Carlos Guillén (de 26 años, Madrid) levanta la verja de su negocio en Malasaña este martes a mediodía. Es la tienda Quality, en la que él y su hermano venden ropa de lujo de segunda mano, obras de grandes diseñadores rescatadas de los años noventa y con precio adaptado al fetiche. Cada detalle del local está cuidado al milímetro: cinturones de Gucci en el mostrador, camisas de Prada en las perchas, un osito de peluche con jersey de Polo en una estantería y una tabla de skate precitada con un dibujo de Pablo Picasso colgada de la pared… Varias personas que pasan por delante se detienen a mirar al escaparate. Tiene colgada una chaqueta rosa de cuero fabricada en los años sesenta y diseñada por André Courrèges, una joya valorada en 600 euros. Pero para la mayoría no tan familiarizada con las sutilezas del mundo de la moda, lo que más llama la atención es un cartel azul del tamaño de un folio pegado al cristal, con una sandía dibujada ―símbolo de resistencia Palestina―, en el que se lee: “Este establecimiento condena el genocidio en Gaza”. Para Guillén, colgar el cartel es solo “una cuestión de empatía”.
Un grupo de ciudadanos ha impreso y reparte carteles para que los negocios se posicionen: “Este establecimiento condena el genocidio de Gaza”
Carlos Guillén (de 26 años, Madrid) levanta la verja de su negocio en Malasaña este martes a mediodía. Es la tienda Quality, en la que él y su hermano venden ropa de lujo de segunda mano, obras de grandes diseñadores rescatadas de los años noventa y con precio adaptado al fetiche. Cada detalle del local está cuidado al milímetro: cinturones de Gucci en el mostrador, camisas de Prada en las perchas, un osito de peluche con jersey de Polo en una estantería y una tabla de skate precitada con un dibujo de Pablo Picasso colgada de la pared… Varias personas que pasan por delante se detienen a mirar al escaparate. Tiene colgada una chaqueta rosa de cuero fabricada en los años sesenta y diseñada por André Courrèges, una joya valorada en 600 euros. Pero para la mayoría no tan familiarizada con las sutilezas del mundo de la moda, lo que más llama la atención es un cartel azul del tamaño de un folio pegado al cristal, con una sandía dibujada ―símbolo de resistencia Palestina―, en el que se lee: “Este establecimiento condena el genocidio en Gaza”. Para Guillén, colgar el cartel es solo “una cuestión de empatía”.
Justo delante del negocio, el mismo cartel aparece en una frutería. Dos calles a la izquierda, en una peluquería. Al torcer la esquina, en una librería y unos metros más abajo en una tienda de artículos de regalo. Eso en Malasaña, pero ese mensaje se lee también en cafeterías de Carabanchel, en bares de La Latina o en heladerías de Ópera.






Detrás de la idea no está ningún gobierno ni oenegé, sino el colectivo de Artistas con Palestina. Es una iniciativa que viene de abajo hacia arriba. Se le ocurrió hace unas semanas a Rocío, que forma parte de esa agrupación, y que prefiere ocultar su apellido por evitar amenazas de personas que no estén de acuerdo con el proyecto. Empezaron a repartirlos el 28 de julio para intentar que “se normalice un posicionamiento general y masivo de la opinión pública en contra de esta barbarie, más allá de posiciones políticas, ideológicas”, señala. Así que se puso en contacto con Artur Galocha, diseñador gráfico e ilustrador de portadas de libros, como Operación Apolo (Libros del K.O.), y él les envió el diseño para colaborar. “Nosotras, al igual que la mayoría de gente, nos sentimos impotentes y nos bloqueamos ante las dimensiones terribles de esta matanza en directo de familias, mujeres y niños del pueblo palestino”, añade Rocío.
Además de repartir los carteles, han colgado en redes sociales el archivo con la imagen y el texto escrito en las lenguas cooficiales, para que lo imprima quien quiera, sea del lugar de España que sea. Desde el colectivo no saben cuánta gente lo ha descargado de internet, pero señalan que solo en la primera semana en Madrid ya se colgaron 300. “Nos ha sorprendido que haya ya tantísimos establecimientos con cartel antes de que los equipos de varios barrios hayan hecho su reparto”, comenta Rocío, que espera que el fenómeno vaya in crescendo a medida que impriman y repartan más.
La reacción de la gente al mensaje es mayoritariamente positiva, explican los dueños de los negocios. De hecho, el incidente más destacado ha sido la reseña de una estrella que se ha llevado Compañía Polar, la tienda de Carmen Barral (46 años), en la calle de Conde Duque. “El día que me dieron el cartel estaba siendo catastrófico. Solo entraron cuatro gatos a la tienda y dos de ellos eran israelís”, cuenta. “Estaban fuera del local mirando el cartel y haciendo aspavientos. Entraron y fueron educados. Miraron cosas, pero no compraron nada. Por la noche vi que me habían dejado una reseña de una estrella en la que decían que el trato había sido nefasto”. Pero no es algo que preocupe a Barral. De hecho, lo tomó como una prueba de que el mensaje está surtiendo efecto. “Me gustó que se sintieran un poco señalados. Que sepan que fuera de su país hay otras opiniones”.
La iniciativa llega casi al mismo tiempo de que la polémica entre la cantante Rosalía y el diseñador de moda Miguel Adrover, que no quiso hacerle un vestido hasta que no diera su opinión públicamente sobre la matanza sistemática de civiles en la Franja. Ese mensaje abrió un debate sobre si cada persona tiene o no la obligación de posicionarse respecto a la guerra en Gaza, donde ya han muerto al menos 60.933 personas, según los datos del ministerio de Sanidad de la Franja. Cerca de 1.500 de ellos fueron atacados mientras intentaban conseguir alimentos en puntos de reparto de ayuda.

En la puerta de la librería Los Tres Hermanos de Moriarty también está el cartel. Sara Hernán, de 26 años, trabaja allí y es de las que piensa que posicionarse “es importante”. “Es deplorable lo que está pasando. Mirar para otro lado es un privilegio que tenemos, pero que la gente que está sufriendo el genocidio no”. Es consciente de que no va a solucionar el problema colgando un cartel, pero con la entrada de ayuda humanitaria bloqueada en la frontera de la Franja, ese gesto es “de las pocas cosas que se pueden hacer”, señala.
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