Como es habitual en las conversaciones a distancia (Israel impide la entrada libre a la prensa extranjera desde el inicio de la invasión) con gazatíes, el intercambio de mensajes con Rami Abu Jamous, periodista en la capital de la Franja, comienza con una pregunta y una respuesta:
Residentes de la ciudad relatan la angustia de elegir entre el enésimo desplazamiento forzoso o presenciar la llegada de los tanques israelíes
Como es habitual en las conversaciones a distancia (Israel impide la entrada libre a la prensa extranjera desde el inicio de la invasión) con gazatíes, el intercambio de mensajes con Rami Abu Jamous, periodista en la capital de la Franja, comienza con una pregunta y una respuesta:
— ¿Cómo estás?
― Aún vivo
Acaba de vivir el inicio de la conquista total de la ciudad, a la que se han lanzado este martes las tropas israelíes, en el marco de una anunciada ofensiva terrestre que el ministro israelí de Defensa, Israel Katz, prometió el mes pasado que acabará con la capital “como Beit Hanún”, la localidad del norte del enclave palestino que las Fuerzas Armadas de Israel han borrado de la faz de la tierra, como él mismo se jactó al difundir una foto de la devastación.
Así recuerda Abu Jamous la brutalidad de los bombardeos que dieron inicio a la incursión: “El ministro israelí de Defensa dijo [este martes, en un tuit] que Gaza estaba ardiendo. Y Gaza realmente ardía”.
Luego precisa que ha decidido quedarse en la capital, al igual que otros cientos de miles de personas, exhaustas, hambrientas (es justo la zona en la que la ONU declaró la hambruna el mes pasado) y, en muchos casos, sin dinero para pagar el desorbitado precio de la huida hacia el sur. El ejército calcula que queda en la capital un 60% de la población, que se estimaba en torno al millón antes de las primeras órdenes de abandonar la ciudad, el mes pasado. El Gobierno de Hamás en Gaza cifra en 914.000 quienes siguen en el Gobernorado, que -además de la ciudad- incluye pueblos y campos de refugiados de los alrededores.
“No es la primera vez que lo hago”, recuerda Abu Jamous. Una de las primeras decisiones del Gobierno de Benjamín Netanyahu al iniciar su invasión a raíz del ataque de Hamás, en octubre de 2023, fue ordenar el desalojo de toda la mitad norte (más de un millón de personas) que incluía la capital. Los exhortó a escapar al sur, donde acabaron corriendo la misma suerte. “También entonces nos quedamos en Ciudad de Gaza hasta el último minuto. Luego nos rodearon los carros de combate y acabamos saliendo. Ahora haremos lo mismo: aguantar hasta el final, esperando que el hecho de no movernos ralentice la ofensiva terrestre. Y con la esperanza de que, algún día, todo esto pare”, señala en un mensaje de audio.
Evolución de las órdenes de evacuación del Ejército israelí
Acumulado de las órdenes de evacuación que Israel ha anunciado entre octubre de 2023 y la fecha mostrada
Fuente: Ejército de Israel vía gazamaps.
Como ese “hasta el final” puede llegar en cualquier momento (en ocasiones, el ejército bombardea sin preaviso; otras, da apenas 15 minutos para escapar del edificio) e Israel tiene en la mirilla los rascacielos como el que él habita (“bastiones de Hamás”, los llamó este lunes el primer ministro, Benjamín Netanyahu, al justificar la destrucción de unos 50 en las últimas semanas, según los servicios de rescate), Abu Jamous tiene preparadas tres maletas. Dos, en el apartamento de un amigo en el bajo de su edificio. La tercera, frente a su puerta, en un noveno piso. “Cuando hay un bombardeo, la primera reacción es ir directo a la puerta. Así que mi esposa y yo solo tendríamos que coger a los niños. Uno tiene cuatro años; el otro, siete meses. Un bolso, una mochila y huimos. Ahí ya no sabríamos qué hacer. No tenemos un plan B. Siempre tengo un plan B, pero esta vez no quiero”.
