Vi la imagen en la web de este periódico hace diez días y no me la puedo sacar de la cabeza. Ha habido otras, pero esa persiste de manera obsesiva. En ella destaca un cuerpo tumbado, el cuerpo de un niño esquelético, blanco, casi gris. Se le pueden ver debajo de la piel todas las vértebras y todas las costillas. Lo que atrae mi mirada, lo que no puedo dejar de ver, lo que se ha pegado a mis ojos es la cadera, los huesos de la cadera que parecen a punto de reventar la piel, esa piel como de papel. Alrededor del niño acostado solo hay sombras, una figura vestida de negro (¿su hermana? ¿su madre?) y la nada, como presintiendo lo que le espera al niño.
Me queman los ojos las lágrimas por un niño esquelético de Gaza que morirá, morirá de hambre y yo le he visto, como lo hemos visto tantos, y no puedo hacer nada para evitarlo
Vi la imagen en la web de este periódico hace diez días y no me la puedo sacar de la cabeza. Ha habido otras, pero esa persiste de manera obsesiva. En ella destaca un cuerpo tumbado, el cuerpo de un niño esquelético, blanco, casi gris. Se le pueden ver debajo de la piel todas las vértebras y todas las costillas. Lo que atrae mi mirada, lo que no puedo dejar de ver, lo que se ha pegado a mis ojos es la cadera, los huesos de la cadera que parecen a punto de reventar la piel, esa piel como de papel. Alrededor del niño acostado solo hay sombras, una figura vestida de negro (¿su hermana? ¿su madre?) y la nada, como presintiendo lo que le espera al niño.
No es la primera imagen insoportable del sufrimiento infantil a causa de una guerra. Los últimos cincuenta años han sido prolíficos en este tipo de fotografías, desde las de Biafra y la icónica imagen de la niña huyendo de un bombardeo de napalm en Vietnam. Más recientemente están la fotografía de esa niña de Sudan, recostada, con un buitre al lado, esperando, o la de Aylan Kurdi, tendido en una playa turca, ahogado mientras intentaba escapar junto a su familia de la guerra civil siria. Son imágenes que nos han removido hasta el fondo, que han hecho correr ríos de tinta indignada (como esta), pero no han conseguido parar la maquinaria infernal que hace que haya niños que mueran ahogados, quemados, de hambre.
El cuerpo acostado del niño gazatí recuerda poderosamente a otra imagen. La de los prisioneros de los campos de exterminio nazis después de su liberación en la primavera de 1945. Cuerpos sin carne, solo piel y huesos, deambulando con la mirada extraviada. Personas que han visto el infierno, que han vivido en él. Ellos se salvaron (aunque, como nos enseñó Primo Levi, esa es una afirmación demasiado simple), el niño de la fotografía posiblemente morirá. O ya haya muerto. Y me queman las manos de impotencia ante este hecho. Este niño morirá y no va a pasar nada. Y habrá otros niños más que van a morir y no podremos hacer nada para pararlo. Solo acumular más y más imágenes en nuestros ojos, que se van a quedar ahí, como se quedó Aylan de bruces en la arena, mecido por el mar.
Acabaré de escribir esto que hace días que me bulle en los dedos y no voy a sentir alivio. No se aplacará mi consciencia ni me sentiré mejor persona por haber escrito esto. No quiero alzar mi voz, remover conciencias. Yo lo que quiero es salvarle la vida a ese niño porque no puedo soportar que muera sin más. Y si escribo esto no es para irme a dormir más tranquilo, es porque se me revuelve el estómago, es porque me da ganas de vomitar, es porque me queman los ojos las lágrimas por un niño que morirá, morirá de hambre y yo le he visto, como lo hemos visto tantos, y no puedo hacer nada para evitarlo.
¿Podemos llamar a Netanyahu el verdugo de Gaza? ¿El carnicero de Gaza? O tal vez es demasiado pronto, sería una ofensa, un insulto, una desconsideración hacia el primer ministro del único país democrático de la región, un aliado al fin. Lo dibujó magníficamente Riki Blanco en este periódico en un retrato terrible (por irrefutable) de Von der Leyen. Hay que dejarle acabar la tarea para juzgar lo de Gaza. No nos precipitemos. Hay intereses que van más allá de lo que vemos, razones importantes, consideraciones de peso.
Pero ¿qué interés más elevado, qué valor más supremo puede haber en el mundo que salvarle la vida a un niño?
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