, porque recayó sobre ellos toda la carga fiscal, con un aumento desbordado de sus cotizaciones a la seguridad social. A los más vulnerables, por una serie de recortes de extrema impopularidad.

La decisión de suprimir las ayudas universales a los pensionistas, para sus facturas de invierno de gas y electricidad, desató la cólera de los más vulnerables. La reciente propuesta de ley para endurecer las condiciones de acceso a las subvenciones por discapacidad laboral ha provocado la primera rebelión seria de diputados laboristas, que estuvieron a punto de tumbar en el Parlamento las medidas.

Diane Abbot, una de las diputadas históricas del laborismo, y la primera mujer negra en sentarse en el Parlamento británico, clamaba este martes en la Cámara de los Comunes: “Somos el Partido Laborista, y siempre nos hemos posicionado históricamente contra las injusticias. ¿Por qué nos alejamos hoy de ese propósito? Me opondré hasta el final a esta ley con argumentos morales, legales y políticos. Millones de personas con discapacidad van a ser incapaces de creer que sea el Partido Laborista el que haya impulsado unas medidas así”.

Las cámaras grabaron llorando este miércoles a Reeves, detrás del primer ministro, durante una sesión de control al Gobierno en la que la oposición puso en cuestión el futuro a corto plazo de una ministra de Economía cuestionada duramente por sus propias filas.

Starmer ha tenido que dar marcha atrás en ambos asuntos, para frenar un descenso en la popularidad muy amenazador. En el promedio de encuestas que publica a menudo la página web de información Politico, la derecha populista de Reform UK lidera de modo consistente el apoyo popular, con un 29%. Le sigue el Partido Laborista, con un 23%. Los conservadores reciben un respaldo del 17%, y los liberales demócratas un 14%. Los Verdes obtienen un 9%.

El Gobierno actual, con su propia popularidad y la de su primer ministro por los suelos, se desangra tanto por la izquierda como por la derecha, pero ha decidido, para disgusto de los críticos internos, que el mejor modo de responder a esta crisis es con políticas más escoradas hacia el conservadurismo.

El sábado 28 de junio, el grupo de punk-rap de Irlanda del Norte Kneecap, perseguido y procesado por la fiscalía por ondear banderas de Hezbolá en sus conciertos, actuó en el festival de Glastonbury y logró que miles de jóvenes corearan el eslogan “Fuck Keir Starmer” (Algo así como “que se joda Keir Starmer”). Contrasta ese hecho con los primeros meses de Blair, cuando se acuñó el nombre Cool Britannia para definir un estado de euforia que agrupaba el respaldo de artistas como Oasis, Blur o las Spice Girls.

Un portavoz de Starmer ha intentado resumir esta semana el primer año del laborismo: “El primer ministro asegura que el trabajo de su Gobierno ha sido diseñado y enfocado para la mejora de la vida de la clase trabajadora, con el propósito de ofrecerle la oportunidad, no solo de sobrevivir en el día a día, sino de prosperar. El Ejecutivo debería estar orgulloso, como equipo, de todos esos logros”. Las encuestas, y el ánimo general, reflejan sin embargo una decepción y un pesimismo difíciles de remontar.

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