La brutalidad de los bombardeos ha devuelto a Gaza una escena más que familiar desde hace dos años. Miles de civiles escapan -a merced de las órdenes militares o la intensificación de los bombardeos -con sus posesiones. Escasas y humildes, pero convertidas en preciadas tras tanto desplazamiento forzoso: colchones, telas para montar una tienda de campaña y bidones de plástico para recoger agua tras una larga espera. En las imágenes se ve a quienes escapan con la mirada perdida, subidos a camiones, coches o transportes tirados por burros. Quienes no pueden pagarlo, caminan durante kilómetros.
Hussan Lubbad, en torno a los 60 años, es uno de ellos y ha publicado en redes sociales un texto desesperado sobre la sisífica huida permanente que le ha llevado desde su hogar en la hoy devastada Beit Lahiya, en el norte, a la casa de una de sus sobrinas en Shati, un campamento de refugiados de la Nakba (desastre, en árabe) la huida o expulsión de sus hogares de 750.000 palestinos (dos tercios de la población árabe en el actual Estado de Israel) entre 1947 y 1949, ante el avance de, primero, las milicias judías y, posteriormente del recién creado ejército del Estado judío. La mayoría de habitantes de la pequeñísima Gaza son refugiados de la Nakba.
“Mi hogar está en Beit Lahia y Ciudad de Gaza es el alma y el centro de mi vida”, ha escrito. “Deseaba pasar mi vida allí y ser enterrado junto a mis hijos, mi padre y mis abuelos. Me desplazaron dos veces de mi hogar a la casa de mi esposa y luego a la de mi hija. Ahora me enfrento a la difícil decisión de desplazarme hacia lo desconocido en el sur de Gaza, a la dura vida en tiendas de campaña. Rogué a Dios morir antes que vivir esto. ¡Que Dios nos facilite las cosas a nosotros y a la gente de Gaza que está siendo exterminada ante los ojos y oídos del mundo!”.
El médico Mohammed Salha ha hecho el camino inverso del que ordenan las autoridades militares israelíes: en vez de abandonar la capital, regresó el lunes para acompañar al resto de su equipo desde Deir El Balah, en el centro de la Franja y donde llevaba dos semanas cuidando de su madre, que está hospitalizada. “Mis compañeros tienen que sentir que estoy con ellos, es algo psicológico. No es fácil quedarse solo y afrontar los retos y peligros desde la soledad”, asegura enuna conversación telefónica a menudo interrumpida por los problemas de conexión.
Ha preferido pasar la noche con su equipo en las oficinas centrales de la institución médica Al Awda, en el centro de la capital. No es el único. “Estamos aquí más de 25 personas. Es todo tan peligroso a nuestro alrededor, y es tan difícil moverse desde Ciudad de Gaza hasta el centro del enclave, que algunos de nuestros miembros también han preferido dormir en la oficina”, relata.
Aunque intentan permanecer allí donde queden civiles que atender, sus compañeros ya tuvieron que escapar de las oficinas en el este de la capital ―por donde venían centrando el avance las fuerzas israelíes— y refugiarse en las oficinas en los barrios occidentales. Son uno de los próximos objetivos anunciados de la ofensiva. “Si en algún momento no quedasen civiles en Ciudad de Gaza, evacuaríamos, pero si hay una sola persona que necesita atención sanitaria, nos quedaremos”, afirma.
Los bombardeos aéreos y de artillería que dieron inicio el martes a la incursión terrestre fueron, dice, “horribles”. Entre los objetivos, “tres casas donde había gente durmiendo”, lo que le recuerda a la estrategia que presenció en el norte de Gaza. Fue, en su momento la zona más castigada por los bombardeos. Y luego, arrasada con bulldozers y explosiones controladas para aplanar el trozo de la Franja que Israel planea controlar íntegramente y mantener despoblada. El avance de la invasión, sin embargo, ha ido homogeneizando Gaza en torno al color gris de los escombros.
Allí, en el norte, su casa es solo un puñado de escombros. Su familia estaba en un apartamento de alquiler en Gaza capital, pero resultó dañada en un bombardeo contra uno de los rascacielos. Su familia, explica, está ahora con su cuñado en Deir el Balah. “No tengo un lugar para mi familia. Están más de ocho familias en cuatro habitaciones. Cada familia son ocho o diez personas. Están amontonados. Mi hijo me dice en broma que duermen de pie”.
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